Lo que no sabes de ti
Hay un gran desconocimiento de la vida interna de los seres humanos, de sí mismos y de los demás, con la confusión y la incomprensión de la realidad que esto supone. Conocerse a uno mismo implica entender a los demás, y eso nos une como personas.
Ballena franca en la bahía de Hermanus, Sudáfrica. Foto: JJ/MI.
El viento que llegaba desde la Antártida era muy frío, y a pesar de ello nadie se iba de la pedregosa costa. En la gran bahía de Hermanus, en la costa sur de Sudáfrica, contemplábamos cómo se aproximaban las ballenas francas, con sus cerca de 80 toneladas, en un especial encuentro al borde de los acantilados en el que humanos y cetáceos se observan mutuamente con curiosidad. En el lado de los humanos se respiraba un ambiente de hermandad sin palabras, una intensa alegría, como si al observar a los colosos del mar, surgiera la conciencia de pertenecer a una misma especie, la humana.
Durante nuestra estancia en Sudáfrica conversamos entre otros con los dueños de una cadena hotelera de origen Bóer, con los empleados de etnia Xhosa de Maropeng; con un atento taxista Zúlu en Durban; con una alegre compañera de vuelo de raíces hindúes pero sudafricana hasta la medula; o con el amable y cosmopolita dueño de una tienda en Ciudad El Cabo. Charlamos sobre la situación del país, los años bajo el protectorado británico, la posterior y terrible época del apartheid y la actual etapa, en la que aún existen grandes desigualdades sociales. También hablamos de sus temores, sus emociones, preocupaciones, anhelos... Y constatamos lo que hemos observado en otros países, y que vivimos a diario en la consulta, lo parecidas que son todas las personas entre sí.
Vivimos varios meses en una apartada región del Himalaya central, entre Nepal y Tíbet. En aquel lugar no había luz eléctrica, ni agua corriente..., el plástico era algo casi desconocido. Los escasos habitantes vivían aislados del mundo y sin embargo, sus preocupaciones, sus deseos, sus emociones y pensamientos, eran también similares a cualquier otra persona del planeta. Su miedo no era a quedarse sin trabajo, sino a que la cosecha de cebada no fuera buena y pasar penalidades aquel año. Circunstancias externas diferentes, pero el mismo miedo al futuro, a no salir adelante.
En El Salvador, Centroamérica, tras la cruenta guerra civil que padeció el país, convivimos durante dos años con excombatientes de ambos bandos, cerca unos de otros. La casa era una choza hecha con maleza integrada en una pequeña comunidad en mitad de la selva. Allí operaban diferentes organismos nacionales e internacionales, laicos y religiosos, políticos y humanitarios, conviviendo con los graves conflictos políticos de la región, los restos de violencia de la posguerra y los traumas del pasado reciente. A pesar de estas dificultades extremas era esclarecedor ver que en todos los bandos tenían similares inquietudes, virtudes y defectos. El dolor por lo vivido, el rencor, los ratos de alegría a pesar de las dificultades, la solidaridad, el miedo, el hábito de culpar a otros, las ganas de comenzar una nueva etapa...
En España, tratamos a Marcos (los nombres son figurados), de aspecto desaliñado, agricultor, le gusta escalar, lleva rastas en el pelo y conduce una furgoneta. O a Juana, ama de casa jubilada, no conduce y vive pendiente de sus hijos y nietos. A Juan José, un empresario con un nutrido grupo de empleados a su cargo, de aspecto cuidado, conduce un vehículo de alta gama y tiene mentalidad de ejecutivo. A Erika, una joven estudiante de formación profesional, vestida de gótica que va en transporte público, y lo que le gusta es salir con las amigas.
Entre ellos, un abismo de ideas les separa. Sin embargo, más allá de los conflictos psicológicos concretos, todos tienen preocupaciones personales similares: el temor por la situación económica, el miedo al futuro, a sentirse desvalorados, a la soledad; el miedo al fracaso, ira reprimida, el anhelo por relacionarse mejor con los demás y por sentirse queridos. Reaccionan al menosprecio, son críticos mentalmente con los demás y consigo mismos, no les gusta reconocer que son rencorosos, les cuesta mostrar sus debilidades, han olvidado sucesos dolorosos y lloran cuando los recuerdan..., entre otros aspectos.
Una y otra vez, observamos que son infinitamente más las similitudes que las diferencias. Todos ellos quieren ser únicos, especiales..., y hasta en eso son similares.
La verdadera revolución pendiente
Nuestras investigaciones por el mundo y los años de profesión como psicólogos clínicos nos han permitido hablar con miles de personas sobre sus preocupaciones, sus dificultades, sus alegrías y sus sufrimientos. Y es sorprendente, y a veces doloroso, comprobar una y otra vez que la mayoría de las personas piensa que las dificultades psicológicas con las que se encuentran sólo les ocurren a ellos. Que sólo ellos están inseguros, que sólo ellos se quedan a veces en blanco o con la mente confusa, que sólo ellos tienen pensamientos desagradables que no querrían tener, que sólo ellos son a veces incapaces de controlar sus emociones. Que sólo ellos temen que sus seres queridos descubran sus puntos flacos, o que sólo les ocurre a ellos que a veces se sienten mejores que nadie, y en otras ocasiones todos parecen mejores que ellos.
Cuando descubren que algunos de sus pensamientos no están bajo su voluntad, creen que es algo extraño. Cuando descubren sus miedos, creen que es algo que ya deberían tener resuelto o deberían saber resolver, cuando en realidad nadie les ha enseñado a hacerlo.
Hay un profundo deseo de ser aceptados, miedo a ser rechazados, por eso la inmensa mayoría de las personas ha aprendido a disimular, a no mostrarse, y parecen no darse cuenta de que los demás actúan de manera similar.
Hay un gran desconocimiento de la vida interna de los seres humanos, de sí mismos y de los demás, con la confusión y la incomprensión de la realidad que esto supone. Conocerse a uno mismo implica entender a los demás, y eso nos une como personas. Nos atrevemos a decir que comprender esta realidad interna es la verdadera última frontera, la verdadera revolución pendiente.