En cualquier otro país europeo, con los que compartimos tantos aspectos de la crisis y tantos valores en crisis, un primer ministro o jefe de Gobierno que se encontrase al frente de un partido político en el que se hubiera acumulado una suma tan alucinante de casos de corrupción como el PP español, habría dimitido, independientemente de que la mayoría parlamentaria de apoyo fuera absoluta o simple.