Múnich, la capital de Baviera a golpe de cerveza
Millones de visitantes se acercan todos los años a Múnich para disfrutar de la fiesta, la gastronomía y, sobre todo, de millones de litros de cerveza.
El auténtico corazón de la ciudad es Marienplatz, donde el Rathaus, con su aire neogótico, proporciona una de las mejores fotografías de la ciudad. Sin olvidar que todos los días a las 11:00, 12:00 y 17:00 su carrillón hace las delicias de los turistas realizando la Danza de Cooper al son de una agradable melodía. Con ello se conmemora el final de la peste de 1517 que asoló la ciudad.
En la plaza se encuentra la Fuente de los Pescadores, en donde antaño los pescaderos depositaban su mercancía -todavía viva- mientras los compradores ojeaban y se decidían a comprar. Evidentemente ese encanto ha desaparecido, pero un conjunto escultórico compuesto por cuatro vendedoras muestra al público sus productos. Si prestamos atención al granito de los laterales observaremos, además, cómo eran por aquel entonces otros oficios, como el de carnicero o el de la criadora de gallinas.
Junto a Marienplatz se encuentra la iglesia muniquesa más antigua: San Pedro. Hasta el punto que algunos defienden que la ciudad se fue construyendo alrededor de ella. Está edificada a finales del siglo XII en estilo románico bávaro y su torre de 91 metros de altura -conocida como Viejo Pedro- es uno de los símbolos de la ciudad.
El Oktoberfest no se celebra en octubre
La primera vez que se celebró fue en 1810 durante el décimo mes del año, pero poco a poco se ha ido modificando la fecha, simplemente porque septiembre es mucho más cálido por estas latitudes. El festival surgió para honrar el matrimonio entre el príncipe Ludwig y Therese de Saxe-Hilburghausen. Tal fue la celebración que los festejos se prolongaron durante cinco interminables días.
La tradición, al menos desde 1950, señala que el festival tan solo puede comenzar cuando el alcalde grita “O zapft” (está golpeado) y ofrece la primera cerveza al presidente del Estado de Baviera.
Biergarten en el corazón muniqués
Desde sus inicios, en muy pocas ocasiones se ha suspendido la fiesta del Oktoberfest: en una epidemia de cólera en el siglo XIX, durante las dos guerras mundiales, en la hiperinflación alemana de 1923-1924, y en 2020 y 2021 por la pandemia. Se cuenta que en 1896 un joven Albert Einstein trabajó en el Oktoberfest, lo hizo como electricista, ayudando en una de las tiendas de cerveza.
Otra de las singularidades del Oktoberfest es que los visitantes más tradicionales suelen llevar los sombreros típicos bávaros (Tirolerhüte), en los cuales hay mechones de pelo de cabra. Se cuenta que aquellos que tienen más mechones son los que desfrutan de un mayor poder adquisitivo.
En el centro de la ciudad hay hasta diez biergarten –jardines de cerveza-. Uno de ellos es el de la cervecera Augustiner, que tiene una capacidad para unas 5.000 personas y que se encuentra cerca de la Estación Central de Trenes. La cerveza de Baviera está reconocida como una de las mejores del mundo y para su elaboración se requiere que tenga tres ingredientes: agua, lúpulo y cebada. Solo eso.
Tras los pasos de la resistencia pacífica frente al nazismo
Entre 1942 y 1943 un grupo de cinco estudiantes y un profesor vinculados a la Universidad de Múnich invitó a la resistencia contra el régimen nazi. Se hicieron llamar la Rosa Blanca y repartieron media docena de octavillas, hasta que fueron detenidos y asesinados.
Fueron dos de ellos, los hermanos Sophie y Hans Scholl, los primeros en ser descubiertos y sentenciados a muerte por alta traición en la sala 256 del Palacio de Justicia de Múnich, siendo decapitados en la guillotina. Unos meses después les seguiría el profesor Kurt Huber, Alexander Schmorell y Willi Graf. Actualmente un sencillo monumento, la impronta de aquellas octavillas en el suelo, recuerda aquel gesto de valentía de los miembros de la Rosa Blanca.
El Jardín Inglés, el pulmón muniqués
Con más de 400 hectáreas el Jardín Inglés es uno de los parques urbanos más grandes del mundo. Sirva como referencia que el Jardín del Retiro de Madrid tiene únicamente 125 hectáreas. Allí no hay que perderse el pequeño templo griego –llamado Monópteros-, la Torre China y los surferos buscando su ola en el río Eisbach junto al puente de la calle Prinzeregaten.