Un escote excesivo
Mientras que la cultura sitúe a los hombres y lo masculino como jueces y parte, todo lo excesivo, lo insuficiente, lo largo, lo corto, lo grande, lo pequeño, lo rápido, lo lento, lo correcto, lo incorrecto, lo bueno, lo malo, lo aceptable, lo inaceptable... dependerá de lo que algunos decidan a partir de las referencias de esa cultura patriarcal. Es lo que hemos visto, en otro orden de cosas, en la respuesta ante un espectáculo de títeres en una plaza de Madrid, y con la protesta de Rita Maestre en la capilla de la Complutense.
Foto: ISTOCK
Un profesor considera que el escote de una alumna es excesivo, un novio piensa que la minifalda de su chica es excesiva, un marido afirma que el tiempo que su mujer pasa fuera de casa es excesivo..., pero no sólo se trata de lo que piensan, sino de lo que imponen a esas mujeres bajo la amenaza de que, de no hacer lo que ellos dicen, habrá consecuencias.
Esa es una de las claves del machismo: la indefinición sometida a interpretación, y la interpretación depositada en cada uno de los hombres que se enfrentan a las distintas situaciones. De ese modo se garantiza que el resultado siempre sea correcto para los intérpretes, y para la sociedad que ha depositado en ellos esa capacidad de interpretar y dar sentido a la realidad.
El escote no es alto o bajo, como la falda no es corta o larga, ni el tiempo fuera de casa es mucho o poco, simplemente son excesivos. Y lo son para quienes lo afirman, por lo cual no hay contra-argumentación posible; ni la alumna puede decir que su escote está dentro del rango aceptado por la moda, ni la novia puede tirar de cinta métrica para callar al novio, como tampoco la mujer puede recurrir a los usos horarios para justificar su tiempo. Cada uno de los hombres tiene razón, porque la referencia son ellos y la cultura que ampara este tipo de conclusiones.
Si todos esos hombres no se sintieran respaldados por la normalidad de una cultura que lleva a cuestionar las conductas de las mujeres que ellos escenifican, no darían ese paso para manifestarlo públicamente y para exigir una modificación en su nombre. Porque esa es la otra parte de la trampa de la cultura machista, hacer de la conducta individual de esos hombres algo común, no dejarlo en una cuestión personal, para que ante el conflicto se recurra a la referencia social como juez. Con esa táctica la estrategia no puede fallar, porque la sociedad siempre dará la razón a quien actúa a la sombra de lo que la cultura establece.
Puede pensarse que todo esto es una ruta demasiado revirada y confusa, pero es el camino directo que utiliza el machismo a diario para imponer sus ideas, valores, principios, creencias... como normalidad y, por tanto, aplicables a hombres y a mujeres según el reparto de papeles asignado.
Si no fuera de ese modo no se podrían producir 700.000 casos de violencia de género cada año sin que el 80% de ellos sea denunciado, entre otras cosas, como afirma el 44% de estas mujeres, porque la violencia sufrida "no es lo suficientemente grave", o sea, "no es excesiva" (Macroencuesta, 2015). Y tampoco las mujeres serían las víctimas de la brecha salarial, ni liderarían las tasas de desempleo, ni menos aún estarían sobrerrepresentadas en los grupos de pobreza y analfabetismo. Ninguna de estas injusticias se considera excesiva, más bien lo contrario, y lo que algunos entienden como un exceso inaceptable, es el cambio que se está produciendo para alcanzar una Igualdad que borre los defectos de las democracias levantadas sobre la desigualdad.
Ni una sola de estas situaciones son un accidente o un error, no lo son los excesos del machismo ni tampoco la idea de Igualdad como exceso. Todo forma parte de este tiempo de transición que hace pensar a algunos que la noria de la historia les devolverá la desigualdad inicial, del mismo modo que los tiranos aún esperan la dictadura y los racistas el apartheid y la segregación racial.
Lo vemos en las respuesta ante cada uno de los episodios, desde el sempiterno argumento de la provocación de las mujeres, sea con un escote, una falda o una decisión, hasta la reducción al absurdo para aplicar la teoría de la pendiente resbaladiza, y hablar de que de seguir así llegará un momento en que las mujeres irán desnudas a clase, a trabajar o a pasear.
Un planteamiento que no es nada inocente, pues una vez que se concluye que la polémica ocurrida tras la corrección del profesor, del novio, del marido, o de quien corresponda en cada situación, es absurda, el siguiente paso de la estrategia es presentar a esos hombres como víctimas. Víctimas de un escote, de una falda, de una decisión o de una indecisión..., da igual, al final todo es un complot de las mujeres contra los hombres.
Y puede parecer extraño, pero tiene sentido. Presentarse como víctimas consigue un doble efecto, por un lado desvía la atención del problema original, y por otro, presenta lo ocurrido como un ataque que justifica la respuesta agresiva o violenta sin que se vea excesiva, más bien lo contrario: bajo estas circunstancias se entenderá normal y proporcionada.
Todo encaja en el mecano de la cultura machista, unas veces en los huecos reservados para cada pieza, otras, a la fuerza o a golpes, pero al final no hay piezas sueltas.
Mientras que la cultura sitúe a los hombres y lo masculino como jueces y parte, todo lo excesivo, lo insuficiente, lo largo, lo corto, lo grande, lo pequeño, lo rápido, lo lento, lo correcto, lo incorrecto, lo bueno, lo malo, lo aceptable, lo inaceptable... dependerá de lo que algunos decidan a partir de las referencias de esa cultura patriarcal. Es lo que hemos visto, en otro orden de cosas, en la respuesta ante un espectáculo de títeres en una plaza de Madrid, y con la protesta de Rita Maestre en la capilla de la Complutense.
Cuando la indefinición se somete a la interpretación siempre gana el poderoso. Y en una cultura machista quien tiene el poder son los hombres, un poder que expresan a través de sus ideas, valores, creencias..., sin que nadie nunca lo haya considerado excesivo.
Este post fue publicado originalmente en el blog del autor