"Qué agobio para un niño que es hijo de una madre perfecta, que tendrá que ser el niño perfecto"
Entrevista con la psicóloga perinatal Paola Roig, que publica 'La crianza imperfecta'.
Las madres de hoy en día cuentan con todo un bombardeo de información, desde cuál es el zapato más respetuoso para el pie del niño o a qué edad se le puede introducir el gluten en la dieta, a la vez que la exigencia hacia ellas mismas es cada vez mayor, como comprueba en su día a día en consulta la psicóloga perinatal y divulgadora sobre crianza Paola Roig.
Pensando en todas esas mujeres que intentan ser madres de libro, acaba de publicar La crianza imperfecta, cuyo subtítulo lo dice todo: Por qué no puedes llegar a todo y está bien así.
En sus páginas no solo cuestiona ese inalcanzable, sino que aborda temas como el constante juicio a las madres, los distintos ritmos del desarrollo infantil, la bimaternidad o la incorporación al trabajo y, en consecuencia, del bebé a una escuela infantil. Y todo, reivindicando la idea de una madre no perfecta, sino suficientemente buena, "escuchando a la culpa, pero dándonos comprensión en vez de castigo".
Publicas La crianza imperfecta. La tenemos idealizada, ¿no? O al menos antes de que llegue.
Sí, es que es tan fácil cuando aún no la hemos atravesado pensar que lo podemos hacer perfecto, que hay una manera perfecta, como si existiese, de hacerlo.
Más bien, cuando nace un hijo, nace una madre también...
Exacto. Esto es lo que se nos olvida. Siempre hablamos del nacimiento del bebé, pero se nos olvida que nosotras como madres, y los padres también, también están naciendo y están aprendiendo.
Al convertirte tú misma en madre, ¿qué palabras tuyas te tragaste? Esos ‘nunca haré...’
Pensaba ‘¿hay algunas que no me tragué’? [Se ríe] Yo creo que la más gorda es ‘nunca gritaré a mis criaturas’, y creo que es la de muchas madres. Objetivamente, creo que nadie dice ‘yo voy a gritar a mis hijos’. Es algo que no quieres hacer, pero se escapa a veces y es muy complicado no hacerlo a veces. Luego también podríamos pasar por azúcar, pantallas... que son los clásicos.
Cuando se nos ha escapado ese grito que no queríamos dar, ¿qué recomendarías? ¿Cómo actuar?
Lo que siempre digo es que, obviamente, gritar no es lo deseable en la crianza, todas lo sabemos. Además, muchas recordamos cómo era que nos gritara de niñas. Está bien poder decir ‘mira, esto no lo quería hacer, lo he hecho, está mal’ pero, ¿qué puedo hacer? Puedo reparar, que eso ya es muchísimo. Se nos olvida, pero hablar con tu hijo o con tu hija y decirle ‘perdona, he perdido los nervios, esto tiene que ver conmigo, no contigo y voy a intentar que no vuelva a pasar’. Y luego, nosotras mismas quizá —hablo en femenino pero también aplica a padres— poder mirar hacia dentro y pensar qué ha pasado, qué había en ese grito que se ha escapado, cómo voy de sobrecarga, cómo voy de estrés, cómo me siento, qué necesito.
Hay una idea que defiendes en el libro, la de ‘dos personas son pocas para criar a un niño’.
Es que claro, hemos metido tanto la crianza en las casas, de puertas para dentro, cada uno en su casa, cada familia sola, que nos hemos de poder apañar de manera individual y se nos olvida que la crianza no está pensada para que sea así. La crianza, en principio, es en comunidad. Somos animales sociales, pero es como que se nos ha olvidado. Una familia sola —entendiéndose padre-madre, madre-madre, padre-padre, me es igual— para un niño, ya no te digo para dos, tres o cuatro, es muy poco. Necesitamos muchas más manos y la mayoría de familias no las tenemos.
