El sentimiento de orgullo paterno o materno por los hijos no acaba nunca, desde el primer balbuceo del bebé que el papá interpreta como su primera palabra dedicada a él. Y por mucho que pase el tiempo, tampoco nos quitarán la cara de idiota babeando el día que consigue su primer trabajo si hay suerte, o el día que deciden independizarse al fin.
Cada año salimos obstinadamente a la calle. Como cada año, el Orgullo nos saca a las calles y visibiliza nuestra razón en nuestro lema, haciéndonos presentes en nuestra obstinada determinación; y este año, otra vez, nos manifestamos. Este año, por quienes no pueden.
En los días previos al desfile del 12 de octubre muchos políticos se lamentaban de la falta de orgullo de los españoles. Dejando aparte las alusiones al tema catalán, lo que realmente molesta a muchos políticos no es la falta de orgullo sino que no es el tipo de orgullo que les conviene.
Que el Orgullo nos mueva este año como siempre, que sepamos escribir nuestra lucha, alzando la voz y la exigencia no importa por qué calle o hasta qué plaza, sino con qué intención y con qué meta, pues es mucha la lucha pendiente como mucho ha sido lo conseguido a golpe de activismo y sacrificio.
Conseguir que te respeten es un derecho y tienes que hacerlo valer. Una persona respetada se siente a gusto y cómoda en los grupos sociales con los que se relaciona. También piensa que sus opiniones son importantes y las emite sin miedo a la crítica ni al rechazo. Es capaz de defenderse cuando le atacan, porque su dignidad es más importante que evitar un conflicto.
Aguardamos con impaciencia a que el Tribunal Constitucional se pronuncie y deje definitivamente zanjada esta cuestión, de forma que una vez garantizada la igualdad legal de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales.