En defensa de Varoufakis
Criticar a Yanis Varoufakis, ex ministro de Finanzas de Grecia, se ha puesto de moda. Puede que los griegos y otros ciudadanos europeos le culpen por perseguir sus objetivos con muy poca delicadeza durante su mandato. Pero la esencia de su programa era, y sigue siendo, en gran medida correcta.
Desde culparle de la crisis económica griega hasta acusarle de planear la salida de Grecia de la eurozona; criticar a Yanis Varoufakis, ex ministro de Finanzas de Grecia, se ha puesto de moda. Aunque no lo conozco personalmente y nunca he hablado con él, creo que está siendo excesivamente criticado (y va en aumento). En el proceso, se está desviando la atención de las cuestiones fundamentales para la recuperación y la prosperidad de Grecia; si permanece en la eurozona o decide irse.
Por eso es importante tomar nota de las ideas que Varoufakis sigue defendiendo. Puede que los griegos y otros ciudadanos europeos le culpen por perseguir sus objetivos con muy poca delicadeza durante su mandato. Pero la esencia de su programa era, y sigue siendo, en gran medida correcta.
Después de la impresionante victoria electoral de Syriza en enero, el primer ministro de Grecia, Alexis Tsipras, escogió a Varoufakis para dirigir las delicadas negociaciones con los acreedores del país. Tenía órdenes muy precisas, debía modificar dos aspectos muy importantes de esta relación: conseguir términos que favorecieran el crecimiento económico y la creación de empleo; y restaurar la igualdad y la dignidad en el trato de Grecia por parte de sus socios europeos y el Fondo Monetario Internacional.
Estos objetivos reflejaban la frustrante y decepcionante experiencia de Grecia tras los dos paquetes de rescates anteriores, administrados por las instituciones (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI). A la hora de perseguir estos objetivos, Varoufakis se sintió autorizado por la victoria electoral de Syriza y obligado por la lógica económica a tratar tres cuestiones que muchos economistas consideran que deben ser abordadas: una austeridad menor y más inteligente, reformas estructurales que satisficieran mejor los objetivos sociales, y la reducción de la deuda.
Hoy en día, con Varoufakis fuera del gobierno, estas cuestiones siguen siendo tan relevantes como lo eran cuando él las defendía incansablemente en sus visitas a las capitales europeas y en las tensas negociaciones nocturnas en Bruselas. De hecho, muchos de los observadores vieron el acuerdo sobre el tercer programa de rescate que Grecia alcanzó con sus acreedores, apenas una semana después de que Varoufakis dimitiera, como más de lo mismo. A lo sumo, el acuerdo dará un respiro a Grecia, uno que probablemente resulte insuficiente y superficial.
En parte, la crítica a Varoufakis no se debe tanto a la esencia de sus propuestas sino a las formas en las que se dirigía a sus interlocutores. Rompiendo con la tradicional dualidad de las francas discusiones privadas y los restringidos comentarios públicos, él defendía su caso agresivamente, de manera abierta y sin rodeos, y lo hizo de una manera cada vez más personal.
Ya sea considerado un enfoque ingenuo o beligerante, esta actitud sin duda molestó y enfureció a los políticos europeos. En lugar de modificar un marco político que en cinco años no había logrado conseguir los objetivos establecidos, se mantuvieron en sus trece, restaurando el equivalente económico a la diplomacia de cañoneros. Y evidentemente, también le dejaron claro al jefe de Varoufakis, Tsipras, que el futuro de las negociaciones dependía de que apartara de estas a su poco convencional ministro, cosa que hizo, primero asignando a otra persona para dirigir las negociaciones y después mediante el nombramiento de un nuevo ministro de Finanzas.
Ahora que ya no es ministro, a Varoufakis se le culpa de mucho más que de no adaptar su enfoque a la realidad política. Algunos le consideran el responsable de la crisis económica griega, del cierre sin precedentes del sistema bancario y de la imposición de asfixiantes controles de capital. Otros exigen investigaciones criminales, pues equiparan a una traición el trabajo gracias al cual desarrolló un Plan B (según el cual Grecia introduciría un nuevo sistema de pagos, ya sea en paralelo o en lugar del euro).
Pero, lo ames o lo odies, (y parece que deja a muy poca gente indiferente), Varoufakis nunca fue el árbitro del destino de Grecia. Sí, debería haber adoptado un estilo más conciliador y mostrar mayor respeto por las normas de las negociaciones europeas, y sí, sobreestimó la capacidad de negociación de Grecia, asumiendo erróneamente que amenazando con la salida de Grecia de la eurozona, obligaría a sus socios europeos a reconsiderar sus inamovibles posturas. Pero en relación a la situación macroeconómica, estos son problemas menores.
Varoufakis no tenía control sobre el desastre económico que Syriza heredó cuando llegó al poder, incluyendo un tasa de desempleo que rondaba el 25% y el paro juvenil alrededor de un 50% durante un periodo de tiempo considerable. Él no podía influir de manera significativa en las narrativas nacionales que se habían arraigado en otros países europeos y que debilitaban la capacidad de adaptación de esos países. Él no podía contrarrestar la opinión de otros políticos de la región que creían que el éxito de Syriza alentaría y envalentonaría a otros partidos no tradicionales en Europa.
También habría sido irresponsable por parte de Varoufakis no trabajar en secreto en un plan B. Después de todo, el destino de Grecia en la eurozona dependía, y todavía depende, de otros (especialmente de Alemania, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional). Y todavía está por determinarse si Varoufakis violó alguna ley mientras él y sus colegas trabajaban en su plan de contingencia.
Cuando las cosas se pusieron feas, Varoufakis tuvo que tomar la difícil decisión de seguir con más de lo mismo, o a pesar de saber que fracasaría, intentar girar a un nuevo enfoque. Si bien su descarado estilo perjudicó los resultados, sería una verdadera tragedia perder de vista sus argumentos (que también han sido expresados por otros muchos).
Si Grecia quiere tener alguna posibilidad real de recuperación económica a largo plazo y de satisfacer las aspiraciones legítimas de los ciudadanos, las autoridades deben reestructurar el programa de austeridad del país, acoplar las reformas a favor del crecimiento con una mayor justicia social y asegurar una quita adicional de la deuda. Y si Grecia quiere permanecer en la eurozona (siendo todavía una situación hipotética, incluso después del último acuerdo), no solo debe ganarse el respeto de los demás socios europeos sino que ellos también deben tratarle con más respeto.
Este artículo fue publicado originalmente en The World Post y ha sido traducido del inglés por María Ulzurrun.