Frivolidad occidental frente a Israel

Frivolidad occidental frente a Israel

Parece claro que la comunidad internacional no debería permanecer pasiva ante un conflicto en el Próximo Oriente que amenaza con inflamar toda la región.

Gaza, este octubre.Abed Rahim Khatib/Anadolu via Getty Images

El conflicto del próximo Oriente en el que el Estado de Israel se enfrenta con todas las organizaciones palestinas y con las fuerzas chiíes de la región que les dan su apoyo ha adquirido tales proporciones que la comunidad internacional parece patológicamente ensimismada por tanta brutalidad. No cabe duda —ni debe olvidarse— que el conflicto comenzó con la salvaje agresión de la organización palestina Hamas a la población civil israelí contigua a la franja de Gaza, con un saldo de unos 1.300 muertos y unos 1.500 heridos y la toma de varios centenares de rehenes. Los ataques tuvieron lugar el 8 de octubre de 2023, acaba de cumplirse un año.

Aquella provocación del radicalismo religioso palestino, la más grave de la historia, no podía quedar sin respuesta, y esto lo sabían perfectamente los provocadores. Israel, muy bien provista militarmente porque el pueblo judío ha creado un estado moderno situado en el punto de mira de sus enemigos árabes desde la fundación de Israel, tenía un indudable derecho a la legitima defensa y a la represalia, y, como se podía imaginar, la respuesta militar de los judíos ha sido exorbitante. Tel Aviv ha declarado el estado de guerra por primera vez desde 1973 y, gracias a un sofisticado servicio de inteligencia, ha perseguido y asesinado con precisión inaudita a casi todos los miembros de la cúpula de Hamas y, por extensión, a la dirigencia de Hezbollah, oculta en el Líbano. Difícilmente se podría objetar algún inconveniente a estas medidas, lo que no impide que haya que afear a Israel su crónico desinterés en conseguir un acuerdo de paz y convivencia con el pueblo palestino.

Según los elementos básicos del derecho internacional, la respuesta a una agresión, aunque legítima como se ha dicho, debe guardar una cierta proporcionalidad con el ataque recibido y, por supuesto, ha de respetar las reglas de la guerra y los grandes códigos de derechos humanos. No ha sido así en absoluto ya que los bombardeos que Israel ha lanzado sobre la Franja de Gaza desde la agresión de Hamás han provocado la muerte de no menos de 42.500 personas, en su gran mayoría civiles, entre ellos 16.800 niños, 3.000 personas mayores de 60 años y más de 11.800 mujeres —en total, el 72 % de los fallecidos—, a los que se suman más de 99.600 heridos (incluidos 8.700 niños y 19.000 mujeres) y más de 10.000 desaparecidos, lo que elevaría la cifra de fallecidos aún más; más de la mitad de los desaparecidos son niños. Se trata de la mayor pérdida de vidas humanas desde los primeros conflictos entre Gaza e Israel, siendo las mujeres y los niños las principales víctimas de los ataques israelíes.

Ante esta agresividad insoportable, la comunidad internacional ha actuado con frivolidad. El gobierno israelí, con Netanyahu al frente, no solo ha rechazado con brusquedad intolerable las recomendaciones de la comunidad internacional a través de Naciones Unidas sino que ha declarado persona non grata al Secretario General de la organización. Asimismo, la Corte Penal Internacional, una joven institución de prestigio que podría sentar las bases de una fórmula para declarar un alto el fuego, se encuentra era una situación caótica después de que el fiscal Karim Ahmad Khan quedase fuera de control tras haber sido acusado de graves abusos sexuales en su propia oficina, poniendo un feo colofón al informe preceptivo sobre su comportamiento.

Titania
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Santander

Parece claro que la comunidad internacional no debería permanecer pasiva ante un conflicto en el Próximo Oriente que amenaza con inflamar toda la región, que está produciendo una matanza intolerable, y que ciega todos los hipotéticos desenlaces que podían dar paso a una solución 76 años después de la fundación del Estado de Israel. Hay que refundar la legalidad internacional que quedó francamente incompleta tras la Segunda Guerra Mundial, y los dos grandes bloques occidentales, los Estados Unidos y la Unión Europea, que en un cierto momento asumieron el papel estabilizador en las tensiones entre Israel y el mundo árabe de alrededor, deben cumplir sus compromisos si se quiere domesticar la multipolaridad actual. Algo que no será posible, desde luego, si Trump gana las elecciones. Pero no nos pongamos en lo peor.