El único canuto que se ensanchó sin límite en los años de las vacas gordas fue el de la obra pública y el inmobiliario, cuyo paradigma está hoy en esas autopistas de peaje en la ruina. Mientras tanto, el Wi-Fi del pueblo de mi mujer sigue yendo endemoniadamente lento.
Se rumorea con la nacionalización o rescate de estos proyectos que nunca debieron emprenderse. Las concesionarias están lejos de ser empresas de interés nacional como sí pudieran serlo algunos bancos, y si deben quebrar por haberse embebido en un negocio ruinoso no puede ser el contribuyente el que lo evite con su esfuerzo fiscal.
Les importa un comino la seguridad. Lo que se quiere es ingresar más o sacar de una situación financiera insostenible a las entidades concesionarias, cuyo nivel de endeudamiento les sitúa al borde del desastre. Mientras el Parlamento decide si subir o no el límite hasta 140 y en qué vías, los peajes suben el 1 de enero.
Lo malo es que la mayoría de la red de autovías gratuitas se ha construido desdoblando las vías anteriores de doble sentido. Eso significa que si se fija un peaje para estas vías, no hay recorrido alternativo ¿Es eso constitucional? Otra cosa será el repunte inevitable en la siniestralidad: carreteras más congestionadas son más propensas a los accidentes.