Reducir su consumo de energía, cambiar la batería o reutilizarlo como mando a distancia limitan el impacto ambiental y social que causa la fabricación de 'smartphones'.
Si algún loco pretende resucitar sus cacharros y aparatos llevándolos a arreglar, procurarán disuadirle de tan demente ilusión, pues el arreglo será siempre más caro que la compra de otro cachivache nuevo, más moderno, más perfecto quizá, pero tan programadamente mortal como sus antecesores.
Según datos de la ONU, los residuos electrónicos suponen entre 20 y 50 millones de toneladas anuales en todo el mundo. Una e-basura que se produce en los hasta ahora denominados países ricos y se envía en muchos casos a los países pobres como Ghana, como ha denunciado Greenpeace.