Cuando le preguntaban a Henry Miller sobre cuáles eran las cosas que le habían gustado más de Grecia, él respondía: la luz y la pobreza. La respuesta era sin duda sorprendente, pero a nada que se profundiza un poco en Grecia, la frase cobra todo su significado.
No hay que ser un profeta para predecir que el último capítulo de la crisis del euro dejará las políticas de austeridad de Alemania reducidas a jirones. Grecia ha dado una lección a Europa. La pregunta ahora no es si Merkel lo aceptará, sino cuándo. ¿Estará esperando a la debacle en España?
Alexis Tsipras, el dirigente de Syriza (había quien creía que encarnaba la esperanza griega), ha excluido a las ministras de su masculino Gobierno. Empezamos mal: no hay peor manera de afrontar la lucha contra la desigualdad. ¿Consecuencias? Ninguna.
Asistimos a la firma apresurada del primer acuerdo poco antes de la quiebra y vimos cómo nuestra vida pasaba a depender de la voluntad de la Troika, que decidiría cuál sería la próxima dosis para mantener con vida al paciente. Somos un pueblo trabajador que veía cómo su vida cambiaba abruptamente con las estrictas medidas de austeridad.
En lugar del plan de la Troika, mi nuevo partido un Plan Griego de reformas esenciales, desde la política al sistema de impuestos, desde la transparencia hasta la meritocracia y la e-gobernanza; una democracia que funcione en yuxtaposición a un capitalismo de Estado clientelista fallido.
Muchas de las contradicciones que vive hoy Grecia tienen su origen en una época que la crisis ha devorado. Hoy no podrán votar miles de ciudadanos griegos que viven en el extranjero; ni acudiendo a sus embajadas ni haciéndolo por correo. O bien han venido el fin de semana o no podrán ser parte decisiva de este gran momento histórico para su país.