Si tiene agujeros para los pendientes, es niña
¿Qué problema habría en no registrar el sexo al nacer? Se podría pedir a los padres que decidieran el nombre del bebé antes de conocer sus genitales.
Juro que esta anécdota es verídica. No tendría yo más de cinco años y caminaba aburrido junto a mi abuelo por el Parque de San Francisco. Oviedo, 1970. Sabe dios lo que andaría rumiando, pero de pronto le pregunté “¿y al nacer cómo se sabe si es niño o niña?”. Teodoro Errasti Corcuera, lívido, supongo, no movió un músculo de la cara. Con indiferencia, zanjó el tema con su lucidez habitual: “por los agujeros de las orejas, hombre. Si tiene agujeros para los pendientes, es niña”. Ole. Ole mi abuelo, defendiendo ya en la España franquista la performatividad del sexo como constructo social que se impone cisheteronormativamente sobre las superficies lingüísticocorporales que sufren la violencia epistémicorregistral. Antes que Derrida. Mucho antes que Butler. Cincuenta años antes que Irene Montero. Qué grande.
Al lío. Si la naturaleza del sexo es la de un aspecto subjetivo que cada persona se autodetermina en uso de su libertad —tal y como ha aprobado el Parlamento esta semana— entonces no hay forma de comprobar de qué sexo es un recién nacido, y, por tanto, no tiene ningún sentido registrarlo al nacer. En rigor, tampoco tendría sentido registrarlo en la edad adulta, ya que los registros administrativos de los Estados políticos son opacos a la subjetividad, y sólo se interesan por aspectos verificables por terceras agencias. Cuando una persona acuda al registro a modificar su sexo, no sólo va a modificar su sexo, sino sobre todo el significado de la palabra “sexo” en su DNI, que pasa de tener una naturaleza biológica a tener una naturaleza psicológica. ¿En qué quedamos, Ministerio del Interior?
¿Qué problema habría en no registrar el sexo al nacer? Se podría pedir a los padres que decidieran el nombre del bebé antes de conocer sus genitales —absurdo criterio que antes se usaba para comprobar el sexo del nacido—, no fueran a inducir con su elección un sexo al bebé que no se corresponda con su verdadero sexo, es decir, el sexo sentido. Aquellos padres que se negasen deberían someterse a un curso de reeducación y deconstrucción —como quieren hacer con Jordan Peterson en Canadá (¿¡¿¡se han enterado!?!?) —. Total, qué más da si no podemos realizar estudios desagregados por sexo sobre integración y rendimiento escolar, maltrato infantil, problemas médicos, explotación infantil, abuso sexual… Ésos son temas anticuados propios de feministas clásicas, no de feministas woke.
Fin de la ironía. Se pueden defender los derechos de las personas que no se ajustan a los estereotipos sexuales y combatir las situaciones de maltrato y discriminación que sufren, sin tergiversar la biología, hacer psicología basura, crear una neolengua abochornante, atacar los derechos de mujeres y menores, y socavar principios sólidos del Derecho. No es el camino que ha elegido la Ley Trans. Los problemas reales que viven estas personas no parecen la causa, sino más bien la excusa aprovechada por la izquierda brilli-brilli para arrearle una patada más en el culo a la racionalidad y cultivar el narcisismo de las pequeñas reivindicaciones sofisticadas. Recuerden la respuesta de mi abuelo cuando sus nietos les pregunten a partir de esta semana cómo se sabe al nacer si un bebé es niño o niña.