Una semana después de la tragedia en la que el pequeño Aylan Kurdi pereció ahogado sigo sin encontrar un argumento convincente que justificara la publicación de la foto del cadáver del niño de tres años, tendido boca abajo en una playa turca.
La de Aylan no es sólo la fotografía de un niño de tres años ahogado en el mar. Es la fotografía de la vergüenza, es el fracaso de Europa y es la pasividad de los que nos gobiernan. Pero es también la consecuencia de mirar para otro lado, y nos ha ido a buscar a donde hemos desviado la vista, para que sí, se nos atragante el desayuno.
Gervasio Sánchez es un periodista formidable por muchas razones. Pero hay una clave esencial: su hipersensibilidad para identificarse con las víctimas, los débiles, los perdedores. Esa descomunal empatía le permite situarse en un lugar moral y mental perfecto para contar ese dolor con una intensidad y una verdad que hacen de él un fuera de serie.
¿Quién es el chaval de la fotografía? Podría ser un refugiado sirio. O bosnio. Podría ser libanés, armenio, palestino, croata, kosovar o chipriota. ¿Es colombiano, salvadoreño o nicaragüense? ¿Judío o musulmán? ¿Gitano? ¿De dónde es? ¿De qué huye?