En Venezuela, ser homosexual es muchas veces, demasiadas veces, sinónimo de enfermedad, de depravación, de pecado; es ser ciudadano de tercera; es ser víctima del acoso, de la burla; es no tener protección; es vivir en un armario profundo y oscuro para preservar un mínimo de dignidad.
Somos homosexuales algunos de los que nos dedicamos a la política en las democracias modernas. Si el porcentaje de la población gay, según los sociólogos, es en torno al 10% de la población, sin disponer de datos oficiales me atrevería a decir que en política puede superarse.
Este miércoles dos niños valencianos de 5 años se levantaron con una noticia demoledora: el Tribunal Supremo ha decidido que sus padres no son sus padres. El pecado de estos niños es tener dos papás. Dos hombres valientes que decidieron cumplir su sueño de ser padres emprendiendo el difícil camino de tener hijos por Gestación Subrogada en California.
Hará falta mucha pedagogía y mucha movilización social. Una pedagogía que debería empezar por explicarles a los diputados del PP europeo que votaron en contra de un informe de la Eurocámara que el reconocimiento y garantía de los derechos LGTBI no es una cuestión ideológica, como tampoco ajena a los intereses de la UE. Se trata nada más y nada menos que de una cuestión de derechos humanos, o sea, de democracia.