Nunca me gustaron las despedidas. Al decir adiós siempre añado un "bueno, estamos en contacto", o "seguro que coincidiremos", o el socorrido "tenemos que quedar". Quizá lo único que importe sea la intención. Estos días dejo atrás el colegio de mi hija que ya ha crecido lo suficiente como para ir "al de mayores". Recuerdo cuando la dejé con Carmela. Tenía nueve meses y echaba la siesta en una cuna acompañada por su gallo Claudio. Al otro lado de los barrotes estaban algunos de los que hoy son sus mejores amigos