Durante décadas se nos ha hecho creer que encontraremos la felicidad adquiriendo el último modelo de coche/teléfono/par de zapatos/etc. Pero en cuanto conseguimos ese último modelo que iba a garantizar nuestra felicidad, nos dicen que algo nuevo acaba de salir y que nunca seremos felices si no lo conseguimos... Así es como hemos creado el consumismo.
Una mañana de febrero de 2008, me encontré con el padre de una paciente. Aquel hombre se aferró a mí y me dijo con desesperación que su hija se había matado. No consigo recordar con qué palabras intenté reconfortarle. Lo que sí recuerdo con gran nitidez es que aquel día decidí dedicar mis esfuerzos a la prevención. Desde entonces, la pregunta "¿por qué?" se convirtió en una afirmación: por quién.
Los ciudadanos de los países ricos nos beneficiamos de la pobreza global. No hay más que pensar en los precios baratos que pagamos por bienes producidos en condiciones cercanas a la esclavitud. ¿Qué se puede hacer? Habría que evitar beneficiarse, en la medida de lo posible, de la injusticia.
Los mercados han invadido todos los ámbitos de la vida. Deciden por nosotros sobre valores y principios que antes estaban bajo la potestad del espíritu del hombre. Vivimos en la era del triunfalismo del mercado, caracterizado por un discurso público que ha quedado vaciado de sustancia moral.
En estos días brumosos hay pocas cosas tan gratificantes como poder compartir historias de esperanza; historias de individuos que han sabido cambiar el rumbo de sus vidas. Esta comienza por Marc Freedman, un norteamericano que ha dedicado buena parte de su carrera a reinventarse en el periodo que va entre la madurez y la jubilación.
"La energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma". Hagamos una prueba, sustituyendo la palabra energía por dinero. Lo que tenemos es el Primer Principio de la Economía (PPE).