El hipsterismo o la lógica cultural del capitalismo posmoderno: entrevista a Víctor Lenore
Tiene su lógica que un adolescente se vaya a estudiar a Inglaterra un verano y se crea el más guay cuando vuelve en septiembre a clase lleno de música indie para enseñársela a sus compañeros. Pero si uno sigue igual con 30, 35 o 40 años, quizá seas más problemático. Sobre todo, si eso lo utiliza para reivindicar un cierto individualismo ético, estético y musical, que mira con ironía y sorna a las masas que disfrutan con el pop más comercial, el reggetón, la salsa o la cumbia. O a la izquierda de asamblea, Manu Chao, Pedro Guerra o Quilapayún. Porque ese manto de modernidad que cubre los centros gentrificados de la grandes ciudades puede que no tenga nada de nuevo ni rupturista, que sea pura retórica comercial. O puede que no sea así, y todo esto suene muy tremendista y sesudo. Pero para saber si uno piensa lo uno o lo otro, mejor leerse Indies, Hipsters y Gafapastas (Capitán Swing), el libro que acaba de publicar el crítico cultural Víctor Lenore y sobre el que pudimos charlar con él en una cafetería de Madrid. Lenore es un converso que pasó de escribir en los sitios más cool y despolitizados a defender que la cultura es, también, un instrumento de lucha política. Pero, como se puede ver en esta entrevista, el camino de un sitio al otro es siempre largo y está plagado de reflexiones, algunas quizá polémicas.
La primera es que la supuesta hegemonía cultural del hipsterismo en la España actual es el último paso de un proceso de despolitización que comenzó en los ochenta. "¿Y cómo se produjo?" "La gente estaba cansada del cainismo franquista y apenas se hablaba de política en las casas". Muchos veían la política como "un rollo", y ese contexto favoreció una revolución conservadora, "se domesticó a los sindicatos" o se acabó con la cultura de barrio. "Eso que en otros países hizo Thatcher o Reagan, aquí lo hizo Felipe González”. Según Lenore, salvo casos excepcionales como el rock radical vasco, muy vinculado a la cultura comunitaria de casas okupas y radios libres, el mundo de la cultura se plegó ante esta situación: “La Cultura de la Transición ha consistido en parte en recibir subvenciones a cambio de no crear conflictos políticos. Esto ha funcionado desde los 80 hasta el 15-M”.
Los ochenta fueron una época de anglofilia en España; según Lenore, también en contraposición con el Franquismo, que odiaba al Reino Unido por el conflicto con Gibraltar. Desmovilizados políticamente y anglófilos perdidos, los jóvenes de la clase media española caían en las redes de una música entregada a los padecimientos y lamentos individuales de músicos que sonaban rupturistas, pero que no querían cambiar las injusticias de la sociedad.
Tan poco progresista es este mundo, según Lenore, que líderes conservadores como David Cameron repiten una y otra vez lo fans que son de grupos indies. "Siempre que puede, menciona que sus grupos favoritos son The Smiths o Band of Horses, mientras intenta presentarse como un líder moderno muy cercano a las industrias creativas, que se han convertido en una gran fuente de negocio en el capitalismo contemporáneo". Pero ya ocurrió también con el mismísimo Tony Blair, que se rodeó de Noel Gallagher , icono del Britpop, al principio de su mandato: “Ayudaban a dar una imagen de modernidad”. "¿Pero no eran los Gallagher gente de la clase obrera de Manchester?" “Sí, pero de esa clase obrera cuya visión del éxito nada tiene que ver con la comunidad, sino con ver a uno de los suyos codeándose con los famosos y con la gente con poder”. El hipsterismo español no es menos elitista: “Si uno mira en España a los referentes del hipsterismo, se encuentra con Brianda Fitz-James Stuart, la nieta de la duquesa de Alba. No hay ningún tipo de contestación al poder”.
Otro pilar del hipsterismo, según el libro, son los medios afines al hipsterismo, con sus dinámicas laborales. Lenore describe un fenómeno curioso: la mayoría de los redactores cobran sueldos precarios, pero se sienten más cerca de sus bien remunerados jefes hipters que de la masa, igual de precaria, pero con gustos estéticos y culturales muy distintos. Y un hecho relevante: “En todos los años que estuve en publicaciones del mundo hipster, jamás escuché la palabra sindicato”. Para Lenore, también hay un problema con la selección de temas que hacen los medios, pendientes siempre de atraer publicidad y muy cautelosos con alentar temas como el software libre, que pudieran molestar a algún anunciante. Lo mismo ocurre con los personajes o creadores radicalmente alternativos a la cultura dominante. “En este país es imposible que te compren un tema sobre el cantautor chileno Víctor Jara, tan vinculado a valores comunitarios. Pero Johny Cash aparece en todos lados. Y apenas se ha prestado atención a la música popular latinoamericana”.