Hablas también de que si nos tenemos que justificar por pedir la epidural, algo estamos haciendo mal. Me venía a la cabeza que muchas madres también se ven obligadas a justificar si dan el pecho o no, si hacen BLW o no...
Sí, sí, empieza en el parto pero esto no para. Yo pensaba, también haciendo autocrítica de las personas que estamos divulgando en redes o compartiendo conocimiento, que el mensaje no está llegando bien. Si se está entendiendo así, si añadimos una carga, un peso, en las madres y los padres es que el mensaje no lo estamos transmitiendo bien. Tener información es un privilegio pero hay que poder hacer un buen uso de esta información, y aquí está el reto. El buen uso para mí decir es ‘esta es la información’ pero luego cómo lo aplico a mi vida, a mi vivencia. Porque igual yo quería un parto sin epidural pero luego resulta que me duele más de lo que pensaba y lo que me merezco es poder pedir esta epidural, que para eso está. Siendo conscientes de los riesgos, de las implicaciones, como una adulta responsable.
Hablabas de quienes divulgáis en redes; las madres también tienen mucho bombardeo de información: crianza respetuosa, crianza con apego... ¿Qué es concretamente lo que tú defiendes?
¿Sabes qué pasa? Que me he desvinculado mucho de estas etiquetas porque implican mucho dogma, mucha rigidez: ‘Si no lo haces así, ya no es respetuoso’, ‘Si no lo haces así, ya no es con apego’. Yo lo que defiendo es una crianza que, obviamente, tenga en cuenta las necesidades de las criaturas, porque creo que eso es algo que hemos avanzado y que hemos de poder mantener —las infancias importan, lo que hagamos en ese momento importa—, pero no podemos olvidar que nosotras somos personas y nuestras necesidades también importan, que ahí está la confusión. Luego también, desvincular crianza respetuosa de crianza sin lágrimas. Puedes hacer una cosa con mucho respeto pero que implique un malestar para tu criatura, y lo respetuoso quizás está en acompañar ese malestar, no en obviarlo.
Sobre la lactancia, ¿qué le dirías a una madre que lo esté pasando fatal con esto?
Depende de por qué lo esté pasando fatal. El otro día acompañé a una amiga mía que acaba de parir y me decía ‘bueno, me duele, pero es normal’. Lo primero es que no debería de dolernos. Esto no quiere decir que no exista el dolor, existe, pero hemos de poder acudir a una profesional que nos ayude, ver qué pasa con el agarre... No hemos de traspasar el dolor como ‘te has de acostumbrar’. Esto dice mucho también de hasta qué punto estamos acostumbradas al malestar las madres. Además de eso, poder pensar ‘¿qué es lo que me cuida más o qué es lo que nos cuida a todos más ahora?’. Esta pregunta es para la lactancia pero sirve para muchas cosas. ¿Cuida más que yo dé el pecho a mi criatura porque nutritivamente la leche es superior pero yo estoy fatal, pasándolo supermal en cada toma? ¿Esto realmente nos cuida más a todos o cuidaría más quizá dar un biberón, poderlo vivir con más bienestar y poder estar todos en otro lugar?
¿Existen los bebés de alta demanda o todos lo son?
Esto es muy controvertido. Yo creo que sí hay bebés más demandantes que otros, igual que hay adultos más demandantes que otros o más impulsivos. Con los bebés igual, hay caracteres, y luego, según lo que vayan viviendo se crea la personalidad. Pero creo que hay una parte de que se nos ha olvidado lo que son los bebés: un bebé es muy demandante de por sí. Y creo también que en esta era en la que vivimos de querer todo muy rápido, querer acelerarlo, incorporarse al trabajo a los cuatro meses, exigimos de alguna manera a los bebés que nos demanden menos. No es que ellos sean demasiado demandantes, sino que tenemos una sociedad que no pode los cuidados en el centro y que tolerar este nivel tan alto de demanda desde esta precariedad en la que vivimos es muy complicado.
¿Somos mejores madres si todos los juguetes del niño son Montessori, monísimos y de madera?
