El sueño de Mallorca se apaga: una isla al borde del colapso a pesar de la acción de los vecinos
Asociaciones denuncian el turismo de masas que plaga la isla balear mientras toman cartas en el asunto y piden soluciones a las instituciones.
Para algunos es turismofobia mientras que muchos vecinos hablan de saturación, pero lo que ha quedado claro este verano es que la convivencia se ha vuelto especialmente difícil, especialmente en algunas zonas más afectadas por el turismo de masas como Mallorca. El ejemplo más claro son los carteles que aparecieron hace unas semanas en algunas playas de la isla balear señalando que el baño estaba prohibido o las calas estaban cerradas para ahuyentar a los turistas.
Pero el malestar de los vecinos y residentes no se limita a las zonas de playa, sino también a pueblos como Alcúdia y Sóller o a la propia ciudad de Palma. “La situación actual es fruto de la de una evolución que tienen las islas en general y Mallorca en particular hacia un modelo productivo económico en el que el turismo es cada vez más hegemónico”, denuncia Jaume Garau, miembro de Fòrum Societat Civil, que reúne varias asociaciones de vecinos, ecologistas y sociales de la isla.
Que el turismo sea el motor principal de la economía de Baleares —y de gran parte de España— “hace que los negocios turísticos necesiten más volumen de turistas y ese mayor volumen genera a su vez más negocio turístico”, algo que para Garau es “un círculo vicioso difícil de mantener siempre” y que solo se rompe cuando hay crisis como la del covid o la crisis económica de 2008.
Solo en el primer trimestre del año, Mallorca recibió a un 24,3% en comparación con 2022 y más de 500.000 turistas nacionales lo han elegido como destino para las vacaciones de verano, colocando a la isla en la primera posición. Las masas son tales que hasta para Stern, una de las revistas más leídas de Alemania, país que exporta miles de turistas cada año a la isla balear, el sueño del verano mallorquín ya no es lo que era. Además, según un estudio de la UE Baleares será una de las regiones que más turistas perderá por la emergencia climática por lo que la economía de la zona podría tambalearse si no se diversifica.
Garau explica que si cada año llegan más turistas a Mallorca “necesitamos más trabajadores para estos turistas, más negocios, aviones, barcos, coches... Esto ha ido creciendo y la saturación también porque no caben tantos de la misma manera en la que antes cabían la mitad, claro”.
“Hay varios espacios de la isla que están muy saturados como algunas playas más conocidas, algunas carreteras como la Vía de cintura —que rodea Palma— o los centros históricos de algunas ciudades peatonalizadas que han sido completamente tomadas por los turistas como Pollença o Alcúdia, donde han tenido que protestar los vecinos porque no pueden más”, denuncia Garau, que confirma que la situación es especialmente insoportable entre junio y septiembre.
Para Claudio Milano, investigador en el departamento de Antropología Social de la Universidad de Barcelona, “estos lugares turísticos acaban siendo zonas sacrificadas donde los vecinos y los residentes poco a poco desaparecen” por los problemas de convivencia con las masas de turistas. Por supuesto, de esta lista de lugares masificados no escapa Magaluf, donde se concentra el turismo de excesos en la isla. “Esos hoteles están muy amortizados y meten turistas a cualquier precio porque si los llenan durante tres o cuatro meses pues ganan un pastón. Y si hay jaleo, pues dicen que a apechugar que son cuatro meses”, denuncia Garau.
Los vecinos, al rescate de un paraíso natural
Una de esas zonas masificadas es el Caló des Moro una diminuta cala de difícil acceso en el sur de la isla que se ha llenado de visitantes en los últimos años y es una des playas más instagrammeadas de Mallorca. La situación se parece poco a lo que conocieron hace 25 años Maren y Hans-Peter Oehm, un matrimonio alemán que se mudó entonces a Mallorca y compró la parcela por la que ahora se accede a la cala. Hace casi una década tuvieron que crear una fundación, Amics Caló Des Moro, para pedir colaboración e intentar salvar la naturaleza de la zona.
