La realidad de la Generación Leonor: diversidad cultural, libertad sexual, salud mental y desafección política
Retrato de cuatro mujeres que, igual que la princesa de Asturias, acaban de alcanzar la mayoría de edad y hacen frente a una etapa trascendental de sus vidas.
"El día 31 cumplo 18 años y tendré el honor de jurar la Constitución, con lo que eso significa para mí personal e institucionalmente. Lo que puedo decirles es que entiendo muy bien y soy consciente de cuál es mi deber y de lo que implican mis responsabilidades", manifestaba Leonor de Borbón en su discurso en los Premios Princesa de Asturias, diez días antes de alcanzar la mayoría de edad.
Cumplir 18 años supone un antes y un después en la vida de todos, en el caso de la hija mayor de los reyes además tiene una gran relevancia para la vida institucional de nuestro país. Leonor de Borbón ya puede ser reina y su formación está encaminada hacia ese objetivo: abandonó España para estudiar Bachillerato en uno de los institutos más prestigiosos de Europa, el World Atlantic College de Gales; tras dos años fuera del país, el pasado mes de agosto ingresó en la Academia Militar de Zaragoza para recibir instrucción castrense; y su futuro después pasa por comenzar sus estudios universitarios, que al parecer irán encaminados hacia el derecho.
La vida de Leonor, desde que alcanzó la adolescencia ha 'sido diseñada' para el importante papel que tendrá que representar en el futuro. A pesar de ello, sus padres han tratado, en la medida de los posible, garantizar a la heredera una vida de aparente normalidad, disfrutando de lo que hacen otras chicas de su edad y en la que no han faltado fiestas de cumpleaños, tardes de cine, viajes culturales, salidas con amigos, conciertos de sus cantantes preferidos o jornadas de compras.
El año que nació Leonor, también lo hicieron otros 466.371 bebés y de ellos 226.170 eran niñas. Ellas también acaban de estrenar —o lo harán en estos dos meses— la mayoría de edad y representan un variado catálogo de realidades que dista mucho del de la heredera.
Conceptos como libertad sexual, inmigración, nuevas sensibilidades, búsqueda de oportunidades, desafección política, problemas de salud mental o redes sociales son los pilares del discurso de cuatro ejemplos de mujeres que forman parte de esa Generación Leonor.
Ikram Abouric y el incierto futuro de ser inmigrante
Cuando hablamos con Ikram Abouric acababa de saber que había suspendido el examen práctico del conducir. "Ese es el problema, a lo mejor hoy no me ves tan optimista, pero lo soy". Y aunque la conversación comienza desde ese primer disgusto, pronto se vuelve animada y un poco más optimista.
Ikran llegó a España desde Tánger cuando solo tenía cinco años, con su madre y su hermana. "Dijimos, 'pues vámonos a España', porque mi padre estaba aquí. Y bueno, vinimos como un reto, en busca de oportunidades, sin saber el idioma, sin saber nada", explica. Las dos hermanas empezaron el cole y les gustó, aunque los inicios no fueron fáciles "porque te sientes un poco excluida, diferente y al final te vas adaptando". Repitió segundo de primaria porque el idioma en esos primeros años fue un handicap, pero consiguió terminar el cole.
Una enfermedad, por la que estuvo al borde de la muerte, le llevó a pasar por quirófano en varias ocasiones y casi vuelve a truncarle sus sueños de niña. Entonces tenía 14 años, no era muy consciente de lo que le estaba pasando —"aunque lo estaba pasando mal"— y cree que, seguramente por eso, pudo tirar adelante.
Terminó el colegio y con solo 17 años comenzó a trabajar como camarera y dependienta en un centro comercial: "No lo hice solo por el dinero, sino porque, a lo mejor, a veces, hay que salir fuera de casa para sentirse bien, para salir de tus problemas. En casa, te encierras en ti misma y manteniéndote ocupada consigues estar mejor".
Empezó a ganar dinero para pagarse sus cosas y para ayudar a sus padres en lo que podía, y a la vez seguía estudiando. Afirma que no le costó en absoluto compaginar las dos cosas porque hacía lo que quería: quería ser azafata de vuelo y se puso a estudiar. A día de hoy tiene el título, 'que está sentado en casa', pero no ejerce como tal. Las oportunidades de entrar en alguna aerolínea española teniendo nacionalidad marroquí y sin DNI español son mínimas, así que empezó a estudiar bachillerato para poder ampliarlas. No tira la toalla y sigue con ganas intentando encontrar esa oportunidad.
