Estás vieja, lo sabes, ¿no? Las rodillas no te duelen por aquella vez que fuiste al gimnasio o por tu famosa caída de bici con doce años. Ni siquiera puedes escapar de los granos, ni por supuesto de la gravedad. Es culpa de la anticuada costumbre que tenemos de envejecer. Los 45 no son los nuevos 30, esos treinta los perdiste hace muchos años y no los vas a recuperar.
La imagen de esa cabellera de plata me animó. ¿Qué tiene de malo aparentar la edad que tienes? Tengo casi sesenta años. No quiero ser una mujer más joven. Me encanta mi espíritu y mi cuerpo. Me encanta la edad que tengo, cargada de sabiduría y experiencia.
Denuda, me puse frente a las puertas del armario con las luces encendidas y me mentalicé. Respiré hondo y coloqué los espejos para poder verme de cuerpo entero. Abrí los ojos y observé mi cuerpo con atención. Y al descubrir la verdad me dio un vuelco el corazón: ya no soy una mujer joven.
Me sorprendió que mujeres de 30 esten tan nerviosas por envejecer. Cuanto más pensaba en ello, más deseaba haber tenido a una mujer mayor cerca cuando yo tenía 30 años. Si hubiera contado con ella, habría desarrollado mucho antes una visión más equilibraba de lo que supone envejecer.
Cuando éramos jóvenes, tu madre y yo salíamos a pasear por el pueblo con la que se convertiría en mi suegra. Caminaba por la carretera cinco pasos por delante. Si la conversación bajaba de volumen o guardábamos silencio se volvía a mirar para escudriñar qué ocurría.
El tabaco puede producir cambios en la función de los genes en el fumador y estos cambios ser heredados por los hijos o los nietos en detrimento de la salud en estos últimos.