Un laboratorio propio
Igual que pone los pelos de punta pensar que seguramente hoy no sabríamos quién es Virginia Woolf si no hubiese sido porque ella y su marido compraron una editorial, también es terrorífico imaginar cuántas científicas se han perdido por el camino o se han quedado sin Premio Nobel por no tener a nadie que las defendiera, sino más bien todo lo contrario.
Foto: ISTOCK
Recuerdo de manera muy nítida las palabras de Carol W. Greider cuando fui a despedirme de ella en mi último día en su laboratorio del Cold Spring Harbor Laboratory de Nueva York, a finales del año 1996. Habían pasado cuatro años trepidantes en los que juntas habíamos hecho descubrimientos muy relevantes. En los que Carol financió, guio y supervisó mi investigación en su grupo. Años en los que yo trabajé duro para conseguir que los experimentos tuvieran éxito, y así descubrir cosas que aún me emocionan. Me despedía de Carol porque había llegado el momento de volver a España para dirigir mi propio laboratorio de investigación. Tocaba cortar amarras y capitanear el barco propio por los mares de la Ciencia.
Al despedirnos, Carol me dijo: "Maria, ahora va a empezar lo más bonito de tu vida como científica". La miré sorprendida, ¡no podía estar hablándome en serio! Siempre imaginé que eso de ser jefa, eso de dirigir un laboratorio sería mucho menos grato que estar en las trincheras de la investigación siendo parte de un equipo. Pero Carol insistió, quizás recordando con añoranza cuando ella empezó su propio laboratorio: "Empezar tu propio grupo es lo más emocionante del mundo, ahora vas a disfrutar verdaderamente de lo que es la investigación. Podrás elegir las cosas en las que quieres investigar, e investigar a tu manera". Me sonreía de oreja a oreja de una manera tan genuina que entendí que sus palabras eran muy sinceras, que verdaderamente me esperaba lo mejor, que no había por qué tener ningún miedo, que esto que empezaba, y que a mí me producía todo tipo de inquietudes (¿sería yo capaz de ser una científica exitosa?) era algo que había que disfrutar. Carol me estaba dando un buen consejo: en vez de dudar, tenía que seguir adelante y navegar a toda vela, con toda la ilusión y ambición de la que fuese capaz.
Y aquí estoy, 20 años después, y sólo puedo decir que Carol estaba en lo cierto y que su consejo ha sido uno de los mejores que me han dado nunca. Veinte años que han pasado volando, 20 años en los que no ha habido ni un solo día aburrido, ni un solo día en que no quisiera saber más, avanzar más en nuestra comprensión de lo que investigamos en el grupo: los telómeros y su papel en las enfermedades y en la longevidad. Y hemos avanzando muchísimo. A pesar de todos los pesares, a pesar incluso de las restricciones económicas de los últimos años, de las miserias de tener que pensar si hacemos o no un experimento por falta de dinero...
A pesar de todo eso y mucho más, empezar mi propio grupo y decidir en qué investigar, sentirme emocionada y orgullosa de los descubrimientos que hemos hecho es lo mejor del mundo. Como lo es ver crecer y madurar a las científicas y científicos de todo el mundo que han pasado por el laboratorio. Juntos lo hemos hecho posible. Y muy modestamente, creo que no sería igual lo que hoy sabemos de los telómeros sin nuestro laboratorio, no sería igual si yo me hubiese perdido por el camino, como tantas otras mujeres científicas. Y claro que he tenido ayuda y buenos consejos. Dice la Premio Nobel Liz Blackburn en el libro Excelentes -que acabamos de editar en el CNIO- que hay que saber pedir consejo, pero también, a veces, saber ignorarlos.
Y discúlpenme si ha sonado arrogante lo anterior, es que estoy bien orgullosa de ello. Pero no quería hablar de mi propio laboratorio ni de mi experiencia personal, que no deja de ser una anécdota. El motivo de este artículo es hablar de la importancia de que las mujeres científicas tengan Un laboratorio propio, y de lo que hace falta para que así sea. Por supuesto, el título está inspirado en la obra maestra de Virginia Woolf, Una habitación propia.
En 1928, invitaron a Virginia Woolf a impartir varias charlas sobre el tema 'Las mujeres y la novela'. Virginia plasmó sus ideas en un ensayo que tituló Una habitación propia. Según Virginia, lo importante no era hablar de mujeres novelistas, ni tampoco de si las mujeres escribían novelas "diferentes" de las de los hombres. Lo importante, el "quid" de la cuestión según Virginia, era saber por qué había tan pocas mujeres que escribían, en definitiva, que dedicaban su vida a la creación literaria.
