Sobre el terreno en Europa
Mientras buscan el modo de solucionar el lío de Chipre, a los funcionarios europeos les vendría bien recordar constantemente una realidad que, sospecho, no es en absoluto exclusiva de España: pese a toda la alegría que se desprende del descenso de los déficits y de la reducción de los diferenciales de crédito soberano, los ciudadanos todavía no observan una mejora notable en su nivel de vida, actual o futuro. Y cuanto más persista dicha situación, más complicado será encontrar el tipo de reformas políticas necesarias para evitar de manera tajante más años de dificultades económicas.
Viendo la polémica que hay desatada en Chipre, probablemente te preguntes a qué viene que cuente un par de historias sobre el viaje de negocios que me ha traído a España. La razón es porque creo que reflejan vívidamente algunos problemas que considero básicos para el futuro de Europa.
Saliendo el miércoles del aeropuerto, y con mi más que deficiente español, intenté averiguar la opinión del taxista, que me confirmó que la sensación casi de pánico se ha rebajado bastante durante los últimos meses, y especialmente tras la dramática declaración del Banco Central Europeo de julio, según la cual se iba a hacer "todo lo que fuera necesario". De todos modos, inmediatamente añadió que la situación económica subyacente de España sigue siendo horrorosa.
Para el español medio, las recientes mejoras en los indicadores financieros no han servido para que su situación mejore notablemente. Evidentemente, la hipótesis contraria habría resultado aún menos favorable ya que a los ciudadanos les habría ido peor si se hubieran mantenido las turbulencias financieras. Pero es difícil trabajar con hipótesis, y ciertamente estas no se traducen en ingresos más elevados ni en la creación de más puestos de trabajo.
Muchos de los amigos y familiares del taxista llevan bastante tiempo en el paro y no son demasiado optimistas. Mientras tanto, sus ahorros van menguando y tienen poca fe en que el Gobierno vaya a poder seguir proporcionando redes sólidas de seguridad social.
Los problemas son especialmente acuciantes para los más pobres, los jóvenes, los pensionistas y otros segmentos vulnerables de la población.
Y después está el problema de los depósitos bancarios asegurados. Le pregunté al taxista si le preocupaba la seguridad de los ahorros que tuviera en los bancos locales, especialmente tras el sorprendente anuncio de una tasa sobre los depósitos bancarios chipriotas. Me contestó que no. Y rápidamente me expuso sus dos razones: "En primer lugar, porque no tengo mucho dinero, y porque la mayoría de lo que tengo está en casa, y no en el banco".
Así pues, mi viaje del aeropuerto al hotel me confirmó lo que la mayoría ya teníamos claro: con excepción de algunos países (especialmente del norte de Europa), el viejo continente está en grandes aprietos, y los segmentos más vulnerables de la población se encuentran en un grave riesgo.
Esta mañana esperaba encontrarme un panorama diferente. Me tenía que reunir con dos profesionales importantes, con trabajos seguros y contactos a nivel global, y, al menos en teoría, estos son quienes lo tienen más fácil para proteger sus ahorros y demás activos.
Bueno, pues la hora de conversación que tuvimos me sirvió para ver que los contratiempos ya no se limitan a las clases medias y bajas de la ciudadanía. Parece que incluso los segmentos más pudientes están teniendo que enfrentarse a presiones y dudas. Como uno de ellos me dijo, "tenemos buenos amigos que están desempleados, y a muchos de ellos les resulta cada vez más complicado hacer frente a sus hipotecas y alquileres".
Ahora ellos tampoco notan alivio alguno por la mejora de los indicadores financieros. Y en este momento parecen más de acuerdo con el viejo dicho según el cual es imposible que una casa medre si el barrio lo pasa mal.
Resumiendo, mientras buscan el modo de solucionar el lío de Chipre, a los funcionarios europeos les vendría bien recordar constantemente una realidad que, sospecho, no es en absoluto exclusiva de España: pese a toda la alegría que se desprende del descenso de los déficits y de la reducción de los diferenciales de crédito soberano, los ciudadanos todavía no observan una mejora notable en su nivel de vida, actual o futuro.
Día tras día, la situación va minando la confianza de la población en que sus representantes electos, el sistema político o los partidos tradicionales vayan a la dar con la respuesta oportuna. Y cuanto más persista dicha situación, más complicado será encontrar el tipo de reformas políticas necesarias para evitar de manera tajante más años de dificultades económicas.