¿Dónde está el verdadero poder?
Existen evidencias científicas que demuestran que estamos sobrepasando los límites que la Tierra posee para albergar a siete mil millones de personas al nivel de avaricia y despilfarro actual. O empezamos a sentir verdadera empatía por los demás y a demostrar en la práctica genuina compasión por los otros, o nuestros nietos no tendrán un planeta que les acoja. Esa es la realidad que preferimos eludir.
En los últimos días ha tenido lugar un nuevo encuentro entre el Dalai Lama y científicos y pensadores occidentales al que una vez más he podido acudir, en esta ocasión en Bruselas. Durante varios días se han celebrado diferentes sesiones con diversas perspectivas: la antropológica, la neurocientífica, la biológica, la económica, la social, la psicológica, la interreligiosa..., buscando la posibilidad de crear poder unido al cuidado (power & care), un poder que no se alimente de la necesidad de estatus, de manipulación y abuso, sino muy al contrario, un poder al que le importen los demás y busque el bien general por encima de las ambiciones egocéntricas y egoístas. Solo así podremos tener un futuro sostenible y más justo para todos.
Los retos a los que nos enfrentamos hoy en día son numerosos y complejos, y las estrategias para resolverlos parecen fuera de nuestro alcance: amenazas terroristas deslocalizadas, agotamiento creciente de los recursos del planeta, mayor desigualdad económica entre los ricos y los pobres, olas de refugiados con las que no sé sabe qué hacer, mayor soledad y depresión en las sociedades modernas...
Curiosamente, los últimos estudios demuestran que el que consigue hacerse líder dentro de las manadas de chimpancés no es necesariamente ni el más fuerte ni el que siembra terror, y que una vez establecido como tal, es el que más consuela a los que pasan por momentos de estrés y el que más paz pone ante los conflictos que surgen. ¿No podríamos aprender de ellos? Ahora se sabe que nuestros propios ancestros pudieron prosperar gracias a la cooperación y a la participación de diferentes miembros del grupo en la educación y cuidado de los más pequeños y débiles. ¿No podríamos extrapolarlo a la gran familia humana que todos formamos en este bello planeta?
El Dalai Lama afirmaba: "El siglo XXI ha de ser el siglo de la compasión". Más nos vale. Existen evidencias científicas que demuestran que estamos sobrepasando los límites que la Tierra posee para albergar a siete mil millones de personas al nivel de avaricia y despilfarro actual. O empezamos a sentir verdadera empatía por los demás y a demostrar en la práctica genuina compasión por los otros, o nuestros nietos no tendrán un planeta que les acoja. Esa es la realidad que preferimos eludir. O dejamos de lado la competición y el individualismo feroz en pos de la armonía y la colaboración, o no habrá ningún futuro para nuestra especie aquí. En un planeta en el que hemos tomado el 50% de su superficie para actividades agrícolas, o protegemos todos la naturaleza porque nos damos cuenta de que forma parte de nuestro hogar, o nos quedaremos huérfanos y solos en un mundo árido.
La premio Nobel de la paz Jody Williams, con mucha elocuencia indicaba que los Gobiernos promueven activamente el miedo y el odio como estrategias para adquirir mayor control y capacidad de manipulación, "dividen para minimizar la sensación de poder de cada individuo". La activista africana Theo Sowa invitaba a una profunda reflexión para modificar el sistema de valores actual que desemboca en percepciones distorsionadas y enormes injusticias: "Tenemos que pensar de forma diferente sobre lo que nos aporta significado a la vida y valorarlo por encima del poder basado en dinero, estatus y armamento". La defensora de la paz Scilla Elworthy afirmaba que ha llegado el momento de erradicar todo tipo de armas nucleares y darnos cuenta de una vez por todas que las guerras lo único que conllevan es una destrucción terrible y un enorme sufrimiento, y que "los ciudadanos necesitan hacer imposible para los políticos el dejar de actuar" para poner fin a la carrera armamentística inútil y aniquiladora. Y a nivel de las organizaciones, Frédéric Laloux presentó las nuevas organizaciones que no se ven como máquinas impersonales de incrementar beneficios, sino como organismos vivos en las que no se impone el poder jerárquico, sino que es un poder compartido, convirtiendo los lugares de trabajo en espacios donde la creación y el propósito surgen sin límites.
Es obvio que las dificultades en este momento de la historia son numerosas, pero no olvidemos que las posibilidades también. Si nos sentimos impotentes y desvalidos, nos creeremos víctimas de un mundo cruel e injusto, y eso nos lleva rápidamente al cinismo y la inacción, porque nos convencemos de que no tenemos ni voz ni posible impacto. No es cierto. La transformación global comienza con la transformación individual. No solo tenemos derechos humanos, también responsabilidades. Quejarnos sobre lo que va mal no es desde luego la estrategia más adecuada para lograr cambios. Sin embargo, si cada uno de nosotros se responsabiliza de su propia aportación, la transformación global es posible. Crear un mundo más justo, más pacífico y más feliz es tarea de todos. Muchos movimientos mundiales comenzaron con un solo individuo con profunda convicción ⎯recordemos a Martin Luther King or Mahatma Gandhi, por ejemplo. Hay esperanza, pero depende de que cada uno esté dispuesto a contribuir, y así la cadena se expandirá hacia toda la humanidad, la madre naturaleza y todos los seres vivos con los que compartimos el planeta azul. Hagámoslo un compromiso individual y nuestro. Ya.
Las imágenes han sido amablemente cedidas por la organización del evento