Imagen de la escritora Virginia Woolf/WIKIPEDIA
Decía Virginia Woolf que para crear había que tener una habitación propia. Lo mismo me dijo Carol. Para avanzar en la carrera científica, en algún punto, tienes que hacer tu propia investigación, has de tener tu propio laboratorio. Pero esto no es una tarea fácil, ni en el caso de la literatura ni en el caso de la ciencia. Para Virginia, tener una habitación propia significaba tener una asignación mensual propia (un salario) y la libertad de disponer del tiempo necesario para dedicarlo a la creación literaria. En el caso de la ciencia, tener un laboratorio propio implica tener también una posición independiente y el dinero para realizar la investigación. Esto tampoco es tarea fácil.
De manera muy elocuente y divertida, a través de sus aventuras durante un día en la Universidad ficticia Oxbridge (mezcla entre Oxford y Cambridge), Virginia además nos advierte de que el dinero no fluye fácil hacia nuestro género. El dinero, que es administrado fundamentalmente por hombres, también fluye fundamentalmente hacia los hombres. En los college masculinos de Oxbridge se comen perdices y se bebe vino y se recita poesía, y en el único college para chicas de Oxbridge, Virginia cena con una científica amiga suya una sopa clara y bebe agua igual de clara, y se dedican a pensar en maneras de conseguir más fondos.
Sorprende que, casi un siglo después, las mujeres aún sean peor evaluadas que los hombres a iguales méritos debido a los llamados "sesgos inconscientes"; que las mujeres tengan salarios más bajos, que reciban menos premios -sobre todo los mejor dotados económicamente-. Que cuando flaquea la inversión en investigación, son los proyectos liderados por las mujeres científicas los que primero caen. Que las mujeres están menos representadas en los comités que dan el dinero para la investigación, en los que entregan premios, los que organizan las conferencias científicas... La semana pasada, la revista Nature publicó que las mujeres también estaban infra-representadas entre los revisores de trabajos científicos, que son quienes determinan la publicación de los mismos. Las mujeres también tienen menos mentores y, por lo tanto, menos apoyos a lo largo de su carrera.
Dada la situación, no debe extrañarnos que las mujeres científicas, de facto, tengan menos posibilidades y menos autoconfianza que sus colegas masculinos para avanzar hasta lo más alto de la carrera investigadora. Un trabajo reciente publicado por la revista Science nos pone los pelos de punta: las niñas de 6-7 años ya tienen menos confianza en sí mismas que los niños a la hora de afrontar resolver problemas considerados muy difíciles, cuando esta diferencia no existía a edades más tempranas.
También pone los pelos de punta el pensar que seguramente hoy no sabríamos quién es Virginia Woolf si no hubiese sido porque ella y su marido compraron una editorial, Hogarth Press, donde Virginia autopublicó casi todas sus novelas. Y en la esfera de la ciencia pone igualmente los pelos de punta pensar que Marie Sklodowska-Curie no tendría dos Premios Nobel si no hubiese sido porque, en el primero, su marido, Pierre Curie, pidió al Comité Nobel que la incluyeran también a ella pues había sido igual de importante que él en el descubrimiento; y en el segundo, porque la propia Marie defendió enérgicamente su Premio Nobel cuando le dijeron que tenía que renunciar a él por un supuesto escándalo amoroso. Cuántas escritoras -Virginia Woolf pone el ejemplo ficticio de una supuesta hermana de Shakespeare en Una habitación propia que escribía igual de bien que su hermano pero que murió sin que su obra fuese publicada ni reconocida-, y cuántas científicas se han perdido por el camino o se han quedado sin Premio Nobel por no tener a nadie que las defendiera, sino más bien todo lo contrario (y pienso ahora en Rosalind Franklin).
El 8 de marzo, celebramos en el CNIO el Día de la Mujer con la representación de Una habitación propia, el ensayo que Woolf escribió sobre mujeres y literatura pero que se puede extrapolar a todas las mujeres profesionales. La adaptación al teatro es una obra maestra de la escritora María Ruiz. La interpretación por parte de Clara Sanchís no es menos soberbia. He leído casi todo de Virginia Woolf, hasta sus diarios completos, y Clara Sanchís es una encarnación perfecta de esa Virginia Woolf que vislumbramos a través de sus palabras escritas. Conforme transcurre la obra, Virginia se reencarna en Clara y Clara en Virginia. Están todos y todas invitados a venir a ver esta obra el 7 de Marzo en el CNIO, reclamando no solo "una habitación propia", sino también "un laboratorio propio" :