A Adolfo, que siempre llegaba el primero
Adolfo era el alma de la fiesta. Entrabas en un bar, el que tú creías que era el más moderno, el que aún no habían descubierto las hordas heterosexuales, ese que solo conocías de oídas y que llevaba abierto un par de semanas..., y allí estaba él: rodeado de gente, con su pañuelo blanco en la mano secándose el sudor, bailando y riendo como una bestia.