Supervivientes del suicidio: una deuda pendiente
Una mañana de febrero de 2008, me encontré con el padre de una paciente. Aquel hombre se aferró a mí y me dijo con desesperación que su hija se había matado. No consigo recordar con qué palabras intenté reconfortarle. Lo que sí recuerdo con gran nitidez es que aquel día decidí dedicar mis esfuerzos a la prevención. Desde entonces, la pregunta "¿por qué?" se convirtió en una afirmación: por quién.
Hace algo más de 15 años, a la par que iniciaba mi vida profesional, comencé una línea de investigación sobre la conducta suicida, concretamente sobre los factores genéticos asociados a ella.
Recuerdo cómo, casi obsesivamente, me empeñaba en responder científicamente al por qué, y analizaba las últimas publicaciones sobre ello, con las que aspiraba a resolver el enigma, a la vez que atendía a muchas personas que habían intentado suicidarse. La pregunta que ocupaba mi pensamiento y presidía mi objetivo era siempre: ¿por qué?
Una mañana de febrero de 2008 en que me dirigía al Instituto Anatómico Forense para iniciar un proyecto de investigación conjunto, me encontré con el padre de una paciente a quien había atendido un año atrás en otra comunidad autónoma. Aquel hombre se aferró a mí y me dijo con desesperación que su hija se había matado.
No consigo recordar con qué palabras intenté reconfortarle, ni que itinerario realicé de vuelta al hospital después de acompañarlo. Siempre que evoco aquel momento, vienen a mi memoria los versos de César Vallejo: "Hay golpes en la vida tan fuertes como del odio de Dios, como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma".
Lo que sí recuerdo con gran nitidez es que aquel día decidí dedicar mis esfuerzos a la prevención. Desde entonces, y hasta hoy, la pregunta "¿por qué?" se convirtió en una afirmación: por quién.
Así, iniciamos un programa de prevención de la conducta suicida en el Hospital 12 de Octubre, que fue semilla de otras acciones preventivas consecutivas en Madrid. Y posteriormente, junto a otras de distintas comunidades autónomas, catalizador de la Estrategia de Salud Mental del Sistema Nacional de Salud, que acaba de recoger por primera vez en su propuesta de actualización, como línea específica prioritaria, la prevención del suicidio; y que incluye la atención a los familiares y allegados, los llamados "supervivientes", de las personas que fallecieron por suicidio.
De todo ello se hizo eco el Ministro de Sanidad recientemente. Sin duda queda muchísimo por hacer hasta lograr el suicidio cero en España, pero la muerte silenciada, estigmatizada, la muerte innombrable, era pronunciada por vez primera por la máxima autoridad institucional sanitaria de nuestro país.
Estas pequeñas conquistas han sido alcanzadas, y seguirán produciéndose, gracias al trabajo anónimo de muchos profesionales, algunos que nos precedieron y otros que nos sucederán, médicos, psicólogos, enfermeras, trabajadores sociales, policías, bomberos, profesores, periodistas y miembros de la sociedad civil, asociaciones de pacientes y familiares, y sociedades profesionales.
La consecución de la victoria definitiva sobre el suicidio requiere la sistematización de esta red altruista y el impulso político que la amplifique con valentía, coraje y altura de miras. El suicidio nos desafía a superar el debate, estéril e interesado multilateralmente, de las cifras o el sensacionalismo, único sustituto en los medios de comunicación de lo que desgraciadamente sigue siendo aún anatema.
Nos impele moralmente a sortear toda suerte de frivolidades y a sobreponernos a aquellos que instrumentalizan equivocadamente este dolor que a todos nos atañe, capitalizando espuriamente los sentimientos de miedo y culpa que esta muerte produce todavía, en mayor o menor medida, en la sociedad en su conjunto, perpetuando la condena al silencio, el estigma y la discriminación de todo lo que la evoque.
A los supervivientes, cuyo imprescindible testimonio cobra vigor cada día, y hoy especialmente, los interpela en primera persona, a todos y cada uno, y es el recordatorio constante de que nuestra pregunta y motivación no debe ser "¿por qué?", sino "por quién".
Soy testigo de su genuina fortaleza, que sólo puede nacer del proceso de reparación de las heridas profundas, de su lección no pretenciosa de dignidad inspiradora, ejemplar para todos nosotros, y de la luz que nos regalan generosamente, señalándonos lo verdaderamente trascendente: por quién.