La dictadura de Venezuela no es la izquierda

La dictadura de Venezuela no es la izquierda

Desde que en 2013 accedió a la presidencia Nicolás Maduro, una mala copia de su predecesor Chaves, el país, que llegó a tener 28,5 millones de habitantes, se está vaciando.

Nicolás MaduroGetty Images

Es obvio que Venezuela, además de ser un actor internacional que genera inestabilidad y enemistad, es sobre todo una gigantesca maldición para sus ciudadanos, que pagan en carne propia la delictiva obstinación de la dictadura. Desde que en 2013 accedió a la presidencia Nicolás Maduro, una mala copia de su predecesor Chaves, el país, que llegó a tener 28,5 millones de habitantes, se está vaciando, tanto por la represión política como por hambre. Según ACNUR, han salido ya del país 7,7 millones de personas, que en su mayor parte han buscado cobijo en las repúblicas vecinas; actualmente, unas 2.000 personas abandonan diariamente el país. Es la segunda gran crisis migratoria del siglo, después de la ocurrida en Siria.

En términos socioeconómicos, Venezuela se ha convertido en un Estado cuasi fallido, incapaz de garantizar la seguridad ciudadana y el bienestar de su población. El gobierno no controla importantes zonas del país, donde los poderes públicos han desistido de aplicar la violencia legal. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), el PIB per cápita se contrajo un 74,2% entre 2015 y 2019, con agudos fenómenos de recesión, hiperinflación y devaluación de la moneda. El FMI estima para 2023 un PIB per cápita de 3.459 dólares, cuando en 2015 fue de 10.568.

En 2021, el número de pobres alcanzó el 65,2%, según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI) de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Sus estimaciones indican que la caída acumulada del PIB per cápita puede estar entre 75 y 80 puntos durante siete años y medio, cuando la economía venezolana perdió las 4/5 partes de su tamaño. En resumen, con depresión e hiperinflación Venezuela se ha convertido en un país de pobres, con un ingreso per cápita de los más bajos del continente y una marcada desigualdad. El ingreso del grupo más rico supone 70 veces el ingreso de la franja más pobre de la sociedad . Este es el paraíso en que se recrea Maduro, quien, para tratar de eludir sus responsabilidades, se desentiende del marco latinoamericano, y, junto a Cuba y Nicaragua, trata patéticamente de aproximarse a los regímenes iliberales (Rusia, China, Corea del Norte…).

En estas circunstancias, era imposible que Maduro revalidara la presidencia en unas elecciones transparentes, por lo que la reciente farsa electoral está en la naturaleza de la satrapía, que se ha enquistado en el país. Con la particularidad de que el ejército fue introducido por Chávez en la felonía autoritaria, y hoy es la cúpula castrense del país la que sostiene a Maduro como garantía de que la gran corrupción de que se ha beneficiado no cesará ni será castigada. Infortunadamente, el aparato de la represión respalda denodadamente al títere poderoso para no perder su estatus privilegiado, feudal.

Esta descripción veraz deja escaso margen a la opinión. Como ha dicho hace unas horas Gabriel Boric, el presidente chileno, de sensibilidad progresista, «la dictadura de Venezuela no es la izquierda». Venezuela es hoy una gran cárcel en la que todos sufren menos los carceleros. Y los países decentes de la comunidad internacional no pueden prestar oídos al agónico intento del dictador de que le sean convalidadas o disculpadas sus trampas.

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Tampoco vale en este caso el argumento de que la presión sobre Venezuela perjudicará sobre todo a los ciudadanos, que ya están privados de casi todo. Occidente en general y la esfera latinoamericana en particular deben presionar hasta el límite para que este equipo de maleantes que se ha apoderado de Venezuela tenga que declinar su obstinada resistencia a marcharse. Dentro del marco de Naciones Unidas hay instrumentos y herramientas para desincentivar esta hiriente dictadura. Pero sobre todo es necesario que Maduro se sienta radicalmente desautorizado por quienes, con prestigio en la política internacional, tienen autoridad e influencia en la opinión pública de la globalización. Venezuela ha vivido una historia antigua muy turbulenta, que quizá hubiera podido explicar los vaivenes de las últimas décadas, pero para poner en su sitio a Maduro no hacen falta análisis de laboratorio: hay un pueblo machacado por un sátrapa sin escrúpulos y sus cómplices, y ese pueblo debe ser liberado.