‘Primera sangre’ y ‘Roto’, el nuevo teatro comprometido que interesa a los jóvenes
Ambas estrenadas en Lavapiés (Madrid).
Coinciden en la cartelera dos dramaturgos y directores de premio. Una es la siempre polémica María Velasco que acaba de estrenar Primera sangre en la Sala Francisco Nieva del Teatro Valle Inclán del Dramático. El otro es Paco Gámez que acaba de estrenar Roto en el Teatro del Barrio. ¿Hay más coincidencias?
Sí, ambos han estrenado en el mismo barrio, el multicultural, libertario, turístico y degradado Lavapiés. Hay que pensar que será por eso de que son, o más bien se les considera, jóvenes. Aunque ya lleven en la profesión unos cuantos años.
También coinciden en el tema que tratan. Los abusos infantiles. Aunque lo hacen desde perspectivas distintas. En Primera sangre desde la perspectiva de una niña que encuentra otra niña muerta y que anteriormente había sido secuestrada y dada por desaparecida. En Roto, el punto de vista lo da un hombre adulto que sufrió abusos sexuales por parte de su padre.
En ambas, es importante el uso de la música. Música para bailar. Que en el caso de Primera sangre arrastra tema, en el sentido de que la niña muerta es interpretada por una bailarina. Y en caso de Roto ofrece contexto, el del adulto en el que se convirtió el niño que sufrió abusos y que de mayor encuentra satisfacción sexual en los garitos gays con música electrónica a todo meter donde baila mientras busca con quién encontrarse.
Por si fuera poco, en ambas obras se recurre a los dibujos animados en algún momento de la función, como la forma en la que se educa a los niños. De hecho, María Velasco comienza su obra con Los tres cerditos y Paco Gámez incluye en medio de la función a Speedy Gonzales. Primera gran divergencia: Disney frente Looney Tunes, respectivamente. Una visión más ingenua y dulcificada de la vida frente a una visión más gamberra y más espídica. Quizás porque Primera Sangre la protagonizan menores de edad y adolescentes y Roto la protagoniza un adulto.
Y también en ambas está la presencia de los muertos. En Primera sangre todos los personajes se encuentran y hablan con esa niña muerta, presente aunque como cuerpo esté ausente. En Roto el hijo adulto, que vuelve a la casa que su padre le ha dejado en herencia al morir, y donde se encuentra con el fantasma de este. Un fantasma que se autojustifica, que trata de explicarse, sin que se le entienda.
En ambos casos, el señalamiento de unos adultos abusadores conocidos o desconocidos. Y, también, de unos adultos que debieron y deberían proteger a la infancia. En Primera sangre, se piensa sin tener pruebas que quien abusa es alguien desconocido. Por lo que los adultos que quieren a las niñas que protagonizan la obra les inducen el miedo al desconocido y a lo desconocido. Cuando, como se recuerda en la obra, el ochenta por ciento de los abusos infantiles se comenten dentro de lo más conocido, dentro del entorno familiar.
Y de ahí, del abuso familiar, favorecido por la vulnerabilidad de los niños y el ascendente emocional que los adultos tienen sobre ellos, surge Roto. Una persona rota producida por la separación brusca de un padre que se muestra cariñoso, que quiere estar siempre con él, que le hace confidencias, guardián de sus debilidades y secretos. Del que la madre separa de forma abrupta, rompiendo un vínculo afectivo demasiado fuerte como para que una niña o un niño entiendan lo qué está pasando.
Sin embargo, en su inmadurez, como seres humanos que son, tienen la necesidad de hacer algo con todo eso. Y acaban buscando un refugio personal en el que poder evitar el daño o el dolor. Algo que María, la protagonista de Primera Sangre, consigue aislándose, siendo la niña solitaria del patio y de su bloque, para evitar lo desconocido y a los desconocidos que han podido matar a su vecina de barrio. Y en la categoría de lo desconocido a evitar se encontrará el sexo.
Y, Lolo, el protagonista de Roto, haciendo algo similar, viviendo en países extranjeros de los que apenas conoce el idioma, evitando cualquier vínculo emocional. No vaya a ser que se lo rompan de forma brusca de nuevo. Y rellenándolo todo con un omnívoro deseo de placer sexual. Diferencias establecidas por género.
En ambos casos, los protagonistas de ambas obras querrán ajustar cuentas con los adultos de su infancia. Ella usando las evidencias reales que ponen en duda una educación basada en el miedo y en el aislamiento en la que se la hizo crecer. Señalando no solo a los padres sino a toda esa ficción en la que se ensalza lo doméstico como un refugio.
Él, buscando una conversación que difícilmente podrá ser posible. Primero por la orden de alejamiento y la condena que se impone al padre, que hace que la madre ponga tierra de por medio. Segundo, porque solo se podrá acercar a ese adulto cuando esté muerto, sus posibilidades de dañar hayan desaparecido y se haya convertido en un conjunto de cajas llenas de recuerdos.
Ya, son historias que poco llaman a la alegría. Y no, no es teatro de pasar el rato o perder el tiempo. Son producciones artísticas y tienen que ver con la vida. En las que la financiación con la que han contado cuenta y mucho en su producción.
Así María Velasco, que esta vez tiene detrás el soporte del Dramático, ha podido pedirle a su escenógrafa un escenario en dos alturas, con trampillas de entradas y salidas, y llena el espacio de la tierra de los parques de juegos, donde las niñas hablan e intercambian pensamientos que han oído a los adultos y crean un imaginario común.
Y Paco Gámez, con el poco presupuesto que tiene el teatro que se produce para estrenar en una pequeña sala alternativa, ha creado una mínima estancia con visillos que ocupa el centro del escenario en el que el resto es oscuridad. Un lugar donde sucede la acción reprobable que se verá como imágenes en la niebla.
Presupuestos que, seguramente han condicionado el número de personas que forman parte del elenco. Cinco en el caso de Primera Sangre, y dos en el caso de Roto. Sin que se afecte la calidad de su actuación. Más cercana a lo performativo en el primer caso. Y más al teatro de siempre en el segundo.
Obras que recurren a los referentes literarios, cinematográficos y musicales de generaciones más jóvenes para contextualizar lo que cuentan y a los posibles referentes de sus personajes. Lo que se nota en las butacas. Donde la media de edad baja drásticamente en comparación con lo que se suele ver en el teatro y en otras salas más comerciales o grandes.
Una juventud que se muestra comprometida y concienciada, a diferencia de como se la suele mostrar en la televisión, en el cine y en el teatro comerciales. Que llena las pequeñas salas en las que se muestran estas dos obras, mira, escucha, calla, atiende con interés y aplaude.
Dos propuestas que quizás se muestren irregulares en su escritura y en su puesta en escena. A pesar de que Primera Sangre tiene el premio Jardiel Poncela de la Sociedad General de Autores Editores (SGAE). Al estar trabajadas por escenas que suceden en tiempos y espacios distintos, algo sincopadas. Pero, que, sin duda, hablan de un tiempo en el que la pulsión artística y el compromiso social ya van más allá de dar noticia de lo que pasa y de los hechos, para tratar de entender de forma poética la ambigüedad con la que se construyen los afectos y con ellos, cómo se abre la puerta a los abusos, sobre todo de los más pequeños y se condiciona su vida adulta. Que a adultos llegan todos y todas.