“Nos enamoramos de esta zona y hace 25 años no había nada. Ni asfalto, ni luz, ni Google Maps. En estos últimos años ha cambiado tanto... Nosotros somos los dueños de todo el terreno, de toda la parcela que abarca el Caló des Moro. Si no accedes en barco no hay otra forma de acceder a la playa que pasando por nuestra parcela”, cuenta Maren Oehm, que está a favor de que la cala tenga un acceso público. La arquitecta alemana cuenta que cuando compraron la parcela había un proyecto para construir un hotel y que no se pudiera acceder a la playa pero que finalmente no se llevó a cabo y son ella y su familia quienes han estado acondicionando la zona durante décadas.
“Nosotros encontramos un desierto del que nadie se ocupaba e instintivamente desde el primer momento lo cuidamos y comenzamos a plantar plantas como proyecto de familia. Pero en cuanto llegó Google Maps la gente comenzó a hablar de ella y a encontrarla y todo cambió”, cuenta Oehm, que señala que la única forma de llegar a Caló des Moro es conociéndola previamente o acercándose al borde del acantilado.
Y después de Google Maps llegó Instagram y el número de personas que llegan cada día a esta cala llega alcanzar las 3.000 al día para un espacio de entre 100 y 200 metros cuadrados. “Desde Instagram es la catástrofe total. Es muy triste porque hay gente que viene y no busca esta cala para disfrutarla, solo buscan la foto. Es una violación cada día de la naturaleza. Hay gente que sabe disfrutar de algo y lo respetan, pero es triste que la mayoría buscan la foto y decir ‘yo he venido al Caló des Moro’. Y esto aplica a Mallorca y otros sitios que sufren esta situación”, denuncia Oehm.
Oehm no aboga por el turismo cero ni cree que haya que “guardarse estos paraísos” solo para las personas que viven en ese entorno, pero reconoce que la situación es insostenible. “El acceso ahora es casi imposible, la basura que se genera es imposible de gestionar. Nosotros hicimos la fundación hace casi diez años porque ya no era posible como familia mantenerlo y al ser una licencia privada las competencias... Nadie quiere ocuparse porque esta cala es un ‘problema’ porque no hay licencia ni para aparcamiento ni para chiringuito, entonces no da dinero, solo es un coste para el ayuntamiento”, explica, que cuenta que baja cada día a la playa a limpiar la basura que algunas personas dejan allí.
“Nunca había visto tanta gente como este año, es una cola constante de gente desde la playa hasta los coches. Tienen que esperar porque la gente no cabe. Luego el último acceso es tan estrecho que solo se puede utilizar en una dirección por lo que esperan a que uno de los que va a salir salga para poder entrar”, cuenta sobre las aglomeraciones que se encuentra cada día. “Se llevan toneladas de arena de la playa, es algo que nadie piensa pero afecta a la conservación de las playas. Nosotros hemos puesto un cepillo para que la gente se quite la arena de los pies, de las piernas. Me ha alegrado que la gente lo use, parece una cosa tonta pero no lo es. A veces algunos vecinos me dicen, ‘deja la basura y así no les gustará la playa’, pero yo no puedo”, se lamenta Oehm.
La alemana pide ayuda a las instituciones porque asegura que la cantidad de gente que visita cada día la playa escapa a su control a pesar de que consiguen mantener la zona limpia y cuidada. “Nosotros somos una familia y una fundación, es triste pero no nos ayuda nadie más. Yo estoy orgullosa y pienso que nuestro trabajo se puede multiplicar en otras zonas de Mallorca, pero necesitamos el apoyo de las instituciones. Esto es un paraíso, es tan bonito, y se está destrozando. Es muy triste”, insiste Oehm.
Apoyo de las instituciones a los vecinos y políticas serias para anticiparse
Tanto Claudio Milano como Juame Garau eran escépticos con algunos discursos que aseguraban que después de la pandemia habría y un antes y un después en el turismo para ponerle freno a una situación que comenzaba a desbordarse y el tiempo les ha dado la razón. “Justamente el capitalismo es no poner el freno, es un crecimiento a través de la acumulación y posesión de los recursos naturales, y en lugares como Baleares, pero también en todo el estado español, nos hemos encontrado con el fenómeno de querer solucionar a través de tecnocracia problemas que no se soluciona con tecnocracia sino con decisiones políticas”, defiende Milano.
