¿Es el 'burkini' el último atentado islamista en Francia?

¿Es el 'burkini' el último atentado islamista en Francia?

Como siempre, el cuerpo de las mujeres es el terreno al que los hombres llevan su guerra. Son las mujeres las únicas de las que se habla aquí; nunca se dice nada de aquellos que las han encerrado en una cárcel de tela. Somos nosotras -las mujeres con velo o las malas feministas- las culpables, no los que nos han declarado la guerra clamando que nuestros cuerpos son impuros e impúdicos.

EFE

Desde hace varias semanas la polémica del burkini agita el país galo hasta el punto de que puede dar a entender que se trata del último atentado hasta la fecha. Como testigos del revuelo que provoca esta cuestión, constatamos que los islamistas nos han encerrado colectivamente en un dispositivo perverso que se despliega en cuatro tiempos.

El primer error en este debate es la ocultación del componente feminista

La gran habilidad de los islamistas consiste en eliminar del debate la dimensión ideológica y el significado sexista del burkini, el mensaje sobre la impureza y la vergüenza del cuerpo femenino, reduciendo esta cuestión a una dimensión antirracista. Es cierto que en algunas posturas contra los velos islámicos existe un racismo antimusulmán. Pero no es una verdad incompatible con el fondo irreductiblemente feminista de la cuestión. Una cosa no anula la otra y es esta gran dificultad la que exige enfrentar la totalidad del fenómeno de forma dialéctica. Esta demostración de fuerza retórica contribuye a la reducción del problema al asunto de las libertades públicas.

Lo que es desconcertante es que cuando los pro-burkini acceden al terreno de las mujeres, es para sumergirnos en el relativismo completo y llegar a sorprendentes giros. Las comparaciones no son significativas... y desde el principio de la polémica asistimos a un desfile de paralogismos y analogías dudosas, ya sea con el bikini, el monokini, las religiosas en las playas o los diktats de la moda: el burkini finalmente sólo sería una coacción patriarcal como otra cualquiera y, como a las mujeres se las aliena de todas formas, ¿quién eres tú para impedirles que elijan su sometimiento voluntario?

Se las acosa, se las amenaza y se las acorrala hasta que se ven en la obligación de cubrirse.

Todo se pone en el mismo plano en una operación sofística temible: para empezar, ya no se habla del burkini, sino del bikini o de las combinaciones de surf. El ingenioso procedimiento consiste en considerar las prohibiciones municipales de algunas playas como una medida administrativa nacional referente a simpáticos trajes de baño australianos que llevan tanto hombres como mujeres. Evidentemente, no es el caso, pero el juego de manos con el que se borra la dimensión sexista e ideológica del tema apunta a la prestidigitación.

El segundo nivel de este dispositivo nos encierra en alternativas imposibles, en callejones sin salida jurídicos y políticos

Si estamos a favor de las prohibiciones y las verbalizaciones del burkini nos perdemos en el plano de las libertades públicas y de la laicidad como neutralidad del Estado, y fomentamos la caza a los musulmanes. Las imágenes de Niza son insoportables y hemos de decir firmemente que condenamos la humillación de esa mujer. Nos oponemos de lleno a estas prohibiciones o verbalizaciones. Pero -y es ahí donde está la trampa- estar en contra de estas prohibiciones también implica perder. Autorizar que las mujeres sean marcadas de esa manera es repetir el mismo error que con el resto de velos. Con el pretexto de permitir que estas mujeres (víctimas o radicalizadas, el resultado es el mismo) circulen, nos hemos acostumbrado al pañuelo, luego al hijab, luego al niqab y, por último, al burka.

Estar a favor de las prohibiciones es seguirle el juego al Frente Nacional y oponerse es dejar ganar a los islamistas. Cruz, pierdes; cara, pierdes.

