Necesidad y merecimiento
El poder necesita la desigualdad desde el punto de vista material para poder abusar de quienes están en posiciones inferiores, y necesita la limosna de la compasión y la beneficencia para redimirse moralmente y continuar con su ejercicio de abuso e injusticia. La sociedad no puede permanecer sometida, necesitamos implicar a esa misma sociedad en otro modelo de convivencia donde el ejercicio de la igualdad y los derechos humanos sean el marco que defina la realidad.
Nadie niega la necesidad, pero sí el merecimiento.
El gran logro del poder tradicional, histórico y, consecuentemente, conservador no ha sido crear una estructura jerarquizada con la que beneficiarse a través del control y el sometimiento a sus dictados de una gran parte de la sociedad; el gran logro del poder conservador es la capacidad de dar significado a la realidad para presentar esa estructura interesada como la consecuencia natural de una convivencia neutral y espontánea, cuando en todo momento histórico ha sido condicionada y dirigida desde el propio poder.
Según ese modelo, las personas más capacitadas son las que han llegado a las posiciones de poder por sus condiciones y sus méritos, y las que quedaron en posiciones inferiores lo están, no por injusticia o por la desigualdad que impiden su progreso, sino por conveniencia y por elección. O sea, porque no han querido esforzarse lo suficiente y porque es bueno que no estén allí donde no serían capaces.
De alguna manera, el modelo conservador de poder establece la capacidad en la condición, porque a su vez la condición es consecuencia de esa especie de selección natural que la sociedad hace a partir de los criterios que la cultura impone para organizar esa estructuración, que, curiosamente, son los elementos que el poder considera adecuados para obtener sus beneficios y privilegios. En realidad se trata de una especie de darwinismo social y político para que resulte elegido y beneficiado quien previamente se ha decidido. (Darwinismo político, 20-3-13)
Primero decide qué es lo que hay que hacer. Después, establece cómo hay que llevarlo a cabo. Y al final, deja una aparente libertad para que lo haga quien quiera, pero en realidad es una imposición, puesto que los criterios previos sobre el qué y el cómo no dejan opciones para que lo haga cualquiera, sino quienes reúnen los requisitos que han impuesto al condicionar la realidad.
Un ejemplo; la familia es considerada como la unidad de convivencia social, y su objetivo es la convivencia en sociedad sobre los valores y referencias que nos hemos dado. Por lo tanto, la familia debe protegerse de posibles interferencias que la desnaturalicen e impidan transmitir a través de la educación valores que dificulten que los niños y las niñas sean hombres y mujeres de provecho. Ante esas condiciones, para las posiciones conservadoras de poder no vale cualquier modelo de familia, sino sólo aquel que permita la integración en la realidad existente. O sea, el modelo tradicional. Pero además, hace falta que la educación familiar se realice sobre modelos de identidad adecuados, y que se lleve a cabo con disciplina y control para que tenga éxito en el futuro, de modo que, según esas ideas, es el padre quien debe ejercer la figura de autoridad y control, puesto que el modelo es androcéntrico, y sólo él puede interpretarlo en todo su sentido y significado, y sólo él tiene la capacidad suficiente y el criterio necesario para imponer, corregir y castigar. La madre, por su parte, deberá transmitir el cariño y el afecto, además de dar ejemplo de cuidado, obediencia y entrega.
Como se puede observar, se parte de una aparente libertad para convivir, pero luego la práctica se ve reducida a determinadas formas de convivencia con roles y espacios previamente asignados como elementos de reconocimiento social. Podrá haber otras formas, pero sufrirán la crítica y el rechazo.
Otro ejemplo; la economía de un país se basa en que determinadas personas con recursos invierten en sus empresas para obtener beneficios, pero, sobre todo, para generar riqueza que garantice el avance del país. Quienes no tienen esa capacidad ni decisión, deben agradecer esas iniciativas, al posibilitarles los puestos de trabajo que les permiten vivir. En teoría, todo el mundo es libre para iniciar un negocio recurriendo a créditos y ayudas, pero luego será la mano invisible de los mercados quien decida cuál de esos negocios merecerá la pena que continúe, y cuál debe cerrar y pagar el precio de su osadía y, por supuesto, el del crédito.
Sin embargo, la experiencia y el análisis de las circunstancias demuestran que el contexto está preparado para que sean aquellos empresarios que han demostrado más capacidad y criterio a la hora de emprender los que decidan qué condiciones laborales son buenas y cuál debe ser el papel de los trabajadores y trabajadoras, puesto que ya han demostrado su capacidad y preparación al partir de empresas exitosas. Por lo tanto, ante la teórica libertad para que cualquiera emprenda y para que las condiciones de trabajo reconozcan la situación de los trabajadores y trabajadoras, las reformas legislativas que parten desde las posiciones conservadoras dificultarán cualquier alternativa, al formalizar e imponer su modelo a través de la ley, no sólo ya desde la influencia.
Como se puede observar, el gran éxito de este modelo de poder conservador no es su rigidez e imposición, aunque cada vez es más inflexible y obligatorio ante la constatación de la injusticia que acarrea, sino su aparente flexibilidad y libertad; elementos que quedan demostrados cuando algún emprendedor logra superar todos los obstáculos y dificultades que existen. Y aunque en principio puede parecer que se rompe su círculo de poder, en realidad es justo lo contrario, puesto que lo que en verdad significa es que el modelo queda reforzado con la incorporación de un nuevo elemento.