Mención aparte le merecen los festivales de música como el Sónar de Barcelona o el FIB, iconos del moderneo español. "¿Cómo es posible que en el último Sónar fuera un grupo extranjero como Massive Attack el que se posicionara en un tema como el de Can Vies frente al silencio de los directores del festival?", se pregunta Lenore en referencia al desalojo de un centro social okupado en el barrio barcelonés de Can Vies por parte del Ayuntamiento. También compara el FIB, icono de la cultura indie, con el Rototom Sunsplash, un festival de reggae que también se hace en Benicassim y que, según Lenore, es una especie de espejo que le muestra al FIB una imagen mucho más democrática, comunitaria y participativa de lo que puede ser un festival: “Para empezar, los niños y los mayores no pagan. Pero es que además hay otros actos como charlas y conferencias sobre temas sociales y políticos donde la gente participa”.
Una de las fortalezas de este libro está en que Lenore ha formado parte de la cultura hipster: hijo de la clase media "con aspiraciones", habitante de urbanización cerrada en lugar de barrio, estudiante de colegio privado, joven en la España del socialismo felipista y meritocrático que "sustituyó el discurso de la igualdad por el de la igualdad de oportunidades", Lenore fue uno de esos chicos que se sintió más guay con la música que traía de los veranos en Inglaterra, empezó a meterse en el mundillo indie, formó un pequeño sello discográfico de música independiente, empezó a publicar en revistas alternativas, y terminó dejando su carrera de Derecho, porque lo otro le gustaba más. Pero como la gente evoluciona con el paso del tiempo, su mirada sobre el mundo de la cultura, también cambió, poco a poco, como "una gota malaya":
En 1998 sale a la calle Clandestino, el primer disco en solitario de Manu Chao, cuyas canciones giraban en torno a la experiencia migrante en las grandes urbes occidentales. A Lenore le encantó el disco, pero vio cómo en su ambiente lo trataban con un cierto desprecio y se reían de los “pies negros” y de los “perroflautas”. “Frente al posmodernismo de corta y pega que decía que no había nada nuevo que contar, Manu Chao demostró que sí lo había y que venía de las experiencias de esa gente que llegaba de otros países: los locutorios, el trabajo precario, una vida muy perra…”
A Lenore también le marcó el auge del movimiento antiglobalización, con las manifestaciones de Seattle contra la OMC en 1999, o la aparición de libros como No Logo, de Naomi Klein. Pero sobre todo, fue muy importante su participación en un proyecto en el barrio de Lavapiés, Ladinamo, que incluía un local sociocultural, revista, conciertos y otras actividades, en el que convergieron sociólogos, filósofos y gentes de los movimientos sociales, y donde comenzó su verdadero proceso de politización. “De repente empecé a sentirme incómodo con una especie de doble vida que tenía: por las mañanas estaba en ese mundo hipster de revistas cool que estaba totalmente despolitizado, y por las tardes estaba en reuniones con gente totalmente volcada en cuestiones sociales y políticas”. Hoy, la vida laboral de Lenore es más acorde y combina el periodismo cultural con perspectiva crítica en medios como El Confidencial o Minerva, la revista del Círculo de Bellas Artes de Madrid o el programa Mondo Sonoro, donde colabora como guionista, con un blog del que se encarga y que le da algún ingreso moderado pero estable.
Y ahora que la política lo inunda todo, está expectante con la aparición de Podemos. Le gusta su lenguaje horizontal y participativo, mucho menos contaminado por los excesos ideológicos de cierta vieja izquierda. Por eso también advierte, en su libro y en la entrevista, contra el elitismo de algunos jóvenes que se ponen magníficos hablando de autores incomprensibles y farragosos de la izquierda intelectual en lugar de practicar activismo comunitario. Los llama "hipsters de izquierdas". Otra forma de elitismo frente a la masa. Pero es que quizá se olvida Lenore de lo mucho que nos gusta sentirnos especiales. Por muy artificial que sea el juego de máscaras e identidades.