La llave del grifo para nutrir los derechos humanos
No es posible hablar de derechos humanos si las personas que detentan dichos derechos no viven en un planeta que permite que puedan acceder al agua, a un entorno saludable, a una alimentación sana y digna, a la estabilidad de permanecer en sus hogares el tiempo que deseen y junto a sus familias y comunidades o a preservar su patrimonio ambiental ligado a su cultura.
Un hombre lleva a su hija durante las inundaciones de Pakistán de 2011 ©UNICEF/UNI116083
Os quiero pedir que, por un momento, os pongáis en la piel de una niña de Bangladesh. Tienes seis años y tu madre trabaja doce horas en una fábrica textil, dejándote al cuidado de tus hermanos pequeños. No vas a la escuela ni puedes ir al médico cuando te pones enferma. Es tiempo de ciclones y a causa del cambio climático tu comunidad se ve inundada por las constantes lluvias. Si consigues sobrevivir, puede resultarte hasta divertido jugar con tus hermanos con el agua cubriéndote la mayor parte de tu cuerpo, pero la próxima vez quizás no tengas tanta suerte.
En ocasiones se nos pregunta por qué UNICEF está involucrado en la lucha contra el cambio climático. Especialmente ahora, mientras se celebra la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP21), que tiene lugar en París. ¿Por qué, nos dicen, una organización de infancia está ahora hablando de cambio climático? Me parece una buena pregunta, y una excelente oportunidad para aclarar la respuesta y colocar, una vez más, a los niños en el centro de la cuestión y su imprescindible solución.
El pasado 24 de septiembre se publicó la nueva agenda de desarrollo internacional basada en los Objetivos de Desarrollo Sostenible. De los 17 objetivos, nada menos que 9 son sobre preservación del medio ambiente. Esto demuestra lo que muchos venimos contemplando hace tiempo: la agenda de defensa de los derechos humanos está ligada, o mejor dicho, es la otra cara de la moneda, de una agenda de medio ambiente.
Sencillamente, no es posible hablar de derechos humanos si las personas que detentan dichos derechos no viven en un planeta que permite que puedan acceder al agua, a un entorno saludable, a una alimentación sana y digna, a la estabilidad de permanecer en sus hogares el tiempo que deseen y junto a sus familias y comunidades o a preservar su patrimonio ambiental ligado a su cultura.
Todo eso, y mucho más están en riesgo hoy, deteriorándose cada segundo que pasa y, por tanto, impidiendo que los derechos de las personas se respeten. Medio ambiente, desarrollo y derechos humanos son un triángulo inseparable para que la humanidad mantenga su digno equilibrio y hasta su propia supervivencia.
De nada sirve la cooperación al desarrollo, las ayudas transferidas a Gobiernos y organizaciones, si 530 millones de niños viven en zonas con probabilidad de que ocurran inundaciones y 160 millones de niños habitan en lugares donde las sequías son extremadamente graves. Se estima, además, que las olas de calor y otros fenómenos meteorológicos extremos que contribuyen a la creciente propagación de la desnutrición, la malaria y la diarrea pueden afectar a 175 millones de niños al año.
¿Qué imaginamos que va a suceder con estos niños y niñas si no actuamos de manera efectiva? Están condenados a sufrir consecuencias devastadoras para su salud y desarrollo, si no fatales, o bien, a ser protagonistas de movimientos migratorios en masa para poder buscar nuevos pastos, nuevas fuentes de agua, o, simplemente, un espacio seco donde poder sobrevivir.
Y, ¿en qué medida nos afecta a nosotros? A duras penas desde Europa somos capaces de acoger a los niños y niñas víctimas del conflicto armado, a pesar de las Convenciones internacionales que protegen a los refugiados por encima de toda circunstancia. Si tanto nos está costando y tanto debate está trayendo esto, ¿cómo vamos a vivir la llegada de comunidades enteras, desplazadas por haber perdido sus hogares o por no poder sobrevivir más en una tierra inundada o árida como desierto? ¿Los llamaremos "migrantes económicos" y miraremos a otra parte?
La realidad de todo esto es que nosotros, los países industrializados, y las grandes potencias, somos los que más emisiones de carbono estamos produciendo, y quienes podemos cambiar las políticas, pidiendo a nuestros Gobiernos que creen energía limpia y renovable, cambiar la cultura y pautas de consumo (sí, esto debería apelarnos también a cada ciudadano...). Y todo para construir un planeta donde niños y niñas puedan permanecer en sus hogares si lo desean, con sus familias y comunidades y con sus derechos más básicos garantizados. Porque ellos son las víctimas, pero no los responsables.
Queda poco tiempo, muy poco. La acción requerida es urgente, inmediata, es para hoy. De lo contrario, nuestros niños, incluida esa niña bangladesí con la que compartiste emociones al principio de este artículo, serán víctimas de la tragedia más grande de todos los tiempos, a escalas que lamentablemente conocemos y no podemos obviar.
Después de leer esto, espero que te unas a las personas que queremos ya una solución urgente, a las personas que tienen sus esperanzas, exigencias, y su lucha puesta en la Conferencia de París 2015.
Si no lo he conseguido, al menos espero que comprendas que el cambio climático es un asunto de todos, pero cuyas consecuencias afectan principalmente a la infancia. Y, por tanto, que compartas la necesidad y la razón por la que desde UNICEF Comité Español trabajamos en este tema: es la llave del grifo para nutrir la mayoría de los derechos humanos de los niños y niñas de todo el planeta.