Nos las prometíamos muy felices toda la familia yendo a visitar la nueva y única librería que Amazon tiene en todo el mundo. Situada en el distrito universitario de Seattle, la ciudad en la que la compañía tiene su sede. Casi como si se tratara de una atracción de feria.
Amazon recibe palos por todos los sitios, a pesar de que cada vez tiene más fieles. O quizás por eso. Se le acusa de prácticas laborales seudoesclavistas, de no pagar impuestos y de haber pulverizado las librerías. Sin embargo, la mayoría de los que la critican son los mismos que compran en Amazon hasta maquinillas de afeitar.
Los últimos datos nos dicen que el libro en papel ha aguantado el vendaval de Internet. Al contrario de lo que ha pasado con la música o el cine, que han sucumbido a la venta online y han naufragado en el mar de la piratería, el libro de toda la vida sigue siendo la primera demanda de los lectores en todo el mundo.
En Capitol Hill, uno de los barrios más hipsters y caros de Seattle, la gente no va a misa porque apenas se ven iglesias. La gente hace jogging, va al gimnasio o de compras. Es una ciudad de foodies, gente que mata por una experiencia gastronómica fuera de lo habitual.
Australia se ha convertido en una especie de nueva California. Sus ciudades son arquetípicas del ideal vital en esta época que nos ha tocado vivir, sitios donde se trabaja duro de 9 a 5, pero luego la gente se va a la playa, a hacer senderismo o a tomarse un cocktail en un bar guay.
Frente al dinamismo del trabajo en EEUU, me vienen a la cabeza expresiones que todavía se oyen a menudo en España y reflejan una manera de entender el trabajo y la vida. Algunas de ellas, a bote pronto, son "hacer oposiciones", "cantar temas", "no puedes irte antes de las siete", "se trata de meter horas", "de aquí, de toda la vida", etc.