Nuda, B-E-L-E-Z-A
Después de ver 'Nuda' se entiende que este espectáculo haya sido el elegido para comenzar el festival.
La palabra belleza, en su forma portuguesa que encabeza este artículo, es la última palabra que (no) se pronuncia en Nuda de Daniele Finzi Pasca. Y, no, no se haciendo spoiler, es decir, no se destripa nada. Ni se les está birlando (no) oírlas la primera vez. Ese (no) que antecede a pronunciarlas y a oírlas es la mejor manera de contar por escrito lo que pasa en el Espacio Ibercaja Delicias, donde la productora Let’s go ha dado con este espectáculo el pistoletazo a su, muy interesante, Festival Internacional de Artes Escénicas.
Después de ver Nuda se entiende que este espectáculo haya sido el elegido para comenzar el festival. Pues es una declaración de intenciones. La intención de traer belleza a la cartelera madrileña. Una belleza que abraza al público, que lo quiere, que lo atrapa y lo mantiene en silencio, hasta acabar en un gran aplauso final, y una gran parte de los espectadores puestos en pie.
Una belleza que Finzi Pasca se empeña en que sea teatro, aunque su base es fuertemente circense. En este caso una base acrobática, donde el atractivo no se encuentra en hacer el salto más alto y difícil, sino en usar sus recursos para contar una historia.
Una historia poéticamente extraña y que extrañará a muchos de los espectadores. El cuento de dos hermanas gemelas. Una, la mayor de las dos, que se caerá al nacer de las manos de la monja que la sostiene, su primera experiencia de volar. La otra, una santa, que nació vestida, que oscurecerá a la primera con sus milagros y visiones.
Dos formas de llegar, ser y estar en el mundo. La que voló nada más nacer de los brazos al suelo. Y la que atrajo con su luz, y con todo lo que conllevaba, a los demás, al resto. La primera llamada a acompañar en el juego, en la habitación, en la vida, y a mirar. La segunda llamada a atraer la atención de todos, aunque gran parte de su tiempo se lo pasase durmiendo o convocando visiones, temblores y maremotos a este mundo.
Es esa compañía en el juego la que Finzi Pasca aprovecha para crear sus bellísimos y, aunque no lo parecen, sus arriesgados números circenses. Empezando por una cama volante sobre la que las sosias acróbatas de las dos actrices que están en escena hacen sus actuación. Se columpian, se cuelgan, se ponen del revés, inclinan la cama, casi hasta el riesgo de caerse.
Ese juego con la cama que se repite con los aros y con las cintas aéreas, que usa el único artista masculino que hay en escena. Sí, mucha acrobacia. Y algo de contorsionismo. Números con los consigue el silencio cómplice del espectador, lejos de esos respingos de alivio que suele dar en el circo.
Lo que se debe a que la atención de la audiencia está puesta en la historia y en la imaginación con la que esa historia se convierte en imágenes ante sus ojos. De ahí se entiende la insistencia de Finzi Pasca en crear espectáculo con números de circo para ser vistos en un teatro a la italiana. Lo que cambia, y mucho, la perspectiva de quien mira y escucha. Del que atiende. Le pone en otra disposición.
Obra que también incluye payasadas. Varias. Que hacen las dos actrices que cuentan la historia. Ambas juegan una versión muy sui generis del payaso listo, el de cara blanca, y del tonto, el que hace reír. Lo hacen con el sugerente acento portugués de Brasil que le dan al español que utilizan en escena y que trufan de portuñol. Esa mezcla de idiomas que tanto se practica en el sur del continente americano.
Interpretes que ya han utilizado ese acento en francés y en italiano, los idiomas originales con los que se estrenó. Con el que dan una cadencia especial a la voz, jugada por el director para dar musicalidad oral al espectáculo. Más allá de la música melancólica, con ligeros, leves, insertos de samba, que se oyen en escena.
Un espectáculo que analizado fríamente se podría calificar de pequeño. Dos actrices, tres acróbatas, muchas marionetas usadas con inteligencia para llenar un gran escenario. Teloncillos de colores. Unos fluorescentes gigantes. Un armario. Muchas pelotas. Flores. Velas. Miles de papelillos. Muy poco, si se piensa en los espectáculos gigantescos y hormonados que este dramaturgo y director ha creado para Cirque du Soleil como Luzia o Corteo.
No hay ningún elemento que por sí solo o en su conjunto permitiese pensar en lo que se va a ver. Y, aunque este creador tiene una poética muy concreta, los que ya han visto espectáculos saben que esa poética siempre se ve fresca. Porque no la usa de forma sistemática o rutinaria. De lo que ya sabe que funciona. Sino que la usa y la pone en escena en función de lo que se cuenta, de lo que quiere que se vea, de lo que quiere provocar en el público.
Y provocar, provoca, como en este caso, fascinación. No sin cierta confusión por la poesía y extrañas historias que suele contar. Entre las que quizás Nuda sea de las más extrañas. Al no entenderse muy bien cómo lo que cuentan en escena podría conseguir algo que se dice en escena: silenciar a Dios.
De alguna manera, ese es el reto. Que los actos humanos con otros y por otros acallen a un Dios que reclama a sus deudores. Que nos va despojándonos de los seres queridos. Sea un abuelo que sabe dar consejos, un posible novio que nada interesa, un primo con el que divertirse, una hermana.
Todos esos seres que alegran la existencia de cualquiera. La hacen más vivible. Como Finzi Pasca la hace para aquellas personas que lo conocen y lo siguen. Aquellas personas que se meten a ver un circo y acaban viendo teatro. Es público que (no) pronunciará la palabra belleza cada vez que asisten a sus espectáculos, sino que la viven y la sienten.
(PD: para los que no tengan suficiente con Nuda, el miércoles 26 puede ver al propio Finzi Pasca en Ícaro, su icónico espectáculo para un solo espectador elegido entre el público y un montón de voyeurs)