Las partes nobles
Para muchos hombres y su cultura androcéntrica, los testículos son un valor añadido para resolver conflictos cuando todo lo demás escasea, mientras que los genitales femeninos son una fuente de problemas y un instrumento de perversión capaz de acabar hasta con la más alta nobleza testicular.
En estos días de Champions no podían faltar los campeones, por eso ante la vuelta de la eliminatoria entre el Bayern y el Oporto, Guardiola, entrenador del primer equipo, declaró (20-4-15) que era un partido que no se podía jugar con "las partes nobles"...
Otorgar nobleza a los genitales masculinos tiene consecuencias que van más allá de lo previsible, y sin duda refleja de forma clara la visión que tienen muchos hombres de sí mismos y de la realidad.
No es casualidad que a la hora de situar la aristocracia masculina en la anatomía se hayan elegido los genitales como destino, no el cerebro, el corazón o el páncreas con su insulina y glucagón; y que las mujeres, también parte de la aristocracia social como duquesas, marquesas o baronesas no suelan tener título alguno que les conceda nobleza a sus genitales ni, por supuesto, a cualquier otra parte de su anatomía; más bien lo contrario, sus genitales son el argumento de la intimidad y la fuente de perdición de muchos hombres, que ven en ellos el remolino de la tempestad que los atormenta y al que se ven atraídos sin poder resistirse.
Para muchos hombres y su cultura androcéntrica, los testículos son un valor añadido para resolver conflictos cuando todo lo demás escasea o ha desaparecido, mientras que los genitales femeninos son una fuente de problemas y un instrumento de perversión capaz de acabar, incluso, con la más alta nobleza testicular.
Uno podría entender que el carácter hereditario de los títulos nobiliarios y la prioridad histórica del varón sobre la mujer -ya sea para ser varón barón, varón conde, varón marqués o cualquier otro título varonil- le diera ese carácter noble a sus atributos, pero por ese mismo argumento, los genitales femeninos, encargados de culminar el proceso y de hacerlo realidad, no sólo deberían de disfrutar de la nobleza de la aristocracia, sino que deberían llegar a la realeza.
Pero parece que no es por ahí por donde van los tiras y aflojas ni por donde vuelven las razones, sino por otros vericuetos relacionados con la complicada construcción que muchos hombres hacen de su propia identidad, para así perderse ante cualquier intento de salida. No se trata tanto de nada relacionado con la Ley Sálica, si no más bien con una especie de ley fálica.
La identidad masculina tradicional está levantada por contraste. De este modo, con unas cuantas referencias en positivo lo que se pretende es conseguir que el hombre sea de una determinada forma y, sobre todo, que no sea de otras muchas. Desde esa perspectiva, lo importante para ser hombre es no ser mujer, por eso desde la infancia se insiste tanto en esos mensajes machotes como "los niños no lloran", "los niños no son quejicas", "los niños no son chivatos", "los niños no juegan con muñecas o a las cocinas", etc. Y por ello se identifica a los hombres con referencias tradicionales que no podían ser femeninas, por ejemplo, "el hombre de pelo en pecho", "que se viste por los pies", "de barba y bigote" o con el énfasis de su propia condición: el "hombre hombre" o el "hombre de verdad"... Con esa idea y con esas referencias, lo que más identifica a los hombres respecto a las mujeres y lo que les aporta un carácter inconfundible son los genitales, de ahí que el tamaño importe en esa idea de asociar la hombría con lo genital, y de situar la nobleza de la primera en lo material de los segundos. Según esa asociación, cuanto más grande sean, más nobles serán las partes y más masculina resultará la construcción.
De este modo, los genitales se convierten en una realidad dual, ya no sólo por la duplicidad testicular, sino por sus implicaciones funcionales. Por un lado, sirven como fuente de acción en su parte más primitiva y anatómica, que actúa ante situaciones límites y desesperadas al grito de "por huevos", o en su versión referencial "por mis cojones", como ya explicamos en post anteriores. Y por otro, en una versión más refinada y creativa, actúan como fuente de inspiración para otorgar un valor añadido y de significado trascendente a todo aquello que surge de la nobleza propia de los hombres.
Esa dualidad es la que permite que incluso la conducta más bruta siempre tenga una parte noble que actúa como justificación, de ahí que se llegue a hablar de la violencia por amor o de crímenes pasionales.
Nada de eso puede ser atribuido a las mujeres en su carencia de referencias objetivas, más bien lo contrario, su anatomía refleja para ellos el carácter oscuro de sus decisiones y la perversidad que las acompaña, hasta el punto de que algunos planteamientos psicológicos enraizaban los problemas femeninos en el complejo de castración. Es la misma idea de ser en negativo, pero en este caso como frustración, no como elección, y ser mujer para esa concepción machista significa no poder ser hombre.
"Sin acción, sin inspiración y sin nobleza", no es de extrañar que muchos hombres se sientan superiores a las mujeres, intelectual y aristocráticamente, y que se resistan a cualquier cambio que pueda afectar la estafa piramidal de una cultura machista que los sitúa en la cúspide sólo por su nobleza.