Uno de nosotros: José Luis Garci
Lo mejor de Garci, además de su propia personalidad, su obra o su esplendidez, es el orbe que conforma a su alrededor, el cual genera y atrae innumerable talento humano.
El Centro Cultural Conde Duque, repleto de buenos amigos, es un oasis en el que poder imbuirse para escapar de la inclemencia climática. En plena ola de calor y con termómetros sucumbiendo al vértigo, el cine es el mejor refugio.
En el Conde Duque se alberga la exposición GARCINE, un homenaje imprescindible al cineasta José Luis Garci, para conmemorar los cuarenta años del Oscar a Volver a empezar, el primero para una película española y en español (Buñuel lo obtuvo en 1973 por El discreto encanto de la burguesía, para la nómina del cine galo con una cinta en francés; y el Oscar de la argentina Una historia oficial llegaría en 1985).
Garci es una de esas personas a las que, de tan cercano y generoso, se ama de inmediato. Su humanidad es incontestable, al igual que su arte. Ambos son abordados en GARCINE, una exposición que ofrece la posibilidad recorrer los hitos que han conformado la personalidad y el bagaje del director: desde sus influencias artísticas, hasta aquel Madrid que fue el inicio de su contacto con el cine, con una Gran Vía que le recordaba a Nueva York, repleta de sus carteles de películas, sus neones, sus escaparates resplandecientes y sus cines. Siempre sus cines.
Por los pasillos del Conde Duque nos embebemos del universo de Garci. Encontramos sus premios, sus libros, las claquetas de sus películas, las fotos de sus rodajes. Décadas ofrendadas al cine, condensadas en una sola exposición. No es de extrañar que entrar por su puerta sobrecoja al homenajeado, envuelto en esa extraña mezcla de agradecimiento y perturbación. "Estos homenajes suelen dárselos a la gente que no está; pero, en este caso, el difunto es un vivo", señala mientras todos reímos: "Este no es un tributo solo para mí, sino para la gente que, a lo largo de muchos años, me ha ayudado a estar aquí".
Inmediatamente después, el director mira a su alrededor y señala: "No sé cómo es el paraíso, pero debe ser algo parecido a esto: un flashback de tu vida en el que encuentras todo aquello que te ilusionó". Cuando menciona los cuarenta años del mítico Oscar, Garci no duda en recordar a Antonio Ferrandis, a Encarna Paso, a Pepe Bódalo, a Agustín González, a Gil Parrondo, a Manuel Rojas, a José Luis Merino, todos los que ya no están aquí. Con su humildad acostumbrada, Garci remarca: "Siempre he pensado que es más importante tener suerte que talento. Y yo he tenido mucha suerte".
Como no podía ser de otra forma, Garci también agradece este homenaje a Madrid, su ciudad, y a todos los que estamos reunidos en torno a su figura: "Estoy feliz e incómodo, porque me creo un impostor. Disfrutar de todo esto yo solo, cuando tanta gente me ha echado una mano, no me parece justo". Resulta extraño que el propio Garci, consumado intelectual y brillante cineasta, hable de sí mismo como un impostor, cuando incluso Robert Wise, director de West Side Story, dijo de él ser “uno de nosotros”.
Lo mejor de Garci, además de su propia personalidad, su obra o su esplendidez, es el orbe que conforma a su alrededor, el cual genera y atrae innumerable talento humano. Por ello, el encuentro con el director tiene siempre algo de colectivo, mucho más en esta ocasión. A su lado están los queridos Cowboys de Medianoche, Luis Herrero, Eduardo Torres-Dulce y Luis Alberto de Cuenca, con quienes discute cada viernes de lo humano y lo divino en el cine; también se atisba entre el público al imprescindible Miguel Marías y, muy cerca de él, a los actores Ramón Langa y Andoni Ferreño. También están las periodistas Pepa Fernández y Yolanda Flores, el ensayista Andrés Amorós y el Director General de Bibliotecas, Archivos y Museos del Ayuntamiento de Madrid, Emilio del Río. A lo lejos atisbo al director de Secuencias en 24, Moisés Rodríguez, y a los analistas de cine Juanma González y Dani Palacios. No falta nadie.
En esa atmósfera prodigiosa de cine más grande que la vida, se cobra conciencia de que al lado de Garci acontece cualquier suceso: puede aparecer Miguel Ángel Muñoz para que le hagas una foto con el director ante el póster de El crack cero; puedes hablar con Carlos Marañón, director de Cinemanía, sobre el cartel de Canción de cuna firmado por el propio autor, Saul Bass. Puedes deleitarte por sus pasillos con el editor Guillermo Balmori, mientras observáis una entrevista entre Woody Allen y el director, o puedes ver reír a Enrique Alegrete, también editor, cuando Garci le indica a Enrique Cerezo que su nieto es un fenómeno futbolístico.
El bullicio se disipa en una pequeña sala de cine en la que se proyectan fragmentos de la obra del cineasta. Belleza, quietud y oscuridad, esa combinación sacra que se repite en toda sala de cine. Se acercan los nietos del homenajeado y preguntan qué película concreta se proyecta en ese momento; la actriz Andrea Tenuta revela, con su melodiosa voz, que es You’re the one. Les indico que se trata de una película espléndida, con un retrato insuperable de aquellos años oscuros vividos en blanco y negro. Tenuta y yo asentimos y, por un momento, ya no estamos en Madrid, sino en Cerralbos del Sella, un lugar que solo existe como constructo del director, pero en el que todos moramos con placidez.
Mientras salgo de la exposición, llevo a buen recaudo el libro Garci, Asignatura aprobada, en el que hemos participado, a petición del director, una docena de autores coordinados por el poeta y filólogo Luis Alberto de Cuenca. En el volumen, editado por Reino de Cordelia, hacemos un repaso a la vida del cineasta, a sus obras y a sus tropos. No hay mejor manera de conservar la atmósfera cinematográfica de Garci más allá de los muros del Centro Conde Duque.
Sin embargo, alejarse de ese recinto se antoja una suerte de orfandad anímica; quién no querría estar en ese mundo de cine siempre, tan cósmicamente deslumbrante. Por suerte, podemos recurrir a la obra de José Luis Garci para habitar en su personalísimo universo cinematográfico. A fin de cuentas, es una suerte que, en el cine, siempre se pueda volver a empezar.