Carmina o la fuerza de las mujeres
Se nota que Paco León conoce, admira, y quiere, e incluso envidia, a las mujeres que retrata. La muerte imprevista del marido le sirve a Carmina para coger las riendas de su destino y, con astucia y fortaleza, mirarse en un espejo y saldar algunas cuentas con una vida que solo ha vivido a medias.
Veo al fin la última película de Paco León en una noche de Champions en la que, sin embargo, la sala no está vacía. Estoy rodeado de mujeres que, seguramente como yo, han huido de una ciudad desértica y de unos bares ocupados por testosterona que grita. Mujeres que, sin duda, se habrán reconocido en esta comedia que también es drama porque en ella su guionista y director ha reflejado con sabiduría esa fuerza casi telúrica que hace que las mujeres, como la Carmina del título, sean capaces de coger la vida -y por tanto también la muerte- por los cuernos.
Se nota que Paco León conoce bien, y admira, y quiere, e incluso envidia, a las mujeres que retrata. En la línea del mejor cine de Almodóvar, de ese del que ya apenas quedan rastros en sus últimas y decepcionantes películas, el sevillano, que no tiene ni un pelo de tonto, nos presenta una historia en la que ellas llevan el timón y en la que ellos ni siquiera son personajes secundarios. La muerte imprevista del marido le sirve a Carmina para en poco más de 24 horas coger las riendas de su destino y, con astucia y una fortaleza de la que solo saben las mujeres que como ella han vivido siempre por y para los demás, mirarse en un espejo y saldar algunas cuentas con una vida que solo ha vivido a medias. O que al menos siempre ha vivido en función de ese hombre del que un día se enamoró y con el que vivió, como les dijo el cura en el casamiento, hasta que la muerte los separó. En esas escenas que, como el mismo Paco León ha explicado, homenajea a Cinco horas con Mario, Carmina le cuenta al marido muerto lo que nunca le contó. Y lo hace sin despecho, con ternura incluso, aunque le resulte imposible esquivar la amargura de quien sabe que la vida es un tren que casi nunca vuelve a pasar por la misma estación. Esa en la que muchas mujeres, sobre todo de generaciones como la de Carmina, quedaron a la espera de una nueva oportunidad.
Era complicado no acertar con la enorme fuerza que Carmina Barrios transmite ante la cámara. Todo en ella resulta auténtico. Son creíbles sus salidas de tono, sus toses, sus risas, su nana imposible, su energía inagotable, hasta sus lágrimas fingidas. El gran acierto de su hijo es haber sabido poner el foco en el lugar justo y en no haber caído en la tentación de que el personaje se comiera a la historia y acabara convertido en una farsa. La película es Carmina, pero no solo ella. A su alrededor Paco León ha situado un grupo de mujeres que, al estilo de un coro que a la protagonista le sirve de espejo, aportan muchas claves sobre la capacidad de reinvención y la curiosidad admirable que habita en el alma de las mujeres. Su hija, su nuera, las vecinas, todas ellas trenzan una madeja de emociones, silencios, palabras, complicidades, que alcanzan el máximo en dos momentos impagables de la película: la conversación entre Carmina y el personaje de una Yolanda Ramos que se merece todos los premios, y el del duelo con esas cuatro mujeres que, separadas de los hombres, nos dan una auténtica lección de cómo superar las miserias de la vida. Y de cómo, pese a ellas, no perder la capacidad de ilusionarse, de probar nuevas cosas, de apoyarse entre ellas desde la asunción de su vulnerabilidad, de sentirse, pese a un mundo que se le pone tan complicado, fuertes y únicas. Capaces de acariciarse por dentro y por fuera, de trazar puentes solidarios y de entenderse pese a habitar en mundos distintos.
Los hombres apenas estamos en la película de Paco León. Estamos muertos, callados, estúpidamente salvajes, ridículos y débiles. En este sentido, la claudicación del forense frente al alegato de Carmina es sublime. Solo hay un hombre que en la historia es dibujado con trazo firme, luminoso, necesario. Ese que al final le devuelve la sonrisa a Carmina y que, de paso, le sirve a León para lanzarnos, como por otra parte no deja de hacerlo a lo largo de la película, una llamada de atención sobre este mundo de excluidos que estamos construyendo. Un mundo frente al que se levanta como una poderosa alternativa el humor, la generosidad y la empatía de Carmina. La madre Tierra. La lógica de la sostenibilidad de la vida. La madre que la parió.
Paco León nos demuestra en esta película, sin duda una de las comedias más inteligentes y emocionantes que he visto en los últimos tiempos, que sabe mirar y contar. Que es uno de esos hombres que se ha quitado la máscara y ha sabido aprender y compartir lo que ha mamado de mujeres tan poderosas como su madre. Solo desde esa racionalidad que no renuncia a lo emocional es posible entender una historia como la que nos cuenta, unas mujeres como las que nos hacen reír pero también derramar una lágrima. Solo el pulso de un artista puede regalarnos unos momentos tan bellos como los del entierro o un final tan esperanzado como el que recorremos con Carmina por las calles de Sevilla. Solo ante una película como ésta, y ante un cineasta como Paco León, el espectador puede caer rendido y cerrar la crónica con un amén laico de gratitud y enhorabuena.
Este artículo se publicó originalmente en el blog del autor.