Cuando a un familiar o a un amigo nuestro le diagnostican un cáncer, el mundo se nos viene abajo, nuestros valores se descolocan, nuestras emociones estallan y posiblemente nuestra cabeza buscará razones inexistentes que nos expliquen por qué le ha tocado precisamente a esta persona sufrir la enfermedad. Pero hay una cosa que seguro que debemos, podemos y sabemos hacer, y se resume en un solo verbo: acompañar.