Maldita sea, ¿por qué no arreglamos (ahora) esto?
Envuelto en la tesis "o yo o el caos", y arropado por la mayoría absoluta de la que goza el PP en la Cámara, Rajoy demostró que no tiene intención alguna de mirar la tozuda realidad con otra perspectiva, y que por tanto confía en que sea una dudosa recuperación económica la que justifique su política. Pero llegar a acuerdos con los demás grupos, a pesar de esa mayoría, sí sería una buena dosis de democracia.
El 20 de febrero de 2013 ha sido un miércoles más en la línea de los tiempos que corren:
- Los jueces, en huelga.
- El líder de los socialistas catalanes, Pere Navarro, pidió al Rey que abdique ya en su hijo.
- Los trabajadores de Iberia se concentraron en protesta por el ERE y amenazaron con extender la huelga a Semana Santa.
- La gala de los Goya siguió provocando sarpullidos en el PP: el alcalde de Valladolid arremetió contra Javier Bardem por ser propalestino... y acudir a un hospital judío (!).
- La fiscalía Anticorrupción consideró que hay "indicios múltiples y contundentes" de delito en la actuación de Bárcenas, pero se opuso a medidas cautelares como una pulsera telemática.
- El festival de Benicàssim entró en concurso de acreedores.
- El Gobierno búlgaro del conservador Boiko Borisov dimitió en bloque por el aumento de los precios, las medidas de austeridad y los escándalos de corrupción.
- Angela Merkel dijo que nada de tomar medidas contra la guerra de cambios que tiene en jaque al euro, aunque ello suponga "derretir como la nieve bajo el sol" el duro trabajo que están haciendo países del sur de Europa -como España- para reducir sus costes laborales.
Dentro del Congreso de los Diputados, comenzaba el debate sobre el estado de la nación.
Acertó Rajoy al comenzar recordando el número de parados -cinco millones novecientos sesenta y cinco mil cuatrocientos-, y cuando no escatimó dramatismo a la hora de definir el momento por el que atraviesa el país:
Y acertó Rajoy cuando propuso una batería de medidas contra la corrupción y un acuerdo amplio con todos los grupos de la cámara.
Pero Rajoy, en lo económico, se propuso "mantener una línea de actuación inalterable"; sobre la cuestión catalana y la Constitución, advirtió poco menos que ni tocarla; y en sus buenos propósitos sobre la lucha contra la corrupción obvió deliberadamente cuál es la génesis de ese impulso reformista: la grave sospecha de corrupción que no sólo afecta a Luis Bárcenas -cuyo nombre no quiere pronunciar-, sino a todo el PP, su partido. Incluso se permitió un airado reproche a quienes señalan esa incongruencia, porque dañan la imagen del país. Así que, envolviéndose en la tesis de "o yo, o el caos", y arropándose en la mayoría absoluta de la que goza en la cámara, demostró que no tiene intención alguna de mirar la tozuda realidad con otra perspectiva, y que por tanto confía en que sea una dudosa recuperación económica la que justifique su política.
Y ni siquiera fue capaz de poner un horizonte temporal a ese futuro del que habló.
En su turno, acertó Rubalcaba al puntualizar a Rajoy en el diagnóstico: la austeridad no es una política económica; estamos intervenidos de facto; si mejora la balanza de pagos no es porque exportemos más, sino porque importamos menos; y si somos más competitivos, en gracias al paro y la bajada de los salarios.
Acertó Rubalcaba al llevar al debate la sanidad, la educación, los desahucios y la pobreza; y al abordar la situación catalana como un aviso de que resulta imprescindible abordar una reforma de la Constitución. Era obligado que se refiriera, por su nombre, a Bárcenas; y su frase: "¿De verdad cree, Sr. Rajoy, que puede gobernar un país en crisis pendiente cada mañana de que al Sr. Bárcenas le entre un ataque de sinceridad?", resonó como un latigazo en el hemiciclo.
El problema de Rubalcaba es que tiene un pasado, "una historia", como le recordó Rajoy. Y que, por muy cansino que resulte tirar del argumento de la herencia recibida, esa herencia es tan envenenada como inevitable, y es la gran baza con la que cuenta Rajoy (y bien que la utiliza). Por eso, ni el derecho a la rectificación al que apeló el líder de la oposición, ni siquiera su lamento ("Maldita sea, ¿por qué no arreglamos aquello?"), resultan suficientes para que pueda sacudirse el lastre de encima.
Por eso, y por la actitud mostrada en las réplicas por Rajoy, parece difícil que salga adelante el punto más sugerente de su intervención:
¿Y por qué no? Y si no éste, ¿será posible que salga adelante algún otro acuerdo en la Cámara? ¿Tan sólo la propuesta anti-corrupción de Rajoy, sin que dé explicaciones de Bárcenas? Llegar a acuerdos, a pesar de la mayoría absoluta del PP: eso sí sería una buena dosis de democracia.
Veremos. Hoy jueves, el debate continúa.