Ikram ha sido uno de los cientos de niños que han formado parte del proyecto social que la ONG Save the Children puso en marcha hace unos años en la localidad toledana de Illescas. "Lo que no me han dado en mi casa, pues me lo han dado allí. La oportunidad de aprender cosas, un sitio al que ir a estudiar cuando no se puede en casa y me han escuchado, que es lo más bonito que puede recibir una persona", nos cuenta sin poder contener la emoción mientras recuerda algunas de las excursiones que hicieron. "A día de hoy estoy deseando que se me cruce la oportunidad de irme a una excursión con ellos, de sentarme y recordar las cosas bonitas que he pasado con ellos, que me escuchen, que me rompa a llorar y me sienta cómoda", asegura.
No presume Ikram de tener muchos amigos, pero sí de pasárselo fenomenal en las fiestas de su pueblo, Illescas, y de disfrutar mucho descubriendo rincones de Madrid. Además, le encanta ayudar a los demás y es voluntaria de la Cruz Roja.
Cree que va a ser inevitable tener que marcharse de España: "Como inmigrante me veo obligada a hacerlo porque aquí no veo muchas oportunidades con mi pasaporte". Pero reconoce que si no se tiene que ir, mejor: "España me ha dado todo, lo bueno y lo malo, lo bonito y lo feo... Pero la gente que me he encontrado aquí, creo que no la encontraré en otro lado".
Aira Martín y la diversidad de identidades
Aira estudia Bellas Artes y, al igual que muchas chicas y chicos de su generación, está en su primer año universitario. Su intención es, en un futuro, tener su propia escuela donde impartir clases de arte. Sin embargo, aunque sigue los mismos pasos que muchas personas de su edad, es consciente de que su realidad es distinta.
Aira es una persona no binaria, no se identifica ni como hombre ni como mujer, una de las identidades de género que se encuentra bajo el paraguas trans. En este sentido, sobre si su realidad dista mucho de la de otras personas cis de su edad, Aira cree que "depende bastante. Pero, en términos generales, sí que es verdad que es bastante más complicado ser una persona trans en el mundo en general".
De hecho, "hay países en los que directamente ni siquiera existimos y más si eres una persona no binaria como yo". Y lo ejemplariza con situaciones como "encontrar trabajo, en cómo te percibe la gente, tener que sobreexplicar cosas que no tendrías por qué explicar". "Incluso al relacionarte", prosigue. Y concluye: "Entonces sí que yo creo que es una realidad bastante distinta".
Pero que su generación haya puesto el foco, a diferencia de sus predecesoras, sobre la salud mental ha hecho que muchos busquen "hacer cambios necesarios y, aunque sean mínimos, pueden hacer la diferencia, sobre todo, para colectivos de personas que están más recluidos", apunta. Como es el caso del colectivo LGTB.
En este aspecto, ha reivindicado también la postura que han tomado los chavales de su edad en cuanto al colectivo. "Al final, que para algunas generaciones sea una tontería reivindicar nuestros derechos, porque ya tenemos, ya nos podemos casar o ya tenemos derecho a adopción, no significa que no queramos seguir luchando para que no se nos grite o se nos insulte por la calle", explica.
En cualquier caso, confía en que en el futuro todo esto cambie. "Pero depende", explica, "porque por mucho que los jóvenes de ahora estamos intentando concienciar lo máximo posible", es consciente de que no sólo depende de ellos.
Paula Ortega y la mirada optimista
Paula cumplió los 18 hace apenas unos días. Acaba de empezar el grado de Musicología y uno de los aspectos que más valora de este paso que acaba de dar es que ha contado con el apoyo de sus padres. Quiere dedicarse profesionalmente a la música y mira al futuro con "ilusión", reconoce.
Presume de que su generación ha logrado quitarse "mucha carga de encima" en temas como el amor libre, algunas cuestiones de género o de salud mental. Y "se nos critica muchas veces por eso", añade, porque "la gente no quiere cambiar y estamos cambiando. Estamos yendo hacia delante", asegura. Y no es un paso que únicamente beneficie a los más jóvenes, "nos venía muy bien como sociedad", apostilla.