Para él, “todas esas etiquetas de turismo de calidad aumentando los precios, abriendo al turismo marítimo y de alquiler de barcos o el turismo inteligente y el turismo sostenible no son otra cosa que etiquetas para intentar solucionar este crecimiento encontrando nuevos ejes de crecimiento”.
“Cuando se habla de turismo sostenible no es otra cosa que una cortina de humo. Sabemos perfectamente que sin descarbonización de nuestra economía y un decrecimiento del uso de aviones y cruceros no podemos atajar el problema, que es un problema que tiene que ver con crisis climática, con vivienda y con acceso a bienes comunes”, explica Milano, que pide pensar en soluciones que abarquen otro tipo de problemas y no solo los turísticos para poder terminar con la masificación.
El profesor recuerda que el turismo de masas nació en el mediterráneo español en los sesenta y que hacen falta cambios estructurales para que la situación mejore. “Por ejemplo, política de vivienda para permitir que siga una reproducción social en esos lugares, políticas relacionadas con la transición ecológica, la movilidad y la accesibilidad. Pensar que la masificación turística la resolvemos con turismo sostenible es que no se ha entendido el problema. Pensar en la solución de la masificación turística con política de vivienda social por ejemplo en zonas como la ciudad de Palma pues es intentar atajar ese problema. Realmente en lugares como Baleares, Barcelona, Málaga o algunos puntos de Canarias no hay otra cosa que decrecer, y cuando hablamos de decrecer no hablamos de recesión económica hablamos de diversificar nuestra economía y no ser tan dependientes del turismo. Cuando más dependientes somos, más frágil es nuestra economía”, recuerda Milano.
Es algo en lo que también coincide Garau, que explica que llevan años proponiendo políticas de decrecimiento a las instituciones baleares. “Nosotros pedíamos un programa de decrecimiento, de reconversión de hoteles obsoletos que es donde va a parar el turismo de excesos, una reconversión con servicios de carácter social o cultural, no hace falta que sean públicos, pero dedicados a otras posibilidades. Si eso no se hace pues lo que hay de antes, por costumbre, gana. Como además en invierno aquí la cosa se tranquiliza un poco, aunque cada vez es peor, pues no se cambia”, se lamenta Garau, que cree que sucede lo mismo en otros destinos de sol y playa.
“Tiene que haber políticas de interés general que defiendan a la mayoría de la gente y no ocurre porque no hay un modelo alternativo. No se trata de turismo cero y que todo el mundo se quede en casa, pero hay que ir transformando estas saturaciones en zonas donde la vida sea más pacífica y eso requiere una política fuerte o de consenso”, opina Garau, que ahora mismo no ve clara una política común. “Aquí la mayoría de personas del PP defienden la libertad del mercado turístico, se nutren mucho de todo este comercio y este empresariado turístico que masifica, y la gente del PSOE y de Sumar o de Mès pues tiene un poco de miedo. Y mucha gente no lo acepta porque quiere un trabajo, pero el problema es que esto no es ilimitado, aquí no caben 20 millones de turistas más, en algún momento hay que parar”, insiste el miembro de Fórum Societat Civil.
Para Milano, apostar por medidas de reducción de aforo es un parche: “Hasta que no cambiemos el modelo por ejemplo de los puertos, de los cruceros, realmente no estamos atacando el problema, reducir el número de personas que entran en una playa no es una solución estructural. Y el turismo sostenible no es otra cosa que un oxímoron. Descarbonizar el mercado de los cruceros, de la aviación comercial, ahí podemos cambiar nuestro modelo económico. Revertir el uso de la vivienda como activo, atajando el problema de los apartamentos turísticos y cómo han hecho que se vacíen las ciudades y barrios”.
“Estamos pocas voces a nivel social diciendo que esto hay que gestionarlo bien porque si no el apocalipsis puede ser evidente en los próximos años”, se lamenta Garau. “Yo creo que ya estamos colapsando. Muchas veces la gente se cree que el colapso es un derrumbe, pero no, hay colapsos que son lentos. Como los glaciares que se van diluyendo y un día pum, se cae. Y además de la masificación lo que está pasando con este cambio climático es que mucha gente está diciendo ‘yo no vuelvo aquí’. ¿Entonces por qué no adelantarnos un poco? ¿Por qué no trabajar con ideas?", reflexiona.