Cuestión de Estado
La violencia de género siempre ha sido una cuestión de Estado, otra cosa ha sido el Estado en cuestión a la hora de actuar frente a ella. A pesar de las 70 mujeres asesinadas cada año y las más de 700.000 maltratadas, las instituciones miran para otro lado y lo único que se oye son los minutos de silencio y las condenas... Justo lo que hace el machismo: callar y condenar a las mujeres.
La violencia de género siempre ha sido una cuestión de Estado, otra cosa ha sido el Estado en cuestión a la hora de actuar frente a ella.
Es una cuestión de Estado cuando todos los partidos votan una Ley Integral para abordarla y caminar hacia su erradicación, y lo es cuando, a pesar de las 70 mujeres asesinadas cada año y las más de 700.000 maltratadas, las instituciones del Estado miran para otro lado y lo único que se oye son los minutos de silencio y las condenas...
Justo lo mismo que hace el machismo: callar y condenar a las mujeres.
Identificar al Estado y a sus responsables sólo por lo que hacen es darle el crédito de la imposibilidad o la suficiencia, como si todo lo que no se lleva a cabo fuera consecuencia de lo imposible o innecesario por lo ya realizado, o como si el tiempo no formara parte del problema.
La violencia de género es una cuestión de Estado porque lo exige la sociedad, mujeres y hombres que no aceptan que la desigualdad continúe siendo el modelo de relación, y que la violencia contra las mujeres actúe como el acomodador para que todo el mundo ocupe su lugar. Y lo es por la acción y reivindicación que ha llenado el cielo de Madrid de gritos contra el infierno terrenal de la violencia, y por la pasividad y silencio del machismo y posmachismo, que cada jornada intentan prolongar un día más su reinado infernal.
Una sociedad no se puede levantar sobre el terreno inclinado y movedizo de la desigualdad y la violencia contra las mujeres, y quien tiene que fijarlo y levantar la estructura sobre la igualdad es el Estado.
El Estado no puede ser neutral en esta escisión que vive su sociedad: o está a favor de la Igualdad y de erradicar la violencia de género, o está a favor del machismo que trata de diluir la realidad de una sociedad líquida en estado de ebullición.
No basta con rechazar y condenar lo más grave tras cada homicidio, eso también lo hacen muchos machistas para decir que el resto de la violencia no existe y que es un invento del feminismo y de quienes buscan beneficiarse económicamente de ese clima.
Fijar la atención en los homicidios es una forma de desviar la mirada para que no se vea todo lo que los antecede, de ahí que cada vez que se produce uno de estos crímenes, la pregunta para muchos continúe siendo la misma: "¿Por qué siguen matando a las mujeres?". La cuestión debería ser: "¿Por qué no iban a seguir haciéndolo, si el machismo continúa alimentando las conciencias y las conductas de muchos hombres, tal y como vemos a diario en las redes sociales?".
El machismo siempre ha jugado a la estrategia del "chivo expiatorio", sacrificar a determinadas piezas para mantener su orden, la cohesión del grupo sobre el ejemplo de los hombres que son provocados por las mujeres y las circunstancias hasta el extremo de llegar a matar. Ese "sacrificio de piezas" ha sido parte de su fuerza para continuar actuando.
El Estado, como realidad y como metáfora, tendrá que decidir a quién escucha: a la sociedad que cada día habla contra la violencia de género y que el 7N llenó el asfalto y el cielo de Madrid de paz, convivencia e igualdad; o al silencio y la confusión que imponen el machismo y posmachismo para llenar las manos de sangre y la voz de odio, y así no ceder en sus privilegios. Puede parecer una disyuntiva dura, pero la realidad es esa.
No es casualidad que el posicionamiento frente a la igualdad y la violencia de género coincida con un modelo más o menos tradicional alrededor de la familia, el papel de los hombres y de las mujeres, la idea de identidad de unos y otras... en lugar de hacerlo sobre los Derechos Humanos (igualdad, libertad, justicia, dignidad...).
Quien diluye a las personas en los contextos de relación, al final somete los derechos individuales a los intereses del grupo, sea este la familia, la empresa o la sociedad, en nombre de los valores, ideas, creencias, etc., que para esas personas deben presidir la organización social. Y cuando el modelo de una cultura patriarcal está levantado sobre las referencias masculinas, quien es obligado a ceder en derechos son las mujeres.
Frente a esa realidad, la posición de la sociedad es clara, y se demostró el 7N.
Cada paso que hemos dado es un metro que le hemos quitado al machismo, cada palabra que hemos pronunciado, un trozo de silencio arrebatado, cada minuto caminado, un siglo de injusticia derrotado; cada abrazo que nos hemos dado, cada mano estrechada, un trozo del nuevo territorio de la igualdad, cada mirada al futuro, un recuerdo a todas las mujeres asesinadas...
Miles de personas hemos sido una, las que estaban sobre el asfalto y las que, desde cada rincón, llegaban con su compromiso. Toda España ha salido a la calle en ese aire de otoño para buscar la primavera de la igualdad... Es cierto que aún quedan los coletazos más fríos del invierno gélido del machismo, pero el cambio en el clima de los valores ya se ha producido, y cada día deshace un poco más los témpanos de hielo que habían colocado como paraíso.
Ahora no es el momento de la espera, sino de la acción. Una acción a todos los niveles, político, institucional y social, para así erradicar el machismo y su violencia, a los machistas y sus crímenes.
La violencia de género siempre ha sido una cuestión de Estado, otra cosa ha sido el Estado en cuestión... Ya no valen la neutralidad ni la justificación sobre lo que se ha hecho, el machismo mueve ficha cada día. Ahora le toca al Estado, y la respuesta no puede ser el silencio ni los minutos de espera.