Una imagen para una crisis

Una imagen para una crisis

 

Una ciudana anónima (y silenciosa)

La fotografía siempre ha tenido una capacidad simbólica más poderosa que cualquier otra forma de representación. Desde su aparición, momentos históricos determinantes han contado casi siempre con una fotografía que ha sintetizado un acontecimiento, una guerra, una revolución... y también una crisis. El miliciano cayendo de Robert Capa queda en la memoria colectiva como la imagen que sintetiza la guerra civil española. Aquella bandera norteamericana en la colina de Iwo Jima levantada por varios soldados, obra de Joe Rosenthal, es la esencia de la segunda guerra mundial. Poco importa que las imágenes fueran espontáneas, repetidas, recreadas o parte de una ficción. Su poder simbólico se ha grabado a fuego en el imaginario colectivo y eso es más real para nosotros que los propios hechos.

Buscaba desde hace tiempo esa imagen que sintetizara esta etapa tan triste de la historia de nuestro país, esa representación simbólica de la crisis y sus devastadores efectos en una sociedad que empieza a mostrar signos de agotamiento. No la encontraba en los cientos de imágenes que hemos podido ver de las manifestaciones ni en las fotos que muestran a los ministros o al presidente, ya sea en ruedas de prensa o caminando puro en mano por las calles de Nueva York. No daba con una imagen representativa, poderosa y compleja que retratase al ciudadano anónimo y que fuese un reflejo del momento de abatimiento generalizado del país. La tenía tan cerca que no era capaz de verla.

A primera vista se trata de una buena foto en blanco y negro, bien procesada, con una composición equilibrada. Pero una lectura más atenta, la que nos lleva del momento casi inconsciente de ver al proceso reflexivo de observar, mostraba todos los elementos simbólicos que hasta ahora no encontraba en las imágenes de la prensa diaria. Lo primero que me llamó la atención es la presencia de las palabras Banco de España, que para los que viajamos en metro es una parada, pero que en este caso es mucho más. Y bajo ese cartel de estación de metro, que se encuentra a pocos metros de los depósitos de ese supervisor del sistema bancario que es el Banco de España, con lo que representa, una mujer que no reconocemos, que podría ser cualquiera de nosotros, permanece sentada, abatida, con gesto y pose de derrota.

Gesto no muy lejano del que le queda al timado por una pandilla de trileros. A esta mujer, al ciudadano anónimo, le tendieron una trampa, movieron muy rápido los cubiletes, le hicieron creer que su trabajo estaba debajo del de la izquierda, que su casa estaba debajo del vaso del centro, que su vida estaba a salvo bajo el de la derecha. Pero cuando uno juega contra la banca, ya se sabe, siempre sale perdiendo. La banca siempre gana, aunque parezca, como es el caso, que está perdiendo.

En esta mujer sentada encontré al ciudadano medio al que aludía nuestro presidente estos días, al que no acude a las manifestaciones y acata las decisiones del gobierno con sumisión. Y ese individuo que, de alguna manera, somos todos (o casi), efectivamente no protesta, no se manifiesta... simplemente está grogui, casi noqueado, huele la derrota y no le queda fuerza para revolverse, para lanzar un último puñetazo.

Confundir esta inacción con el aplauso o con el apoyo silencioso y responsable a unas decisiones que le van a hundir un poco más en su triste realidad es un error grave. Porque ese ciudadano no está apoyando o suscribiendo ninguna decisión con su silencio. Simplemente está entregado a la derrota. En algunas películas hemos visto que en el último segundo, antes de sonar la campana, con la última gota de dignidad, el boxeador a punto de besar la lona saca una izquierda que tumba al contrincante, siempre más fuerte, cargado de arrogancia. Ya sé, esas cosas pasan sólo en la ficción. Pero como ocurre en esas imágenes simbólicas que han retratado y fijado una época, aún siendo ficción, se han terminado convirtiendo en un recuerdo vívido y real. Si ese momento se produce, la imagen de la crisis para la memoria será bien distinta. Pero de momento, pocas imágenes reflejan mejor el momento actual que esta imagen de abatimiento y soledad.

 

Alfonso González (Alcalá de Henares, 1966)

Después de una trayectoria de más de 15 años como profesional, simultaneando foto de moda y retrato para diferentes publicaciones, deja la fotografía. Antes, conoce el oficio por dentro trabajando en dos estudios de fotografía de moda, uno en Madrid (Ciclorama) y otro en París (Daylight Studios). Miguel Oriola o Javier Vallhonrat están entre sus mentores o maestros.

Como tantos otros fotógrafos que han dejado el oficio por la crisis que afecta al sector o por el propio desgaste que conlleva el mundo de la foto profesional, no la abandona del todo. Una vez que se aprende a mirar la vida a través de un visor, uno no deja de seleccionar fragmentos de realidad, de encuadrar y de captar escenas, aunque no tenga una cámara en las manos. Con la ayuda de un iphone comienza de nuevo a observar el mundo que le rodea. Y lo hace ahora libre de presiones, de intermediarios y de fechas. Desde esa nueva libertad, ahora ya con su Leica, comienza a realizar una serie de imágenes de su entorno cercano, convirtiéndose en una especie de cronista gráfico que observa improvisadas escenas cotidianas del centro de Madrid, entre la curiosidad y el costumbrismo.

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Flickr

© Fotografía: Alfonso González

© Texto: Luis Mariano González

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