Oración por Ernesto Cardenal
Cardenal no fue nunca un poeta usual, ni un cura usual, ni un guerrillero usual.
Cierto estanquero, de renombre por estos pagos, fue invitado, junto con otros compañeros del sector, a visitar los campos de cultivo que se alimentan de la furia de los volcanes y las fábricas donde las plantas son devueltas al fuego benefactor de los fósforos. Durante una cena de copetín, el avezado vendedor de tabaco le hizo insinuaciones poco delicadas a una de las señoronas que ornaban con su presencia el ágape.
-¿Es que ya no quedan caballeros en España? -preguntó la dama fingiendo pudor.
-Por supuesto que sí, señora, pero esos no han venido.
Alguna vez, entre volutas de humo, me he imaginado fatigando las vegas de Estelí y las ardientes laderas de la isla de Ometepe sujetando entre los dedos un grueso cigarro recién circuncidado.
Y allí estaban las mujeres, las auténticas damas nicaragüenses, trepando por las vigas de los secaderos, pura danza vertical, recolectando las hojas, conduciendo camiones, dando forma a los lúbricos cilindros, ceniza consentida.
Otras ejercían el magisterio, la medicina, el cálculo, la pintura…
Todas ellas, cuando llegó el momento, cogieron el fusil, el adoquín que iniciaba la barricada, el taco de octavillas, el correo clandestino, la mano del compañero moribundo…
La revolución sandinista fue, quizás, el último sueño de quienes asistimos, en un viejo país ineficiente (gracias, Biedma, que algo sabías de puros), a la muerte del dictador en la cama, de viejo, tan tranquilo, mientras una parte nada desdeñable de la población le lloraba (qué culpa tenían, si era lo que habían aprendido), y sus principales acólitos se convertían en paladines de la democracia y el europeísmo.
“-Yo soy demócrata de toda la vida. -Hombre, no se quite usted años”, ironizaba una viñeta de Chumy Chúmez que parecía de Otto.
Algunos de nosotros hubiéramos contactado con la Mafia para conseguir armas y nos habríamos levantado en medio de la Gran Vía para apoyar la huelga masiva.
O habríamos asaltado las domesticadas Cortes Españolas emulando a Edén Pastora.
Cuando este, el comandante Cero (no conozco nombre clandestino más hermoso, ni olvido el día, en que, en el antiguo Viridiana, me rechazó la perdiz a la toledana argumentando que habría muerto a tiros), pasó al otro lado y se enfrentó al gobierno sandinista abierta y violentamente, no nos costó tacharlo de traidor. Hoy en día no sé si lo fue entonces o más tarde, cuando volvió a cobijarse bajo la sombra protectora de Daniel Ortega.
¿Nunca escarmentaremos ni en cabeza propia ni en ajena, ni siquiera en una humilde cabeza de ajos?,
Lo cierto es que aquel sueño se truncó y dio paso a una pesadilla más en la que unos pocos deciden que lo bueno para el país es la represión de muchos y la pobreza del resto.
En medio de esa locura que ha convertido Nicaragua en una cárcel de ciento treinta mil kilómetros cuadrados, me ha parecido coherente que el tirano haya roto relaciones con Taiwan para amancebarse con China. Digo yo que si los que no están en el trullo han sido expulsados, en breve, Ortega tendrá que importar chinos para que trabajen.
No menos aberrante, el negar las pensiones a los jubilados no afines. Incluso Fernando VII pasaba al exiliado Goya su paguita para que se la gastara en burde...os (así me lo contó Saura). Y, desde luego, nunca le retiró la nacionalidad, como ha hecho el impresentable con noventa opositores, entre ellos, el novelista y antiguo líder sandinista Sergio Ramírez y la poeta Gioconda Belli.
Lo de cerrar la Academia Nicaragüense de la Lengua, última tropelía, es un intento absurdo. ¿Acaso ignora que aún quedan por cercenar seis millones más?
Tan solo Ernesto Cardenal parece haber dejado a salvo su recuerdo.
Ya saben ustedes que ser cura no es un buen principio para llevarse bien conmigo. Lo siento, pero vengo de un tiempo de sotanas y he visto lo que he visto, así que no voy a renunciar a mis cuentas. Pero sí que me sentí atraído por la imagen de aquel sandinista bonachón y con boina que sostenía la mirada con dureza e ironía, consciente de que mucho de lo que hacía era exactamente lo contrario de lo que predicaba, aunque sabía que lo perdonaría la necesidad si Dios no se decidía a hacerlo.
Me emocionaron entonces sus versos de combate, aun sabiendo que esa poesía bélica, urgida por la emergencia, no suele deparar los mejores frutos; sirvan los ejemplos de Machado, cualquiera de ellos, Hernández, Alberti... incluso mi idolatrado Vallejo.
Pero Cardenal no fue nunca un poeta usual, ni un cura usual, ni un guerrillero usual. No tuvo empacho en reconocer en Ezra Pound al dinamitero de la poesía del siglo XX y, saltándose el asco a la ideología sobradamente exhibida por el yanqui, preparar, junto a José Coronel (un par con rango), una antología de su obra que fue para muchos la entrada a un mundo inesperado, vertiginoso y enfurecido. Además, Cardenal conocía como pocos la poesía latina, y supo tomar de los romanos la sátira, la alusión morbosa y el guiño descarado mientras rezaba y trabajaba en la comunidad que fundó en Solentiname (que, a diferencia de Comala, Santa María, Macondo, Yoknapatawpha... era un espacio físico y doliente).
