Las bestias negras de una mujer andaluza
El ser humano tiende de forma natural a caricaturizar la realidad, a meterla en compartimentos estancos desde los que ser capaz de clasificar y calificar el mundo que le rodea. Esto, que en teoría nos debería servir para hacer un uso más eficiente de la información que nos circunda, es también fuente de estereotipos y prejuicios, de discriminación evidente y subversiva.
Susana Díaz. Foto: EFE
El ser humano tiende de forma natural a caricaturizar la realidad, a meterla en compartimentos estancos desde los que ser capaz de clasificar y, sobre todo, calificar el mundo que le rodea. Esto, que en teoría nos debería servir para hacer un uso más eficiente de la información que nos circunda, es también fuente de estereotipos y prejuicios; es fuente de discriminación evidente y subversiva.
Siempre ha habido grupos de gente que discrimina a otros grupos, como podemos comprobar si conocemos a cualquier persona de un barrio rico y a otra de un barrio proletario, por ejemplo: el del barrio rico cree que el del barrio proletario es un pobre hombre y este último cree que el del barrio rico es un estirado. Es por esto que es importante no ser víctima de los victimismos ni caer en una suerte de profecía autocumplida de la que no seamos capaces de liberarnos.
Yo soy del sur de España, en concreto de Murcia; por aquí estamos muy acostumbrados a ser objeto de infinidad de prejuicios y estereotipos, que siempre tienen por común denominador considerarnos un poco vagos, o juerguistas, bebedores, pedigüeños, o todo a la vez. Los que hemos nacido en Murcia, Andalucía o Extremadura tenemos que soportar actitudes que rozan lo denigrante. ¿Hace falta que cada vez que hay una mujer de la limpieza en una serie de televisión, primero tenga que ser mujer, y después tenga que ser del sur? La crítica no es al trabajo de limpiadora, la crítica es que nos colocan en una posición de subordinación constante mientras que los que mandan son siempre hombres y con un perfecto acento castellano del norte.
Algo parecido ocurre con un tema de moda últimamente: Susana Díaz. He tenido que leer estupefacto como la llaman "Gusanita Díaz" o "Lozana Díaz" desde sectores del propio PSOE. Nunca dejará de sorprenderme el tufo machista que podemos destilar desde ciertos sectores progresistas, en este caso socialistas, contra una mujer empoderada. Si a esto le sumas que es del sur, apaga y vámonos. Nunca pude pensar que la progresía tuviera ese hedor a terrateniente rancio.
Hay gente, también en el PSOE, que considera que la izquierda gana en Andalucía porque los andaluces son unos vagos o unos incultos, o ambas cosas; este argumento, que es propio de la derecha, lo han asimilado a la perfección sectores reconocidos y reconocibles de la progresía española, gran parte del PSOE incluido. Es por eso que espero que todos sepamos a qué nos enfrentamos alimentando pasiones pretéritas que habría que meter de nuevo en la caja de Pandora.
Tenemos que seguir avanzado en igualdad en España, y debemos estar vigilantes a cualquier actitud que la rompa, incluso si esta actitud viene desde gente afín. La igualdad no es moneda de cambio, ni siquiera es negociable; la igualdad es un bien colectivo y universal a preservar y proteger, al margen de afiliaciones e ideologías. Es por esto que expreso mi apoyo a la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, no por alimentar un debate orgánico en el PSOE, sino por defender lo que considero justo: la igualdad, la dignidad y por ver cómo una mujer empoderada no tiene que pedir permiso para serlo. Tolerar actitudes machistas o clasistas no es propio de gente progresista. Callar ante estas actitudes es ser cómplice del machismo y del odio hacia la procedencia de cada cual. Conmigo, que no cuenten para esto.