No. De hecho, una de las cosas que digo en el libro es que no es tanto el qué sino el cómo. Puedo tener 10.000 juguetes Montessori y no mirar nunca a mi criatura mientras juega; en cambio, puedo tener todo de plástico, de la Patrulla Canina o lo que sea, y desvivirme en el juego cada tarde. Estoy poniendo dos extremos, estoy caricaturizando, pero lo que importa es cómo hacemos servir esos juguetes, los Montessori y los de plástico, cómo de rico es el juego. Son herramientas.
Y a todos esos adultos que están un poco perdidos a la hora de jugar con un bebé o un niño pequeñito, ¿qué pautas les darías?
Justamente no creo que se pueda pautar el juego y es lo que nos desconcierta un poco. Estamos un poco acostumbrados a que nos den directrices, unas instrucciones, unos tips... pero es que en el juego no hay tips. Se trata un poco de soltar y vivir el juego, vivirlo más desde la espontaneidad. ¿Qué está haciendo mi hijo? Está construyendo, me voy a poner cerca a ver si me ofrece poner una pieza. Ah, no, que está jugando a cocinitas... Desde la intuición y el sentido común ya sale: tu hijo te trae un plato que te ha preparado y te sale metértelo en la boca y decir ‘¡Mmmm, qué rico!’. Ya está, no es más que esto jugar.
Cuentas que el gran aprendizaje de tu experiencia al convertirte en bimadre es que no llegabas a todo. Está claro que hay que soltar pero, ¿qué empezaste soltando tú?
Creo que lo yo solté es la exigencia. Al final en el ‘tengo que llegar a todo’ lo que hay es mucha exigencia y poder decir ‘yo sigo siendo una y mis hijos son dos, con lo cual va a haber momentos en que igual mi hijo quiere que juege con él pero yo estoy dando el pecho a la pequeña y no puedo jugar a tirarnos cojines. O al revés, estoy con mi mayor y mi pequeña igual se tiene que esperar dos minutitos para que la pueda atender porque esto que le está pasando al mayor es importante. Y poder entender que no puedo estar todo el rato dándolo todo a la vez. Llego hasta donde puedo e igual es suficiente.
Es una idea que lanzas, la de ‘más que madre perfecta, una madre suficientemente buena’.
Sí. Este concepto no es mío, es de un pediatra psicoanalista en el año 53, que también me llama la atención... Esto lo venimos diciendo desde el año 53 pero aún no acaba de calar. La cosa es que es mucho más amable con nosotras mismas, pero también con nuestras criaturas este concepto de madre suficientemente buena, porque es obvio que a nosotras exigirnos perfección nos agobia, nos estresa, nos quita disfrute, pero además qué agobio para un niño que es hijo de una madre perfecta, que tendrá que ser el niño perfecto. Esta exigencia luego salpica también a nuestro hijo, a nuestra pareja, a nuestra madre...
Sobre conciliación, hay un momento del libro en el que dices que no existe. ¿Qué tendría que cambiar?
Creo que desde la política, cuando muchas veces se habla de poner los cuidados en el centro de lo que hablan es de externalizarlos y para mí eso no es conciliación. Que mamá y papá estén trabajando, que la bebé esté en la guarde, el mayor en el cole, la abuela en la residencia y en casa un perro muerto del asco a ver si viene alguien, para mí no es conciliación. Lo primero que habría qué hacer es qué entendemos por conciliación. ¿Qué significa? ¿Es abrir las guarderías de lunes a sábado? Vamos a abrir ese debate, ¿qué necesitan las madres? ¿Qué necesitan las familias? ¿Cómo hacemos una vida vivible?
¿Y qué sería para ti conciliar?
Para mí sería esto, abrir la opción de poner los cuidados en el centro y volver más a la comunidad. Igual las familias solas no podemos, pues cómo hacemos para potenciar la comunidad, para que las familias puedan ser un apoyo las unas para las otras, donde haya espacios donde puedan estar, donde puedan tener apoyos, donde se pueda hacer de otra manera y no solamente producir.