¿Es posible que, en la posguerra tuviéramos ejemplos de un teatro moderno? Esa parece la pregunta que plantea Arte nuevo, el emocionado homenaje que se plantea en el Teatro Español al grupo teatral homónimo. Dos espectáculos de los años juveniles de Alfonso Sastre y Medardo Fraile.
Son cada vez más las voces autorizadas que coinciden en que la evolución de Europa en las últimas décadas ha desembocado, casi violentamente, en una gran encrucijada que se resume en optar entre una Europa social y universalmente solidaria, herencia de la posguerra, o una Europa financiera y utilitaria, impuesta tácitamente por la realidad económica y geopolítica.
La primera vez que vi a alguien besar el pan cuando caía un trozo al suelo o cuando había que tirarlo a la basura fue a una pareja que tuve, casi diez años mayor que yo. Su madre, que había conocido la posguerra, así se lo había enseñado. Ahora, en su nueva novela, se lo escucho de nuevo a Almudena Grandes.
Me identifico con su pasión por esa gente arrolladora y desastrosa, atractiva y frágil, deslumbrante y disparatada, adorable e insoportable, siempre al borde del abismo, a punto de estar genial. Gente límite, excitante, experta en exprimir la vida, caminar por el alambre y estropearlo todo. Habitantes de un país aparte.
Hoy andamos por encima de los huesos, ya quizá desintegrados, de sus habitantes, en un sentido literal: cuántos de los doscientos mil civiles asesinados por los nazis durante el levantamiento seguirán todavía aquí enterrados, bajos los escombros sobre los que se levantó esta ilusión de ciudad antigua.