Un recorrido por Zaragoza entre libros, dragones y grafitis
El palacio de la Aljafería se construyó cuando la ciudad era conocida como Medina Albaida -la ciudad blanca- y era la capital de uno de los reinos de taifas musulmanes.
El Paraninfo de Zaragoza –también conocido como la antigua Facultad de Medicina y las Ciencias- es una construcción neoclásica inspirada en los palacios renacentistas aragoneses. Se accede por unas escaleras flanqueadas por ilustres personajes: Andrés Piquer, Miguel Servet, Jordan de Asso y Fausto Delhuyar. Este último fue un químico navarro que, junto a su hermano Juan José, halló el wolframio, uno de los tres elementos químicos de la tabla periódica descubiertos por españoles.
En su interior hay una escalera que nos lleva a una escultura de Ramón y Cajal, situada bajo una vidriera y escoltada, a su vez, por Hipócrates, el padre de la medicina, y Arquímedes.
El edificio alberga una bella biblioteca con más de un millón de volúmenes, entre los que hay una decena de incunables, manuscritos, láminas, grabados y más de un centenar de mapas. No es la biblioteca de Hogwarts, pero el visitante experimenta una sensación única al entrar en ella.
También destaca por su solemnidad la biblioteca ubicada en lo que en su día fueron el refectorio y las cillas del antiguo convento de Santo Domingo, a orillas del Ebro. Allí en el año 1595 –diez años antes de la publicación de El Quijote- se realizó un certamen literario para celebrar la canonización de san Jacinto, siendo el vencedor Miguel de Cervantes.
Un faisán oculto en la yesería
No muy lejos se encuentra el palacio de la Aljafería, mandado construir en el siglo XI por el rey Yafar en lo que entonces eran las afueras de la ciudad y bautizado como Palacio de la Alegría. En él es posible encontrar algunas singularidades del arte hispanomusulmán como son la presencia de arcos mixtilíneos, salmeres (piedra de la que arranca un arco adintelado) en “S”, ataurique calado en grandes extensiones y yeserías de carácter vegetal.
En la planta baja se sitúa el Salón Dorado al que se accede a través de tres vanos con una extensa ornamentación que, originariamente, estuvo policromada en tonos azules y rojos. Allí es posible aún advertir la representación de un ave –un hecho insólito en el arte islámico- que podría corresponderse con un faisán.
En uno de los extremos hay un oratorio o mezquita privada para uso del monarca al que se accede por una portada con arco de herradura y salmeres en forma de “S”. El interior es de planta octogonal y tiene un mihrab que apunta a La Meca. Frente al Salón Dorado se encuentra el patio de Santa Isabel, un espacio abierto y ajardinado.
La primera granada heráldica
Tras la conquista de Zaragoza por las tropas cristianas la Aljafería se convirtió en palacio de los Reyes Católicos. En el corredor de acceso a las salas nobles hay una portada principal con un arco trilobulado, guarnecido con un tímpano con cinco lóbulos. En su centro aparece el escudo de la monarquía de los Reyes Católicos con la representación, por vez primera, de una granada abierta, que refleja la conquista del reino nazarí.
Otro elemento destacable del palacio son las techumbres de estilo isabelino, tanto en la Sala de los Pasos Perdidos como en el Salón del Trono, con retículas geométricas de madera talladas, pintadas y sobredoradas con pan de oro. Allí es posible contemplar los motivos heráldicos de los reyes: el yugo, las flechas y el nudo gordiano, así como florones de hojarasca rematados con piñas -símbolo de la inmortalidad y fertilidad-, dragones y aves escondidos entre ella.
En la Sala de los Pasos Perdidos aparecen los símbolos de la monarquía sin la granada –lo cual indica que es anterior a 1492- con un yelmo y un dragón. Este animal mitológico era el símbolo parlante del reino: de “dragón” derivan “d´ragón” y “de Aragón”.
Una torre de grafitis
La edificación más antigua del palacio es la torre del Trovador, una prisión de forma cuadrangular que consta de cuatro alturas y un sótano. Esta fortaleza inspiró la famosa composición de Giuseppe Verdi titulada Il Trovatore y en ella, de no haberse escapado, debería haber ingresado Antonio Pérez.
En sus paredes hay más de mil quinientos grafitis en los que, a modo de hojas en blanco, los presos expresaron sus frustraciones, penas y anhelos. Lo más frecuente es encontrar rayas para contabilizar el tiempo de prisión –hay más doscientas- pero también hay una colección numerosa de cruces. El grafiti más antiguo con fecha es de 1609 y el más original, probablemente, es la representación de una guillotina similar a las que se usaron durante la Revolución Francesa.