El resultado es que, desde entonces, en algunos lugares de Francia y del Magreb las mujeres sin velo son minoría. Se las acosa, se las amenaza y se las acorrala hasta que se ven en la obligación de cubrirse. Es el motivo por el que tanto tunecinos como marroquís han prohibido el burkini en algunas playas. En resumen: estar a favor de las prohibiciones es seguirle el juego al Frente Nacional y oponerse es dejar ganar a los islamistas. Cruz, pierdes; cara, pierdes. Es lo que en ajedrez se llama una jugada maestra. En política es ese momento -cuando ya es demasiado tarde- en el que te das cuenta de que el adversario está en tu terreno y que hay que batirse en retirada.

Este aspecto del dispositivo puesto en marcha por los islamistas es de una perversidad miedosa, pero no ha acabado. Se despliega hasta un tercer nivel. La sociedad francesa, enredada en una alternativa imposible, se agota en esta polémica en lugar de avanzar. Desde 2015 estamos en guerra, traumatizados, de luto y aterrorizados. Con esta última bomba del burkini, los islamistas han logrado que aumente la tensión un nivel más, alimentando las tensiones comunitarias así como la liberación de palabras racistas y antisemitas.

Son las mujeres las únicas de las que se habla aquí; nunca se dice nada de aquellos que las han encerrado en una cárcel de tela.

En lugar de concentrarnos en nuestra reconstrucción, devolvemos la violencia recibida contra nosotros mismos y sobre todo contra las mujeres chivo expiatorios en un clima crispante de histeria. El objetivo fijo de Daech es provocar una guerra civil en Francia, contando con la represión de los franceses musulmanes. El hecho es que las fotos de Niza van a alimentar durante mucho tiempo la propaganda yihadista y que los islamistas han ganado de forma innegable la batalla de la imagen: Niza ya no es el camión, sino esa imagen en la playa.

¿Se ha producido una ola antifrancesa?

Los medios anglosajones se ríen de nosotros como si quisieran caricaturizarnos a ultranza. Como en una película de Walt Disney, Francia tiene el papel del malo. Y eso que todavía no hay ninguna ley en Francia y que, por el contrario, son los países musulmanes los que han tomado medidas mucho más severas que nosotros en materia de lucha contra el islamismo. Por un enésimo giro perverso, se acabará diciendo que Francia se ha buscado los atentados de los que ha sido víctima. El resultado es que después de haber dividido a la sociedad francesa, así como a las mujeres y a las feministas, como veremos, han logrado dividir a los aliados de la coalición. Y todo esto con pocos medios. Ha bastado con utilizar a las mujeres como escudo humano.

Y llegamos a la última fase de la trampa que se cierne sobre nosotros: vuelven a ser las mujeres quienes se sacrifican y, como siempre, quienes pierden

El cuerpo de las mujeres, como en todo conflicto, es el terreno al que los hombres llevan su guerra. Son las mujeres las únicas de las que se habla aquí; nunca se dice nada de aquellos que las han encerrado en una cárcel de tela. De esta forma, llegamos a la mayor perversidad, que consiste en no nombrar nunca al agresor y en cebarse con las víctimas. Las imágenes de Niza son terribles, pero no se mostrarán nunca las fotos de los que imponen el velo.

Los hombres que cubren a sus mujeres están lejos, muy lejos de nuestra cólera. El dispositivo perverso opera en el sentido de que permite ocultar las causas para que sólo veamos las consecuencias. De hecho, fabricamos a falsos responsables sin llegar nunca a nombrar el mal inicial. Por un giro perverso, somos nosotras las culpables; en particular, las mujeres con velo o las malas feministas. No los que aprisionan a las mujeres, no los que nos han declarado la guerra clamando que nuestros cuerpos son impuros, impúdicos, o bien animando a que nos agredan si vamos descubiertas.

De este modo, el burkini abraza el feminicidio perpetrado por Daech, cuyo proyecto se basa en la destrucción de las mujeres. Queda saber hasta cuándo vamos a jugar y a perder en este juego. Por desgracia, el estado del debate indica que no será mañana.

Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del francés por Marina Velasco Serrano