Agaché la cabeza, bajé los hombros y me puse a llorar como cuando era niño. Lloré un buen rato, de miedo, lloré por sentirme tan solo y tan lejos de casa.
El único camino a donde te conduce el rencor es hacia tus propias cicatrices emocionales, hacia esa versión de ti misma disminuida por la angustia y el temor.
En un país de tradición cristiana como el nuestro, la Iglesia católica es la que ha venido estableciendo desde hace cientos de años lo que esta bien y lo que está mal. Los principios y valores de la Iglesia, en los que yo he sido educado, no me parecen mal para vivir en sociedad. Sin embargo, no me encuentro demasiado cómodo con el principio del perdón que predica la Iglesia.