Por eso no debemos sorprendernos de lo que está sucediendo hoy. La situación actual es la reacción a los avances conseguidos desde un modelo más social y progresista. Es decir, desde el modelo de la izquierda, aunque ahora cueste pronunciar la palabra; no son fruto de la casualidad ni de una deriva incontrolada. Por eso, ante la realidad objetiva, lo primero que tenemos que hacer es preguntarnos sobre el porqué de las circunstancias de hoy día y sus causas. Y la realidad actual es muy clara: hay más desigualdad social (los ricos son más ricos y los pobres más pobres), hay más paro y más precariedad laboral, hay más desigualdad entre hombres y mujeres, los derechos de los trabajadores y las trabajadoras se han visto mermados, hay más pobreza, mayor porcentaje de población en riesgo de exclusión, más violencia de género, menos ayudas a la dependencia, menos becas para estudiar, menos presupuesto para la cultura y la ciencia, menos prestaciones sanitarias... Es decir, hoy estamos peor que hace unos años, y el argumento que dan es una crisis financiera iniciada, y posiblemente diseñada, por quien se está beneficiando de toda la situación actual, que son los ricos más ricos, los hombres más machos, la derecha más conservadora, la religión más de otro mundo... cuyos valores, ideas y creencias conservadoras se están viendo recompensadas, arraigadas y extendidas entre quienes desde el miedo ven la realidad con el agradecimiento que da la amenaza del mal venidero.
El sufrimiento y el daño que genera toda esta injusticia sólo puede ser soportado bajo un argumento moral que tranquilice las conciencias y justifique la pasividad. Para el poder conservador tradicional, el problema no es la pobreza, sino los pobres; el problema no es el trabajo, sino los trabajadores y trabajadoras; el problema no es la violencia de género, sino las mujeres... Si todo el mundo asumiera su condición, no habría problemas. La construcción conservadora de la sociedad se basa en los conceptos de orden y de élite como guía y referencia de toda la sociedad, desde los valores a las ideas, pasando por las conductas. Y los grupos de poder son excluyentes y discriminatorios por principios y por finalidad, porque lo que buscan es mantener su poder y acumular aún más.
Para esos grupos, el planteamiento se reduce a que si ellos han podido llegar a donde están, cualquier persona podría conseguirlo, siempre y cuando que se esforzara y sacrificara lo suficiente. Por lo tanto, sitúan las condiciones de vida de las personas más desfavorecidas en su propia responsabilidad o irresponsabilidad, al no hacer lo suficiente para superar sus circunstancias o al hacer lo que no deberían.
Al final, la idea que manejan es que quien está en posiciones inferiores tiene lo que se merece, y que por tanto no se puede quejar por ello; es cierto que en un momento dado pueden existir circunstancias que lo hagan más difícil, pero la solución no es venirse abajo ni protestar, sino esforzarse aún más y someterse al criterio de los que están capacitados.
De este modo, ante los problema objetivos que existen y la necesidad que surge de ellos, la respuesta desde las posiciones conservadoras es la compasión y la beneficencia, puesto que consideran que no se merecen lo que no han sido capaces de alcanzar.
Esa idea de necesidad sí, merecimiento no da valor a las propias posiciones de poder, quienes se sienten llamadas a la acción desde el plano de los sentimientos o la moral para responder ante la necesidad por compasión. Es decir, a partir de sentimientos de pena, o por beneficencia, o lo que es lo mismo, por condescendencia; pero no por justicia social ni por derechos.
La jugada es perfecta, pues al final, por una parte, mantienen la desigualdad y la dependencia y sumisión de quienes necesitan esos gestos para sobrevivir; y, por otra, el poder se encumbra más al unir a sus beneficios económicos y ventajas sociales los valores morales. Su superioridad moral aumenta al actuar desde un doble altruismo: por un lado, al dar a quien lo necesita, y por otro, al hacerlo sobre quien no lo merece. De este modo, el poder se refuerza doblemente, pues a la idea de capacidad sobre la acción se le une la de merecimiento por su superioridad moral.
Un modelo injusto de poder necesita espacios para redimirse y continuar siendo injusto a través de la redención y la penitencia. Por ello no sorprende que quienes recurren a las ideas y a las creencias para hablar del necesitado y del prójimo, nieguen a su vez políticas y acciones para acabar con la injusticia social. (El prójimo, 20-12-12)
El poder necesita la desigualdad desde el punto de vista material para poder abusar de quienes están en posiciones inferiores, y necesita la limosna de la compasión y la beneficencia para redimirse moralmente y continuar con su ejercicio de abuso e injusticia.
La sociedad no puede permanecer sometida a sus dictados ni amenazada por sus miedos, necesitamos implicar a esa misma sociedad en otro modelo de convivencia donde el ejercicio de la igualdad y los derechos humanos sean el marco que defina la realidad. Y por ello es importante hablar de la izquierda, puesto que ha sido ella la que históricamente ha planteado y ha trabajado por la necesaria implicación y participación directa de la sociedad en un modelo de convivencia alternativo, y es la única que puede alcanzarlo en términos de Justicia e Igualdad.
Este post fue publicado inicialmente en el blog del autor