En el caso de la salud mental, cree que "también es un tema que nos hemos quitado de encima; quitado, pero porque nos hemos preocupado más. No quitar como olvidar, sino al revés", detalla en conversación con El HuffPost. Además, considera que la gente de su generación se ha "preocupado por sanar nuestras heridas para tampoco molestar ni herir al resto", apunta que "muchísima gente está yendo al psicólogo" y que otra tanta lo recomienda.
Y por detalles como estos los más mayores los tachan de ser la generación de cristal. "Me parece superdenigrante" este concepto, "porque estás ridiculizando o culpabilizando a una generación por preocuparse por cosas", reivindica. "Igual otras generaciones le han dado más importancia a unas cosas y menos a otras, pero ahora llegamos nosotros y nos importa la ansiedad, la depresión, cómo se siente la otra persona, el crear amistades profundas, etc", defiende.
"Al final, son cosas que, como sociedad, no como generación, nos van a ayudar si nosotros empezamos a sanar", sostiene. "Nuestra generación ha puesto una barrera y ha dicho 'hasta aquí' o 'estas cosas no se hacen así' y esto va a cambiar la sociedad", concluye.
De hecho, a la pregunta de si es optimista respecto al futuro, Paula responde claro: "Sí y hay que serlo, porque ni lo crees tú, no se lo va a creer el resto".
Almu Álvarez y la desafección política
Es la pequeña de cuatro hermanos y ha crecido en el barrio de Retiro de Madrid. Estudia Ingeniería de Edificación en la Universidad Politécnica de Madrid. Su primera opción siempre fue Química, pero no le dio la nota y como siempre le gustó la arquitectura se decidió por este grado. “Nunca me planteé hacer formación profesional o módulo o algo de eso. Por lo típico que te decían ‘así no vas a llegar a tanto’, cosa que ahora me parece mentira. Y también por mis padres, que querían que hiciese una carrera”.
De momento, sus planes inmediatos no pasan por salir fuera de España para completar su formación, marchándose de Erasmus, por ejemplo. Dice que no lo ve claro porque, con toda sinceridad, admite ser bastante poco independiente: vivir sola, gestionar trámites, resolver algunas inconveniencias... "Aún me veo como si tuviera 14. No me da miedo crecer, pero no quiero que llegue todavía la adultez. Quiero que todo vaya un poco más despacio", explica.
Asegura Almu que su vida apenas ha cambiado al cumplir los 18: lo de sacarse el carnet aún lo ve lejano y respecto a poder votar, tampoco le hace especial ilusión pues ella es claro ejemplo de la desafección política que parece caracterizar a esta generación. “No tengo ni idea de política, o sea, sí que tengo mis valores y tal, y puedo verme más cerca de un partido que otro, pero es que al final eso también me parece muy complicado. A parte, me da igual, aunque sé que es muy importante —que si el futuro, que si es el país y tal—, pero como si puedo votar a los 25 años, ¿sabes?”. Eso sí, se declara feminista, defensora de los derechos LGTB y ecologista.
Sus amigos lo son todo para ella, porque le gusta mucho salir y hacer planes con ellos: “Si tengo una hora para salir, vamos al parque con un altavoz y estamos allí charlando y escuchando música. También me gusta participar en actividades artísticas, ir de compras y salir de fiesta por la noche”, y además juega al quidditch —adaptación del deporte rey de las sagas de Harry Potter—.
También le gusta pintar, estudia piano en el conservatorio y, aunque ve complicado poder vivir de la música, sabe que siempre estará presente: “Me gustaría dar conciertos de vez en cuando”. Contrasta esa afección por la música clásica con lo que suele escuchar en su día a día: hardcore y trap.
Por supuesto, las redes sociales forman parte de la vida de Almu, especialmente Instagram y TikTok, y su teléfono le advierte de que la media diaria conectada es de unas ocho horas: “Es bastante, la verdad”.
Respecto a su futuro: “Me lo suelo plantear, pero como me agobia termino dejando de pensar en ello. No quiero verme en un futuro, por ejemplo, en una empresa ocho horas diarias trabajando, llegar a mi casa a las seis, no tener tiempo libre y al día siguiente lo mismo. Yo no quiero una rutina, ni tampoco quiero estar todos los días viajando. Yo quiero trabajar y la carrera que estoy haciendo me encanta, pero no quiero que mi vida se centre toda en el trabajo”.