Ramón Tamames y Ramón María del Valle-Inclán
La moción de censura en la que Vox propondrá a Ramón Tamames como Presidente de Gobierno esta semana es surrealista, chiripitifláutica, supercalifragilísticoespialidosa.
Suerte que la extrema derecha está ahí para recordarnos permanentemente que —no importa lo mal que lo hagan los demás partidos— ellos pueden hacerlo mucho peor todavía. Es un alivio que estábamos necesitando. Corren tiempos complejos, que pueden hacer que se debiliten las más fuertes convicciones y los principios más inamovibles. Todo lo líquido se desvanece en el air… bueno, no sé, hay una frase que dice algo así. Hastiados de titos puteros, violadores beneficiados y pactos con antiespañolistas, era importante que algo volviera a recordarnos el orden natural de las cosas, del que forma parte irrenunciable la prodigiosa capacidad de la extrema derecha para hacer espantosamente el ridículo, incluso cuando la estrategia más exitosa sería quedarse inmóvil y mimetizarse con el ambiente.
La moción de censura en la que Vox propondrá a Ramón Tamames como Presidente de Gobierno esta semana es surrealista, chiripitifláutica, supercalifragilísticoespialidosa. El candidato parece haber salido de un casting lisérgico. La puesta en escena promete ser propia de un dramaturgo que está atravesando un mal momento en su vida personal. La certidumbre de su fracaso hace que la única incógnita interesante será descubir el meme más ingenioso, la parodia más cruel. Si nos atuviéramos a su importancia real, debería ocupar medio minuto en un informativo de madrugada, entre una noticia de un tigre escapado de un circo en Wisconsin y otra de un dedo encontrado en una hamburguesa. Y el Ramón que acaparase más menciones en la prensa no debería ser Ramón Tamames sino Ramón María del Valle-Inclán.
Contemplo con preocupación a mi alrededor gente que está cambiando su voto hacia opciones que jamás pensaron que llegarían a valorar. Los partidos identitarios de izquierda insisten en que han de ser votados al margen de cómo se comporten, ya que por principio axiomático son mejores que la derecha corrupta y conservadora. Pero esa actitud, como todas las posturas identitarias, es más minoritaria de lo que parece. Es probable que la mejor forma de frenar a la derecha sea que la izquierda deje de renunciar al sentido común, pero hace ya tiempo que la lucha política se ha convertido en un partido de fútbol esperpéntico en donde los equipos luchan encarnizadamente por hacerse con la pelota, y, una vez conseguida, corren desaforadamente hacia su propia portería para marcarse un gol en propia meta.
Sería maravilloso vivir en un país en donde las victorias de los partidos políticos dependieran más de sus aciertos que de los errores de los demás. Tampoco es tanto pedir. Tropezando sin parar, desnortados y cortoplacistas, las formaciones han convertido la política nacional en una carrera de sacos en donde la única posibilidad que tiene un partido de adelantar a otro pasa porque el otro se enrede los pies y vuelva a estamparse contra el suelo. El autosabotaje como principio rector de la política. El mal menor como motor de la lucha electoral. Esta semana Vox se va a pegar una de las hostias más grandes que vamos a ver en un partido durante toda la legislatura. Confiar la derrota de los fachas al buen hacer de la izquierda en España es llorar. Pero tranquilos. Se bastan ellos solitos para perder. Afortunadamente.