Con Cataluña, a lo hecho, pecho
Sueños aparte, reconozco, aunque me jorobe, que como española siento mi ego patrio dolido, como le pasa a Floriano. Me duele sentir que hay una parte de Cataluña, de tamaño aún indefinido, que no quiere ser española.
Ante "la Diada histórica" -con permiso de las que vengan- se lee, se comenta -eso sí, en la prensa catalana- que lo mismo en Moncloa empiezan a tomarse en serio la posibilidad de una consulta y la necesidad de llegar a algún acuerdo sobre el tema. Me alegro porque creo que negar la realidad no la hace desaparecer.
La semana pasada entrevisté a Joan Tardá, el diputado de ERC que, la anterior, le regaló una camiseta independentista (la que llevarán en la cadena humana que atravesará Cataluña), a Margallo (ministro de Asuntos Exteriores) en sede parlamentaria diciéndole, además: "seremos libres".
Yo le pregunté: ¿Y si no lo son? ¿Y si España no se deja "amputar una mano", como dice Carlos Floriano, el secretario de comunicación del PP? A lo que me contestó que no concibe otro final; que Mas no se está tirando a la piscina motu proprio, que lo hace empujado por el pueblo. A lo que yo repliqué: o por ustedes. Lo que él remató con: el pueblo en las urnas.
Dijo muchas cosas. Como que el que la consulta sea ilegal a día de hoy no es suficiente para negar la posibilidad; que es evidente que las leyes se cambian y que no entiende por qué la izquierda española está tan asustada como para ponerse en contra en lugar de aprovechar "la primavera catalana" para conseguir otra para España que trajera la república. Según él, la república española y la catalana harían algo más que "coexistir": se llevarían de maravilla.
Sueños aparte, reconozco, aunque me jorobe, que como española siento mi ego patrio dolido, como le pasa a Floriano. Me duele sentir que hay una parte de Cataluña, de tamaño aún indefinido, que no quiere ser española. Eso sí, este dolor de orgullo no es distinto al que he sentido todos estos años cuando algunos catalanes me han dejado claro que para ellos es una alegría encontrarse en el extranjero con un catalán y que no sienten nada parecido si lo que se encuentran es un español. Esa anécdota, testada muchas veces en una encuesta personal a lo largo del tiempo, me ha dado qué pensar... En el extranjero el patriotismo crece y si ni allí se sienten españoles es que su sentimiento patrio está hecho polvo.
Podemos llorar por la leche derramada pero entonces habría que llorar por todos... No sólo por los que la derrochan por doquier en Cataluña, sino también por los que gobernaron España a cambio de competencias, los que aprobaron Estatuts para luego deshacerlos, los que compraron votos en Madrid a cambio de libertades que llevaban a caminos de retornos inciertos...
No sé cuantas manos se unirán en Cataluña -muchas, dicen las previsiones-, ni tampoco si es reversible el camino andado. Lo que sí sé es que Tardá tenía razón cuando me dijo que no es fácil para los demócratas españoles aceptar lo que está pasando porque nos pone un espejo delante y nos pregunta: demócratas, sí, pero ¿cuánto?