El increíble viaje a la Moncloa de Pedro Sánchez
El nuevo gobierno puede ser un infierno, pero también es una inmensa oportunidad
Al borde de las lágrimas, en octubre de 2016, el diputado Pedro Sánchez anunciaba que abandonaba el acta de diputado del PSOE. Recién defenestrado por su partido, era un cadáver político.
Un año y siete meses después, Sánchez ha vuelto por la puerta grande al Congreso y está a horas de liquidar a Rajoy y su Gobierno, y de ser investido presidente. Y todo, sin anestesia. Sin que los populares hayan tenido tiempo material de entender qué demonios ha ocurrido para que, en apenas siete días, hayan pasado de aprobar triunfalmente los difíciles presupuestos de este año a acabar en el banquillo de la oposición. De pensar que tenían el camino expedito hasta el final de la legislatura, en 2020, a esperar en las puertas de Moncloa el autobús que les devuelva a casa y a una vida sin los privilegios del poder. En la parada están el presidente, todos sus ministros, secretarios de estados, directores generales y, al menos, otros 600 cargos de confianza.
Siempre ha habido aves Fénix en política -mírese el caso Berlusconi-, pero este increíble viaje protagonizado por Sánchez no tiene precedentes. Podemos llamarlo audacia o temeridad, pero posiblemente sea una combinación de ambas, sumado a un innegable instinto político. El mismo instinto que, tras cuarenta años en la política, abandonó a Rajoy el pasado jueves al conocerse la sentencia de la Audiencia Nacional sobre el caso Gürtel -la primera de ellas-. Rajoy echó mano del manual que hasta ahora le había funcionado: "Son cosas del pasado", "Son casos aislados", "Un par de ayuntamientos", "No es cierto que mi partido haya sido condenado penalmente", "Ninguna de esas personas de las que me hablan están ya en el Partido Popular"... y así hasta completar la retahíla exculpatoria cien veces repetida, cien veces consentida. Hasta hoy.
Esta vez, ni Rajoy ni su Gobierno -especialmente María Dolores de Cospedal- olfatearon que la paciencia de la ciudadanía con la corrupción había llegado a su límite. Que la gravedad de las condenas, la descripción minuciosa de las tramas criminales de enriquecimiento y el párrafo letal que alude a la falta de credibilidad del presidente hacían insoportables las excusas de siempre.
Sí lo olió Sánchez, que actuó a velocidad de vértigo registrando una moción de censura, sin ni siquiera alertar a los suyos, para impedir cualquier otra maniobra de Rajoy. Olió la oportunidad Pablo Iglesias, debilitado por la polémica sobre su chalé. En cuanto al PNV, que había amarrado 540 millones de euros de los presupuestos para infraestructuras en el País Vasco, además de arrancar de Rajoy una subida de las pensiones muy por encima de lo que parecía posible, apenas tardó unos días más en entender que no podía quedarse como único valedor del PP junto a Ciudadanos. La actitud de Albert Rivera ha sido de puro desconcierto, con el juicio nublado por los dulces vapores que emanan de las encuestas de intención de voto. Sus dubitativas y contradictorias propuestas (moción instrumental, adelanto electoral pactado, salida ordenada de Rajoy, un ejecutivo presidido por notables del PSOE) han acabado por dejarle en la misma orilla que el noqueado PP.
Capítulo aparte merecen los partidos independentistas catalanes. Con la propuesta de un nuevo Gobierno sin huidos ni encarcelados que facilitará el fin del artículo 155, tanto ERC como el PDCAT han visto su ventana de oportunidad y han decidido sumarse a la moción de censura contra Rajoy, su bestia negra. El ensayo de línea dura que estrenó el propio Sánchez hace apenas unos días, calificando de racista y supremacista al president Quim Torra, queda ya para las hemerotecas. Hoy desplegaba dulzura al dirigirse a los portavoces Campuzano y Tardá, recordaba el pecado original de la reforma del Estatut, señalaba que nación hay una pero también hay otras, y apostaba por el diálogo, sin dejar de reivindicar la Constitución.
Si no hay maniobras orquestales en la oscuridad a lo largo de esta noche, mañana Pedro Sánchez será investido presidente. El horizonte de unas elecciones anticipadas será elástico: dependerá de cómo consigue gestionar un ejecutivo con sólo 84 diputados propios. Podemos ya le ha sugerido el camino, con una alianza que dé solidez al Gobierno, pero aunque así fuera el camino estará lleno de minas bajo la oposición feroz que hoy anticipaban Rajoy -o quien le sustituya- y Rivera. El Gobierno será débil, pero hay base posible para aprobar una serie de iniciativas legislativas de corte social que saquen del marasmo a la legislatura. Y sobre todo, hay ganas.
Esta nueva etapa puede ser un infierno, sí, pero es también una inmensa oportunidad. Una oportunidad para ensayar acuerdos transversales con fuerzas políticas que están condenadas a entenderse. Una oportunidad para el PSOE, que decaía en las encuestas y que ahora recupera, cual conejo de la chistera, un liderazgo inesperado. Una oportunidad para impulsar la acción política, y no sólo la acción judicial, al abordar el independentismo catalán. Al PP le llega el momento de regenerarse de verdad y romper con lo peor de su pasado, fuera del Gobierno. La campaña electoral ha comenzado ya, y Ciudadanos sigue favorito en los sondeos: no hay mayor acicate para que las fuerzas progresistas demuestren que otra forma de gobernar es posible.