Sé fuerte, Europa
No quisimos verlo venir: nos aferramos y autoengañamos con un posible vuelco electoral de última hora a favor de la permanencia que jamás se produjo. Como David Cameron, nos quedamos en paños menores, con cara de idiotas y sin un plan B. El Reino Unido fieramente rural, hipernacionalista y de edad madura le ha robado la cartera a los jóvenes británicos, a los escoceses y a los de la City.
Oh, well. Quedémonos con lo mejor del carácter británico -su flema-, para afrontar el electroshock que su otra seña de identidad -la excentricidad- acaba de propinar a Europa.
No quisimos verlo venir: nos aferramos y autoengañamos con un posible vuelco electoral de última hora a favor de la permanencia que jamás se produjo. Como David Cameron, nos quedamos en paños menores, con cara de idiotas y sin un plan B. El Reino Unido fieramente rural, hipernacionalista y de edad madura le ha robado la cartera a los jóvenes británicos, a los escoceses y a los de la City.
Pocas horas después de conocer el resultado, y en un ataque de sinceridad propio de los borrachos de triunfo, el líder ultranacionalista Nigel Farage (UKIP) reconocía que uno de los grandes eslóganes de campaña era falso: el que decía que fuera de Europa, 350 millones de libras al mes irían a parar a la Sanidad británica (en vez de a los codiciosos bolsillos de Bruselas), en una especie de Europa ens roba. Igual que los malos periodistas no pueden resistirse a una buena noticia, aunque sea falsa, los políticos tóxicos adoran las cifras deslumbrantes, aunque no sean ciertas. En el amor y en la guerra todo vale.
Qué más da ya. Explotar la nostalgia por una Gran Bretaña fuerte e independiente (imperial, vaya) ha cosechado sus frutos. Difícilmente el Reino será ahora más fuerte, y salir de la UE -habrá puente de plata por parte de las instituciones europeas- será el menor de sus problemas: el quid es si conseguirá mantenerse unido. Escocia quiere seguir siendo parte de la UE, también Irlanda del Norte, y las tensiones no han hecho más que empezar.
Cada crisis esconde su oportunidad, y quizá sea ésta la sacudida que necesitaba la UE para replantearse el futuro y revolverse contra su agonía. Sin las reticencias británicas, que tantas veces han lastrado la construcción de la UE, Europa podría avanzar: hacia una mayor integración y hacia una unión fiscal, uno de los pies de barro de nuestra arquitectura económica. Quizás ahora el Eurogrupo, con la excusa de paliar los riesgos depresivos del Brexit, se decida finalmente a realizar inversiones paneuropeas que generen empleo.
Pero tampoco conviene ser ingenuos ni minimizar los riesgos. Brexit es gasolina para Marine Le Pen, De Wilders y demás populismos y ultranacionalismos que conviven en Europa. Y un recordatorio de que lo que parece imposible puede rápidamente convertirse en una amarga realidad: es inevitable pensar en Donald Trump y los fallidos augurios sobre que nunca sería el candidato republicano en EEUU.
Conmocionada por Brexit, la UE gira ahora la vista hacia España y la cita con las urnas del domingo. No es fácil calibrar si la aventura británica tendrá impacto en los votantes españoles. Si no de manera directa, sí puede influir en los ánimos de los indecisos. El gobierno de Rajoy ha salido en tromba a hacer declaraciones institucionales que tan bien le vienen para reforzar una imagen de estabilidad frente a la incertidumbre. Y ello sin olvidar el efecto chaparrón mediático que ha borrado del mapa las andanzas de Jorge Fernández Díaz y su indecente utilización de cargo para perseguir a los rivales políticos. En el otro lado, Pablo Iglesias hacía piruetas para arrimar el Brexit a su sardina: "Con una Europa más justa y solidaria nadie querría irse", dice. Ay, como si esa Europa social no fuera precisamente la que despierta el odio de quienes han votado por irse.
Sé fuerte, Europa.