‘Mañanas de abril y mayo y ‘Valor, agravio y mujer’, comedias clásicas con el amor de por medio
Don Juan, ese mito europeo globalizado, está en el centro de estas obras.
Un ejercicio muy común cuando se estudian idiomas es comparar y contrastar dos textos. Dos textos que habrá que resumir, sopesar para al final dar una conclusión propia en el idioma que se estudia. Es algo que se hace poco en la crítica dirigida al público. Y cuando se hace, los profesionales de una u otra manera afean a quienes la hacen. Entienden que es un ejercicio que de alguna manera desmerece el esfuerzo que han hecho sus equipos artísticos. Que se les hace de menos por no dedicar la mirada en exclusiva a cada espectáculo.
Sin embargo, es grande la tentación de hacer ese ejercicio de comparar y contrastar después de ver Mañanas de abril y mayo de Calderón de la Barca en el Teatro Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa y Valor, agravio y mujer de Ana Caro Mallén de la Compañía Nacional de Teatro Clásico en el Teatro de la Comedia. El motivo es que ambas son comedias barrocas, del Siglo de Oro y coinciden en la cartelera.
La primera montada como una clásica comedia. Muy colorida. Muy movida. Muy viva. Rápida en el gag. Llena de eso que se llama la urgencia del teatro. Algo así como la urgencia que tienen sus personajes de conseguir sus objetivos, de accionar con un propósito. En este caso romántico. Objetivos que rara vez se alcanzan hasta el final de esta a modo de resolución rápida. Una urgencia disparatada y loca para regocijo del público.
A estos parámetros se ajusta como un guante la dirección de Laila Ripoll de Mañanas de abril mayo. Todos los personajes buscan a su amor y lo provocan mediante la burla, los celos y el engaño. Mientras que parece que la intención de Beatriz Argüello, la directora de Valor, agravio y mujer, es la de subvertir ese canon colorido, su apuesta es radical por la elegancia del negro. O tratar el color con sutileza, como el rojo chillón o azulón de las pecheras de los galanes que se pelean por las mujeres. No, no es la urgencia de la comedia la que la mueve.
En ambos casos, Don Juan, ese mito europeo globalizado, está en el centro de estas obras. En Mañanas… es el amante despechado que vuelve a Madrid, donde parece ser que le persigue la justicia por haber matado a un hombre, para saber si Doña Ana le corresponde. Corre riesgos, como todos los demás personajes, porque aman y necesitan saberse amados por la persona amada. A la vez que no quieren descubrirles que están enamorados, no vaya a ser que no les correspondan y que los que les rodean se huelan el pastel.
En Valor… Don Juan ha huido de Sevilla a Flandes. Trata de dejar atrás a una mujer a la que ha burlado. Y encuentra otra mujer, Estela, una princesa de la que se enamora. Pues bien, hasta Flandes se llega la mujer burlada en España para vengarse y limpiar la honra. Pero no lo hace a cara descubierta, sino disfrazada de hombre. Y compitiendo con él por el amor de Estela. Lo que, curiosamente, le permite estar cerca de ese hombre, tener intimidad con él, sufrir y sufrirlo.
Con estas tramas, ambas obras pueden jugar al engaño, al embeleso, a la confusión. Un juego que en Mañanas… precipita hacia la risa y la carcajada, a veces explosiva. Y también a lo ligero, como la música de películas españolas de los sesenta setenta, papapararapa. Esas películas con suecas y con Paco Martínez Soria, Concha Velasco, José Luis López Vázquez, Lina Morgan, Gracita Morales, Pepe Sacristán y Alfredo Landa.
Mientras que Valor… se trabaja mucha más confrontación seria entre los dos caballeros, el real y el disfrazado, y de ellos con su entorno. Una confrontación que brilla en lo bien resuelta que están las escenas de espadas y, sobre todo, la bella escena del duelo.
Es aquí donde está el quid de ambas obras. Mientras que la primera es una reivindicación de una tradición cómica y popular, a la española. La segunda es la de esa España que se sueña y se quiere europea, culta y elegante. Esa España a la que se llamó y se llama afrancesada, extendiendo con este nombre un halo de sospecha. Una tradición a la que pertenecían gentes tan poco sospechosas como Goya.
Mientras que Mañanas… recurre al popular Cine de Barrio. La segunda recurre al Museo del Prado y al arte flamenco para reivindicar a una autora olvidada, sin razón, como es Ana Caro Mallén.
Puntos de vista que condicionan fuertemente los montajes. Pues Mañanas… está basada en sus actores. ¡Qué bien dicen el verso con intenciones! sin que suene a verso, ni a ripio, pero no olvidando ni su rima ni su musicalidad. Es increíble lo bien que Alba Recondo ajusta sus hipidos ansiosos al texto. O como dice el verso Pablo Béjar, desde su angustia y sus celos. Aunque, para pintón y pinturero, José Ramón Iglesias que con la tradición actoral española citada con anterioridad echada a sus espaldas, muy divertido y bobaliconamente muy humano a su Don Hipólito.
Mientras Valor… busca la emoción en las imágenes que se ven en los grandes museos europeos. En la tradición pictórica de gran calidad que se desarrolló en un reinado en el que no se ponía el sol. Cada escena recuerda a un cuadro. Ya sean grandes composiciones con la realeza al frente, los asuntos mitológicos y el catálogo de individuos que poblaban la corte y las calles de aquel tiempo.
Cuadros que ilustran cada una de las escenas, como en un buen y gran libro ilustrado, pues sus referencias son los mejores pintores, mientras los actores dicen su texto, más que actuarlo o interpretarlo. Quizás más puestos en escena que dirigidos. Con una prosodia que suena a otro tiempo, otro momento. Una forma de decir hecha desde la mejor academia pero que no acaba de acompañar ni a las acciones ni a los cuerpos. En la que el oído se pierde, a veces, y no siempre entiende el texto.
Así que el público madrileño tiene la gran oportunidad de hacer el ejercicio de comparar y contrastar con dos grandes espectáculos. Uno más sencillo en sus recursos escenográficos, de los que saca el máximo con sus proyecciones. El otro más grande y bello, pues seguramente está mejor dotado económicamente, como corresponde y debería ser siempre en un teatro nacional.
Y, ya sea desde la risa o desde el arte, ofrecen la oportunidad de entender qué pasa y qué le pasa cuando se enamora. Entender esa angustia, esa falta de aire, cuando ve a la persona que ama con otro u otra. De saber como el desdén o la burla de esta, le afectan. De conocer el poder que ejerce amor. De sus alegrías y sus sinsabores. Y de sus mediadores. Aquellos o aquello que favorecen el éxito o el fracaso de una relación amorosa. En este sentido Valor… tiene una escena muy hermosa sobre el poder de las imágenes en los asuntos amorosos que escrita hace mucho, dice mucho del furor actual por las imágenes.
En unas obras en las que, para que el espectador salga con el corazón contento, el amor siempre triunfa. Porque lo interesante no es el resultado, que en toda comedia que se precie, se conoce desde un principio, sino cómo llega dicho amor a triunfar. Al menos como lo hace en el teatro clásico que se escribía en España. Con todo lo que todavía tiene que contar.