Sí a la guerra... pero con música
Para los musulmanes más fanáticos, que son los salafistas, la música es haram, el término para designar lo prohibido. La teoría es que los cánticos distraen a los creyentes y les impiden concentrarse en la adoración de Alá, por lo que invitan a la desobediencia y deben ser evitados. La prohibición no está en el Corán; el problema es la Sunna.
Para los musulmanes más fanáticos, que son los salafistas o wahabitas, la música es haram, que es el término que ellos utilizan para designar todo lo prohibido. La palabra "harén" viene de ahí, porque es la zona prohibida donde vive la señora de la casa.
La teoría salafista es que los cánticos, y sobre todo la música instrumental, distraen a los creyentes, los embriagan con el dulce pero perverso néctar de la armonía, y les impiden concentrarse en la adoración de Alá, por lo que invitan a la desobediencia y deben ser evitados.
La prohibición no está en el Corán. No hay ni un sólo versículo del libro sagrado de los musulmanes en el que se censure expresamente la música. El problema es la Sunna, es decir, la tradición oral referida a los dichos y hechos del profeta.
Precisamente porque se trata de un corpus de reglas no escritas, ni los propios musulmanes se ponen de acuerdo sobre el papel que debe tener la música en su cultura. Pero los que se muestran contrarios a ella son tan intransigentes que prohíben hasta los politonos en los móviles.
La música como vicio nefando que distrae al rebaño de la adoración de Dios, no es privativa del mundo musulmán, la encontramos también en la cultura occidental, de modo que no nos pongamos estupendos ridiculizando sólo la intolerancia islamista.
Durante el Concilio de Trento, por ejemplo, los obispos estaban tan indignados con la polifonía renacentista que estuvieron a punto de prohibir la música durante la Santa Misa. La queja era que tanta melodía simultánea impedía que se entendiera correctamente la palabra del Señor. En vez de Agnus Dei qui tollis peccata mundi, la Curia tenía pánico de que en realidad se oyera:
Suena, ciertamente, a un batiburrillo vocal a la altura de las tertulias televisivas del sábado por la noche. Tuvo que venir un genio llamado Pier Luigi da Palestrina, con su Misa del Papa Marcelo, a demostrar que la polifonía religiosa no era incompatible con la inteligibilidad de la palabra sagrada.
Incluso músicos del talento de Bach se toparon con la Iglesia, esta vez protestante, a la hora de acompañar los corales luteranos en la austera Alemania de comienzos del siglo XVIII. Bach introducía tal cantidad de florituras improvisadas al órgano, que las autoridades municipales le dijeron que parara, porque la congregación no lograba concentrarse. Su venganza fue una especie de huelga de servicios mínimos, con unos acompañamientos tan básicos, que los fieles se empezaron a morir de aburrimiento.
Sabiendo lo que significa la música para los fundamentalistas islámicos, yo que Hollande dejaba de tirar bombas sobre Siria y empezaba a sobrevolar el Califato con helicópteros provistos de altavoces, como en Apocalypse Now. Y volvería locos a esos cabrones, alternando desde el aire el Bolero de Ravel con canciones de Françoise Hardy.