Pero, para mí, Ernesto Cardenal, es el poema que ustedes conocen y que, sesenta años después, sigue vivo y latente:
Oración por Marilyn Monroe
Señor
recibe a esta muchacha conocida en toda la tierra
con el nombre de Marilyn Monroe
aunque ese no era su verdadero nombre
(pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la
huerfanita violada a los 9 años
y la empleadita de tienda que a los 16 se había
querido matar) y que ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje
sin su Agente de Prensa
sin fotógrafos y sin firmar autógrafos
sola como un astronauta frente a la noche espacial.
Ella soñó cuando niña que estaba desnuda en una iglesia
(según cuenta el Time)
ante una multitud postrada, con las cabezas en el suelo
y tenía que caminar en puntillas para no pisar las cabezas.
Tú conoces nuestros sueños mejor que los psiquiatras.
Iglesia, casa, cueva, son la seguridad del seno materno
pero también algo más que eso...
Las cabezas son los admiradores, es claro
(la masa de cabezas en la oscuridad bajo el chorro de luz).
Pero el templo no son los estudios de la 20th Century Fox.
El templo -de mármol y oro- es el templo de su cuerpo en el que está el Hijo del Hombre con un látigo en la mano
expulsando a los mercaderes de la 20th Century Fox
que hicieron de Tu casa de oración una cueva de ladrones.
Señor en este mundo contaminado de pecados y radiactividad
Tú no culparás tan sólo a una empleadita de tienda.
Que como toda empleadita de tienda soñó ser estrella de cine.
Y su sueño fue realidad (pero como la realidad del tecnicolor).
Ella no hizo sino actuar según el script que le dimos
-El de nuestras propias vidas- Y era un script absurdo.
Perdónale Señor y perdónanos a nosotros
por nuestra 20th Century
por esta Colosal Super-Producción en la que todos hemos trabajado.
Ella tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes.
Para la tristeza de no ser santos
se le recomendó el Psicoanálisis.
Recuerda Señor su creciente pavor a la cámara
y el odio al maquillaje
-insistiendo en maquillarse en cada escena-
y cómo se fue haciendo mayor el horror
y mayor la impuntualidad a los estudios.
Como toda empleadita de tienda
soñó ser estrella de cine.
Y su vida fue irreal como un sueño que un psiquiatra interpreta y
archiva.
Sus romances fueron un beso con los ojos cerrados
que cuando se abren los ojos
se descubre que fue bajo reflectores
y apagan los reflectores!
y desmontan las dos paredes del aposento (era un set cinematográfico)
mientras el Director se aleja con su libreta porque la escena ya fue
tomada. O como un viaje en yate, un beso en Singapur, un
baile en Río la recepción en la mansión del Duque
y la Duquesa de Windsor
vistos en la salita del apartamento miserable.
La película terminó sin el beso final.
La hallaron muerta en su cama con la mano en el teléfono.
Y los detectives no supieron a quién iba a llamar.
Fue
como alguien que ha marcado el número de la única voz amiga
y oye tan sólo la voz de un disco que le dice: WRONG NUMBER
O como alguien que herido por los gangsters
alarga la mano a un teléfono desconectado.
Señor
quienquiera que haya sido el que ella iba a llamar
y no llamó (y tal vez no era nadie
o era Alguien cuyo número no está en el Directorio de Los Angeles)
contesta Tú el teléfono!
Pudo haber compuesto una letanía repetitiva y somnífera; pudo haberse entregado a la fácil alabanza de la sencillez; pudo haber sido hipócrita. Pero prefirió hacer del cadáver de Marilyn el espejo en que nos negamos a mirarnos y en el que está el tiempo, herido de añoranza, en que nos toca vivir. Cardenal se atrevió a pedirle a Dios que renunciara a su sempiterno silencio. Y declaró su fe en la verdad que toda pantalla esconde.
Grabada en la retina me quedó su postura, arrodillado, cabizbajo, mientras Wojtila lo abroncaba por meterse en política; es decir, en la política que no le gustaba a Wojtila. Su humildad tenía la fuerza de la razón del hombre frente al vacío discurso del teólogo.
De Ernesto Cardenal aprendí una forma de la alegría.
Y ayer mismo, paseando por la calle Hortaleza, atisbé la parroquia de San Antón, donde el padre Ángel tiene su cuartel de ayuda a los desdichados que arrojamos a la calle día sí y día también. Me asomé a saludarle, pero no quise interrumpirle mientras oficiaba palabras.Volví a contemplar el retrato de Gloria Fuertes, posado sobre una columna,que nos invita a reír por estar vivos.
Ahora que el sueño nicaragüense se ha roto por completo, me atrevo a sazonar un dístico de su compatriota Rubén Darío para despedirme de Cardenal mientras se incinera entre mis dedos la luciérnaga de un cigarro que sabe a nostalgia y a dignidad de mujer:
Ruego por Nicaragua y Ernesto a mis dioses;
Ellos los salven siempre. Amén.
DANDO LA NOTA:
La semana que viene podrán ustedes descansar de mí. Yo me voy al Gólgota a tomar un café de máquina. Invita Judas, que tiene suelto.
Les dejo un aviso: no hay evidencia científica de que las torrijas adelgacen.